Axel Kaiser

La neoinquisición


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excelencia cultural, moral e intelectual como necesaria para mantener un orden civilizado y libre, tesis que contraviene de frentón el relativismo promovido por cierta izquierda y su virulento esfuerzo por desmantelar las jerarquías occidentales basadas en la idea de que hay cosas grandiosas y otras que no lo son. Para Kronman, es solo gracias a la presencia de un espíritu aristocrático que se pueden juzgar los hechos y las personas desde un punto de vista resistente a la inercia de la opinión común tan propia del instinto igualitarista y democrático. En ese sentido, el espíritu aristocrático fomenta la autonomía de aquellos que, precisamente por entender la diferencia entre lo que es excelente y lo que es común, no basan sus criterios en lo que «todo el mundo sabe» o lo que está de moda, buscando en cambio niveles más elevados de verdad y justicia57. Hoy, por el contrario, la universidad, el espacio natural de ese espíritu, se ha pervertido producto del irracionalismo que la ha infectado: «El ataque a la idea de una comunidad de conversación, dedicada a la búsqueda de la verdad, en nombre de una comunidad de inclusión donde no se herirán los sentimientos ni se cuestionará el juicio, es también un ataque al ideal socrático de una aristocracia de buscadores de la verdad que nuestros college y universidades deberían defender», escribió Kronman58. Pero esta tendencia en contra de la libertad de expresión como vehículo para alcanzar la verdad no es la única que está destruyendo la excelencia en las universidades. Kronman es casi más duro cuando se refiere al daño que en ellas ha hecho la búsqueda de diversidad como un fin en sí mismo. Según Kronman, «la creencia de que la diversidad racial, étnica y de género es buena para la educación superior […] ha hecho un daño tremendo a la cultura académica» de la universidades en Estados Unidos59. Esto porque la forma en que se ha dado ha afirmado el tribalismo animando a los estudiantes «a verse a sí mismos como víctimas y malhechores; actuar como portavoces de los grupos raciales, étnicos y otros a los que pertenecen; y creer que están fatalmente limitados en sus lealtades y juicios por características más allá de su poder de cambio». Además, ha convertido en sospechosas «todas las formas de jerarquía, excepto las de logro inocuo en actividades vocacionales estrechamente definidas».

       Vale la pena repasar algunos ejemplos más de la revolución cultural que han experimentado las universidades en Estados Unidos para entender mejor las reflexiones de Kronman. Evergreen College vivió manifestaciones violentas luego de que un profesor se negara a segregar por un día a los estudiantes y administrativos blancos de las instalaciones universitarias. Históricamente, Evergreen había celebrado un día en el cual los estudiantes y miembros de color podían ausentarse para reflexionar sobre la historia de abusos en contra de la población afroamericana en Estados Unidos. El año 2017, sin embargo, se propuso que, en lugar de permitir a la gente de color ausentarse, se prohibiera a los blancos asistir. Fue entonces que Bret Weinstein, un profesor de biología que siempre había apoyado a las minorías, envió un mail oponiéndose a la idea. «Hay una gran diferencia —dijo Weinstein, él mismo un liberal de izquierda— entre un grupo o una coalición que decide ausentarse voluntariamente de un espacio compartido para resaltar sus roles vitales y poco apreciados […] y un grupo que alienta a otro grupo para irse». El primero, afirmó, era un llamado a tomar conciencia y combatir la opresión, mientras el segundo constituía «una demostración de fuerza y un acto de opresión en sí mismo»60.

       Las reacciones a este mail llegaron incluso a amenazas de violencia física en contra de Weinstein, quien, al igual que Christakis, fue increpado por estudiantes mientras lo acusaban de ser un racista que había «validado el nazismo». El presidente de Evergreen, George Bridges fue insultado y mantenido como rehén por un grupo de alumnos exaltados en su propia oficina, donde le exigían que despidiera de inmediato a Weinstein, además de otras demandas entre las que se encontraba el desarme de la policía del campus y la implementación de entrenamientos obligatorios de «sensibilidad» para los funcionarios de la institución. La respuesta que Bridges daría después de los hechos a un incrédulo periodista en una entrevista con HBO News ante la pregunta sobre si él era efectivamente un supremacista blanco, como alegaban los estudiantes, es sintomática: «No lo creo, depende de lo que quiera decir con la expresión supremacista blanco. Soy una persona blanca en una posición de privilegio»61.

       Nuevamente el presidente de una institución educativa, en lugar de defender la libertad de expresión y condenar la violencia y agresividad con que se habían comportado los estudiantes, las validó alimentando su fragilidad psicológica y el mito de que viven en un sistema de opresión racial que deben desbancar por la fuerza si es necesario. Al concederles casi todo lo que pedían, a pesar de haber sido él mismo humillado públicamente por sus alumnos, Bridges permitió que avanzaran en su pretensión de crear una opresión real sobre los demás integrantes de la comunidad educativa, muchos de quienes, como muestra la misma nota de HBO News, ya declaraban temor de manifestar su opinión por las consecuencias que caerían sobre ellos.

       En cuanto a Weinstein, este tuvo que renunciar a seguir haciendo clases, no sin antes demandar a Evergreen por discriminación racial en su contra por la cifra de 3,85 millones de dólares. El juicio terminó en un acuerdo anticipado en el que Evergreen le ofreció un pago de 500 mil dólares que él aceptó para luego dejar la institución.

       Un año después de los hechos, sin embargo, Weinstein testificaría ante el Congreso de Estados Unidos sobre el daño que los «espacios seguros» y la mentalidad que estos engendran había causado a la libertad de expresión en Evergreen —aplicable sin duda a otras universidades—, no sin antes dejar en claro que una nueva jerarquía determinada por la raza, el género y la orientación sexual en la que él no tenía cabida controlaba de facto quién podía hablar y qué se podía decir62.

       En la Universidad de California Los Angeles —UCLA— el profesor Val Rust, otro defensor del multiculturalismo, experimentó en carne propia el poder de esa jerarquía siendo sometido a una campaña de descrédito brutal por parte de estudiantes por el simple hecho de haber corregido la ortografía en los ensayos de un alumno que había escrito la palabra «indigenous» con mayúscula. Rust insistió que, al escribir, los estudiantes debían utilizar las reglas del Manual de Chicago —estándar en publicaciones académicas— para realizar citas, lo que le valió acusaciones de faltar el respeto a la ideología del alumno. El conflicto escaló y se desvió hasta que los estudiantes de color que lo denunciaban se quejaron de ser maltratados por los alumnos blancos del curso y, junto a otros estudiantes de color de la universidad, organizaron una protesta irrumpiendo en la clase de Rust, quien fue finalmente suspendido por las autoridades universitarias.

       Ahora bien, la verdadera razón de la persecución a este docente se debía a que, como planteó un profesor asistente de la misma universidad, «exigir mejor gramática a los estudiantes» era simplemente visto como «racista»63. En efecto, el grupo organizado por activistas afroamericanos en contra de Rust declaró explícitamente que la gramática era un asunto «ideológico» y que «las preguntas de colegas blancos y clases de gramática del profesor han contribuido a un clima hostil en la clase». Kenjus Waston, estudiante de color organizador del grupo llamado «UCLA Call 2 Action: Graduate Students of Color» y que irrumpió junto a más de veinte estudiantes en una clase de Rust para leer una carta de demandas y quejas, declaró que la intención del movimiento era corregir «microagresiones racistas» entre las que se encuentra la gramática64. Este último concepto de «microagresiones», acuñado también por intelectuales de izquierda, es otra pieza esencial de la neolengua de la corrección política y resulta fundamental para entender la crisis de civilidad y sentido común que afecta a numerosas universidades.

       En un trabajo ampliamente conocido sobre el tema, miembros del departamento de psicología clínica de la universidad de Columbia lo definieron de la siguiente manera:

      Las microagresiones raciales son indignidades verbales, conductuales o ambientales cotidianas, breves y comunes, intencionales o no intencionales, que comunican insultos raciales hostiles, derogatorios o connotaciones raciales negativas hacia las personas de color. Los perpetradores de microagresiones a menudo desconocen que se involucran en tal tipo de comunicación cuando interactúan con minorías raciales/étnicas65.

       Lo primero que salta a la vista en esta definición es que las microagresiones solamente pueden existir en contra de personas negras, descartando por completo que puedan producirse a la inversa. En otras palabras, los prejuicios