Axel Kaiser

La neoinquisición


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el tejido «opresivo» de occidente se ha dado con las modificaciones que activistas de variantes extremas del feminismo y de la teoría de género han hecho con el uso de la lengua e idiomas como el inglés y el español, entre otros. Bajo el argumento de que estos serían productos de la «heteronormatividad patriarcal» se ha creado un lenguaje nuevo y artificial, cuyo fin es salvar a aquellos grupos supuestamente marginados por el lenguaje natural. Y es que es en la destrucción de las formas tradicionales de comunicación donde estos activistas dicen ver, nada más y nada menos, que un paso decisivo para la erradicación del mal invisible que sufren mujeres y minorías. Pero lo cierto es que el espíritu tras esa deconstrucción lingüística no es libertario, sino genuinamente totalitario, y fue ya magistralmente analizado por George Orwell en su clásica obra 1984, en la que describió una gigantomaquia socialista basada en lo que denominó «Newspeak» o «neolengua». La neolengua, explicó Orwell en el apéndice de 1984, era el lenguaje oficial de Oceanía, el superestado regido por el Gran Hermano en la novela. Ella había sido diseñada para «satisfacer las necesidades ideológicas del Ingsoc, socialismo inglés» y su propósito era no solo «proveer de un medio de expresión apropiado para la visión y los hábitos mentales de los devotos del Ingsoc, sino hacer todas las demás formas de pensamiento imposible»15. Como consecuencia, explicó Orwell, toda idea que se desviara de la neolengua sería vista como una «herejía» y, por tanto, como algo imposible de ser pensado, pues todo pensamiento depende de las palabras que la neolengua ha depurado. Con el fin de destruir el lenguaje tradicional u «Oldspeak» como lo llamaba despectivamente el régimen totalitario de Oceanía, se inventaban nuevas palabras, se destruía el significado original de otras y, sobre todo, se eliminaban palabras indeseables16. Orwell, el mismo un hombre de izquierda hastiado del totalitarismo que inspiraba a su sector, explicó que la neolengua socialista creaba distintos tipos de vocabulario. El «vocabulario tipo B», explicó, consistía en palabras «deliberadamente construidas con fines políticos; palabras que no solo tenían en todos los casos una implicancia política, sino que buscaban imponer una actitud mental deseada en la persona que las usaba»17.

      Aunque la obra de Orwell se trataba de una novela de ficción, él mismo intentó plasmar en ella la esencia de todo sistema totalitario real, especialmente del socialismo inglés al que veía, como a los comunistas, en un descarado esfuerzo por utilizar el nombre de las clases trabajadoras para consolidar su propio poder. 1984 fue, entonces, un fiel reflejo de lo que ocurrió bajo el socialismo y ciertamente también bajo el nacionalsocialismo. Mentiras convertidas en verdades oficiales, adoctrinamiento sistemático, propaganda permanente, vigilancia sin descanso y la creación de lenguajes diseñados para servir la causa de quienes detentaban el poder —o aspiraban a él— por la vía de controlar los pensamientos de los pueblos fueron parte constitutiva de la aplicación de las principales ideologías colectivistas del siglo XX. Y si bien es cierto que en el contexto actual de occidente esos regímenes han desaparecido, los intentos por crear una neolengua con el fin de avanzar agendas ideológicas incompatibles con el orden liberal prevaleciente continúan vigentes. De hecho, como veremos en el transcurso de este ensayo, una verdadera revolución cultural está teniendo lugar en los centros de pensamiento más influyentes de Estados Unidos y Europa, en los que el espíritu de las cacerías de brujas se ha combinado, en muchos casos, con el diseño de neolenguas con el fin específico de atacar los valores, instituciones y tradiciones que han permitido el florecimiento de las sociedades occidentales. La contaminación polémica de conceptos antes neutrales, el asalto en contra del lenguaje natural en busca de un lenguaje «inclusivo» y la creación de conceptos como «espacios seguros», «microagresiones», «privilegio blanco», «manels», «mansplaining», «apropiación cultural», entre otros, forman parte de esta neolengua.

      Encerrados tras las rejas del pensamiento único que acepta su propio vocabulario, los neoinquisidores se han lanzado incluso en contra de las ciencias exactas cuando sus conclusiones rompen los dogmas establecidos que promueven. Si la Inquisición en 1600 ejecutó al filósofo y científico Giordano Bruno haciéndolo arder en la hoguera, entre otras razones, por enseñar que los planetas orbitaban el sol, hoy día los neoinquisidores persiguen a académicos y científicos que intentan demostrar asuntos como que el género no es totalmente una construcción social, que la brecha salarial entre hombres y mujeres como producto de la discriminación es un mito, que la narrativa del patriarcado como figura únicamente abusadora de la mujer merece serias dudas, que la genética es uno de los factores que más inciden en la inteligencia, que el Islam podría ser incompatible con occidente, que las potencias coloniales hicieron grandes aportes a sus colonias o que la migración puede tener efectos negativos para la sociedad que la recibe, entre muchos otros temas. Todos estos son verdaderos tabúes que no pueden osar transgredirse sin ser arrasado en el intento. Como bien advirtió Sigmund Freud en su libro Totem und Tabu, «la violación de un tabú convierte al propio violador en tabú». Algunos de los peligros que esa violación puede generar, dice Freud, solo «pueden evitarse mediante actos de expiación y purificación»18. Y más adelante añade: «Cualquiera que haya violado un tabú se convierte en tabú porque posee la cualidad peligrosa de tentar a otros a seguir su ejemplo: ¿por qué se le debe permitir hacer lo que se les prohíbe a otros? Por eso es verdaderamente contagioso, porque cada ejemplo fomenta la imitación, y por esa razón él mismo debe ser rechazado»19.

      La epidemia de disculpas, de castigos y de ostracismo social que han experimentado tantas personas, de izquierda y derecha, en tiempos recientes por opiniones o conductas que han quebrado tabúes hablan de la forma irracional y primitiva en la que podemos actuar colectivamente. Se trata de verdaderas hordas que encuentran éxtasis en el castigo y el daño que pueden generar sin ser conscientes de que exista una razón para ello. Como explicó Freud, en una sociedad de tabúes «todo tipo de cosas están prohibidas, las personas no tienen idea de por qué, y no se les ocurre plantear la pregunta. Por el contrario, se someten a las prohibiciones como si fueran una cuestión evidente y se sienten convencidas de que cualquier violación de ellas se resolverá automáticamente con el castigo más grave»20. Este aspecto es esencial para entender por qué, una vez que un tema se ha convertido en tabú, es decir, en un objeto sagrado y a la vez peligroso y prohibido, se produce una espiral del silencio de la cual resulta casi imposible salir. Como veremos más adelante, la característica distintiva de la era de corrección política que estamos viviendo es precisamente la autocensura, que en muchos sentidos es peor que la censura oficial impuesta por el Estado, pues se basa en el triunfo del miedo a un castigo y enemigo tan difuso que no se le puede enfrentar. Sin embargo, el mismo Freud explica que los pueblos que cultivan los tabúes tienen una relación ambivalente con ellos. De un lado les temen y por otro los quieren romper, solo que el miedo es más fuerte que las ganas inconscientes de transgredirlo21. Ahora bien, esta ambivalencia, dice Freud, implica que la realidad psicológica tras los tabúes sea comparable a una neurosis. Más aún, Freud sostiene que en el caso de las personas privilegiadas, es decir, por las que se tiene un exagerado afecto —como podría ser un líder— «junto con la veneración y la idolatría, sentidas hacia ellas, hay en el inconsciente una corriente opuesta de hostilidad intensa que nos enfrenta a una situación de ambivalencia emocional»22. Cabe preguntarse, siguiendo a Freud, si acaso la «ideología políticamente correcta» y su retórica de victimización, además de mostrar afecto desmedido hacia las supuestas víctimas que pretende defender, oculta al mismo tiempo una profunda hostilidad hacia ellas. Si ello fuera así, significaría que los inquisidores de hoy proyectan inconscientemente en otros aquel rechazo y desprecio con el que no quieren tener nada que ver, pero que de todos modos habita en ellos. «El tabú emerge de la ambivalencia emocional», insiste Freud, y agrega que «el proceso se resuelve en lo que en psicoanálisis se denomina proyección […] la hostilidad, de la cual no saben nada y además no desean saber nada, es expulsada de la percepción interna hacia el mundo externo y, por lo tanto, se separa de ellos y es atribuida a otro»23. Las acusaciones de racismo, xenofobia, sexismo, homofobia, etc., que fácilmente hacen estos defensores del discurso inclusivo y de las minorías serían, bajo esta lectura, en muchos casos nada más que esfuerzos por alejarse del racismo, xenofobia, sexismo y homofobia que los mismos acusadores sienten.

      Lo anterior no sería implausible para Freud, pues él mismo pensaba que el análisis sobre las sociedades que cultivaban el tabú no era solo cosa de los pueblos primitivos. Los tabúes de los polinesios salvajes, afirmó, «no están tan alejados de nosotros