que toda la empresa civilizadora depende de la claridad y honestidad con que se debatan los hechos40.
El literato y científico alemán Johann Wolfgang von Goethe advirtió esto perfectamente en su obra más célebre, Fausto. En ella, el demonio, Mefistófeles, hace una apuesta con Dios de que puede corromper a Fausto, el humano ideal, la cual Dios acepta. Finalmente, Fausto, un personaje obsesivo, incapaz de disfrutar la vida y que había llegado a despreciar las ciencias y la razón porque no podían proveerle de todo el conocimiento del universo, realiza el pacto con Mefistófeles, a quien, a cambio de su alma, le exige una vida entregada a la furia desatada de los sentimientos y las pasiones:
Se ha rasgado el hilo del pensar, hace mucho que me asquean los saberes […] Me entrego al vértigo, al placer más doloroso, al amado odio, al fastidio que reconforta. Mi pecho, que se ha sanado del ansia de saber, jamás se cerrará a ningún dolor. Quiero disfrutar dentro de mí de lo que ha disfrutado el conjunto de la humanidad41.
Ese sería el origen de la tragedia de Fausto, quien luego de rejuvenecer se enamoraría de Gretchen y la terminaría seduciendo con la ayuda de una pócima mágica. Sin quererlo, Gretchen quedaría embarazada de Fausto viéndose obligada a matar a su propio hijo debido a las circunstancias de su embarazo, crimen por el que sería apresada y luego ejecutada, a pesar de los esfuerzos de Fausto por rescatarla.
Parte de la enseñanza de Goethe en esta historia es que la naturaleza del pensar implica un compromiso con los hechos, con la idea de verdad y la razón como el instrumento para descubrirla o, al menos, para acercarse a ella. Además, se debe ser humilde, pues la verdad nunca se consigue de manera absoluta como esperaba Fausto, quien frustrado se arrojó a los brazos del demonio para buscar el conocimiento en las emociones, donde no puede encontrarse más que relativismo y caos. Por eso, el filósofo de las ciencias Karl Popper, un admirador de Goethe, afirmó que «el relativismo es uno de los muchos delitos que cometen los intelectuales. Es una traición de la razón y de la humanidad», ya que el conocimiento «consiste en la búsqueda de la verdad, la búsqueda de teorías explicativas objetivamente verdaderas»42. Es esa idea de verdad la que permite un clima de tolerancia, humildad y libertad, y no la pretensión de absolutismo subjetivista que postulan los emócratas de hoy.
La cultura del victimismo
Lamentablemente, hoy la educación que se da a niños y jóvenes apunta a todo lo contrario a lo que enseña el Fausto de Goethe. Desde la escuela en adelante, explican Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, se crea una cultura del «safetyism», sobreprotección de los niños y jóvenes, a quienes se busca resguardar cada vez más de opiniones y realidades que afecten sus sentimientos. Tres mitos, dicen los autores estadounidenses, han probado ser particularmente devastadores para la salud mental de las nuevas generaciones fundamentalmente por su disociación con la verdad. El primero es la falsa idea de que «lo que no te mata te hace más débil»; el segundo es la creencia de que siempre debes confiar en tus sentimientos, y el tercero, la visión de que la vida es un conflicto entre buenos y malos43.
El primer mito revierte la sabiduría de Nietzsche, quien sostendría que «lo que no te mata te hace más fuerte». Esto plantea un problema porque, así como el sistema inmunológico requiere de ser expuesto a agentes patógenos para fortalecerse, nuestra psiquis, explican Haidt y Lukianoff, necesita de niveles de estrés para el mismo propósito. Impedir, por lo tanto, que niños pasen malos momentos o sean expuestos a ideas que los afectan lo único que consigue es fragilizarlos psicológicamente e incapacitarlos para enfrentar los desafíos de la vida adulta44.
El segundo mito apunta a una distorsión cognitiva que los autores llaman «razonamiento emocional» y que se caracteriza por generar dañinas alteraciones en la comprensión de la verdad, la que al filtrarse por las emociones es exagerada catastróficamente y dramatizada. Como parte de la solución, Haidt y Lukianoff proponen una terapia llamada Cognitive Behavioural Therapy (CBT)45, que tiene por objeto precisamente lidiar con aquellos patrones de pensamiento irracional que generan ansiedad y depresión recurriendo a creencias más cercanas a la realidad46.
El tercer mito a que se refieren Haidt y Lukianoff, a saber, la idea de que el mundo es una lucha entre buenos y malos —pensamiento propio de las cacerías de brujas—, engendra una peligrosa actitud tribal que predispone al conflicto violento entre grupos47. A este tribalismo dedicaremos un análisis separado y más extenso en el próximo capítulo, pues constituye en sí mismo un aspecto específico y particularmente peligroso de la cosmovisión postulada por la corrección política.
Por ahora diremos que estas falsedades han sido avaladas y reforzadas por las universidades de élite anglosajonas, cuyos académicos, predominantemente de izquierda, han desarrollado toda una jerga para facilitar la fáustica entrega de los alumnos a la furia de las pasiones. En palabras de la intelectual Heather Mac Donald, las universidades a través de Estados Unidos están creando «individuos extraordinariamente frágiles que resultan dañados por la menor colisión con la vida», lo cual tendrá consecuencias duraderas48. A tal punto ha llegado este culto a la hipersensibilidad en el mundo académico, que en 2019 el College Board, entidad encargada de diseñar el SAT, uno de los exámenes de ingreso universitario en Estados Unidos, decidió incluir un «adversity score», esto es, un puntaje por «adversidad» de modo de beneficiar a aquellos postulantes que provinieran de circunstancias socioeconómicas más duras. Lo que el plan realmente pretendía, sin embargo, era dar un apoyo artificial a minorías étnicas normalmente desaventajadas, de modo que el desempeño individual fuera menos relevante a la hora de determinar los ganadores. Debido a las críticas, este programa finalmente no fue ejecutado siendo reemplazado por otro que pondría esa información a disposición de los oficiales de admisión de las universidades de modo de que puedan contemplarla a la hora de decidir a quién aceptar. Lo sintomático en este contexto es que las razones del rechazo no fueron basadas en criterios de justicia liberal, a saber, que todos deben ser sometidos al mismo estándar independientemente de sus circunstancias, sino a que resultaba casi imposible técnicamente ponerle un puntaje fijo a la «adversidad» que han sufrido las personas49.
Dentro de las universidades, esta idea de que la vida está en deuda con quienes han «sufrido» y que ese sufrimiento es constitutivo de su identidad se ha promovido en lo que la neolengua de la corrección política ha llamado «espacios seguros». Un estudiante de George Mason University los definió para The Washington Post como «un lugar donde usualmente las personas que están marginadas hasta cierto punto pueden reunirse, comunicarse, dialogar y desentrañar sus experiencias»50. Se trata, en otras palabras, de un espacio de encuentro entre supuestas víctimas, donde está prohibido disentir y poner en duda sus sentimientos, ideas o creencias y en el cual se cultiva un ánimo de intolerancia con cualquier opinión incómoda que no se ajuste a su ideología.
Ahora bien, ciertamente no es objetable que existan espacios en que personas similares compartan sus experiencias sin ser expuestas a conflicto. El problema es que las universidades constituyen instancias de reflexión y discusión de todo tipo de ideas y visiones, incluso las más desagradables, pues su compromiso es, siguiendo a Goethe, con la verdad y la razón. No es casualidad que el lema fundacional de Harvard sea «veritas» —verdad— y el de Yale «lux et veritas» —luz y verdad—. Hoy, sin embargo, la mentalidad del «espacio seguro» ha llevado a que ni en Harvard ni en Yale, ni en muchas otras universidades del mundo, exista el mismo compromiso con la verdad de antaño dado el miedo que prevalece a la reacción de los estudiantes, administrativos y académicos. En Harvard, por ejemplo, los profesores de derecho encuentran crecientes dificultades en enseñar el delito de violación debido a que muchos alegan que es demasiado traumático para los estudiantes51. Pero es peor, porque de acuerdo a muchos de sus alumnos de color, Harvard es un lugar donde campea la opresión y la discriminación. Así lo «demostró» en 2013 una estudiante afroamericana que inició un proyecto de investigación para saber precisamente cómo se sentían los estudiantes de color en la universidad. Las devastadoras conclusiones fueron viralizadas en forma de imágenes que ilustraban las experiencias de los alumnos en la plataforma Tumblr, y fueron el inicio de toda una campaña llamada «I Too Am Harvard» o «Yo también soy Harvard». Su fin era exponer el sufrimiento que implica para la gente de color convivir con otros —sobre todo blancos— en esa universidad. Según lo que declara la plataforma oficial del