Axel Kaiser

La neoinquisición


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en este campus, nuestras experiencias son devaluadas, nuestra presencia es cuestionada. Este proyecto es nuestra forma de responder, de reclamar este campus, de pararnos para decir: Estamos aquí. Este lugar es nuestro. Nosotros, también, somos Harvard»52. Lo anterior revelaría un marcado tono de victimización y exageración, ya que quienes pertenecen a Harvard forman parte de la ínfima élite mundial, asistiendo a una de las universidades más progresistas y cuidadosas con los derechos de estudiantes de color en el mundo.

       Pero si de llevar la fragilidad psicológica y la capacidad de victimizarse a niveles inverósimiles se trata, pocas universidades superan a Yale. En 2015, la profesora de psicología Erika Christakis desató la ira de los estudiantes tras instar a la burocracia de la universidad a no involucrarse en los disfraces que estos usarían para la fiesta de Halloween. Por lo visto, para Yale, los disfraces que los alumnos escogerían para dicha fiesta era, y sigue siendo, un tema de alta sensibilidad y potencialmente devastador para la comunidad universitaria. Vale la pena reproducir parte del mail enviado a los alumnos en octubre de 2015 por el Comité de Asuntos Interculturales de la universidad para hacerse una idea del nivel al que ha llegado la cultura del safetyism en Estados Unidos:

      Queridos estudiantes de Yale,

      El fin de octubre se acerca rápidamente y, junto con las hojas caídas y las noches más frescas, llegan las celebraciones de Halloween en nuestro campus y en nuestra comunidad […] Sin embargo, Halloween también es, lamentablemente, un momento en el que a veces se puede olvidar la consideración y sensibilidad normales de la mayoría de los estudiantes de Yale y se pueden tomar algunas decisiones erróneas, como el uso de tocados de plumas, turbantes, usar ‘pintura de guerra’ o modificar el tono de la piel o usar la cara negra o la cara roja […] esperamos que las personas eviten activamente aquellas circunstancias que amenazan nuestro sentido de comunidad o que no respeten, alienen o ridiculicen a segmentos de nuestra población por motivos de raza, nacionalidad o creencia religiosa o expresión de género. Las elecciones culturalmente inconscientes o insensibles hechas por algunos miembros de nuestra comunidad en el pasado no solo se han dirigido a un grupo cultural, sino que han impactado en las creencias religiosas, nativos americanos/indígenas, estratos socioeconómicos, asiáticos, hispanos/latinos, mujeres, musulmanes, etc. En muchos casos, el estudiante que usa el disfraz no tiene intención de ofender, pero sus acciones o falta de previsión han enviado un mensaje mucho mayor que cualquier disculpa después del hecho...53.

       Luego de afirmar que «existe una creciente preocupación nacional en los campus universitarios sobre estos temas» y alentar «a los estudiantes de Yale a que se tomen el tiempo para considerar sus disfraces y el impacto que puede tener» los administrativos ofrecieron un catálogo de indicaciones sobre cómo decidir un asunto tan complejo:

      Por lo tanto, si planea disfrazarse para Halloween o asistir a alguna reunión social planeada para el fin de semana, hágase estas preguntas antes de decidir sobre su elección de disfraz:

      ¿Lleva un disfraz divertido? ¿El humor se basa en ‘burlarse’ de personas reales, rasgos humanos o culturas?

      ¿Lleva un traje histórico? Si este traje pretende ser histórico, ¿es más información errónea o inexactitudes históricas y culturales?

      ¿Lleva un traje ‘cultural’? ¿Este traje reduce las diferencias culturales a bromas o estereotipos?

      ¿Lleva un traje ‘religioso’? ¿Este disfraz se burla o menosprecia la profunda tradición de fe de alguien?

      ¿Podría alguien ofenderse con tu disfraz y por qué?

       La historia de los disfraces de Halloween adquirió un cariz violento, con protestas masivas que finalmente terminaron en la renuncia de Christakis y de su marido Nicholas, también profesor de la universidad, que se desempeñaba como encargado del campus donde ocurrieron los hechos y quien osó cometer el «crimen» de sugerir que si a alguien le molestaba un disfraz lo conversara con la persona o mirara para otro lado. El video del encuentro entre Nicholas Christakis, que fue encarado y rodeado por un grupo de estudiantes que le exigía que se disculpara, muestra la histeria a la que se está llegando en las instituciones educacionales de élite estadounidenses. Luego de callarlo con un grito, una alumna le espetó que su rol como Master del college en que vivían ellos era «crear un lugar de confort, un hogar para los estudiantes». Al manifestarse en desacuerdo, la alumna le gritó a la cara: «¿Entonces por qué carajo aceptaste la posición? ¡¿Quién diablos te contrató?! ¡Deberías renunciar! Si eso es lo que piensas de ser un maestro, ¡debes renunciar! ¡No se trata de crear un espacio intelectual! ¡No lo es! ¿Entiendes eso? Se trata de crear un hogar aquí. ¡No estás haciendo eso!... ¡No deberías dormir en la noche!, ¡eres un asco!»54.

       Peor aún sería el hecho de que el nivel de agresión al que se vieron expuestos los Chrsitakis por intentar introducir un mínimo de sentido común en un ambiente patológico no fuera condenado por las autoridades universitarias sino celebrado. En lugar de expulsar o sancionar a los alumnos y proteger a los profesores, el presidente de Yale, Peter Salovey, anunció que la universidad haría aún más esfuerzos por incrementar la diversidad en la burocracia universitaria y daría más apoyo a los centros culturales de los campus. El tono de la reacción de Salovey es un buen reflejo del tipo de sentimentalismo o distorsión de la realidad que se ha tomado la esfera pública al más alto nivel: «En mis treinta y cinco años en este campus —escribió— nunca me han movido, desafiado y alentado simultáneamente por nuestra comunidad, y todas las promesas que encarna, como en las últimas dos semanas»55. Enseguida, agregó que había «escuchado las expresiones de aquellos que no se sienten totalmente incluidos en Yale, muchos de los cuales han descrito experiencias de aislamiento e incluso de hostilidad durante su estancia aquí», concluyendo que era la universidad la que tenía que cambiar y no los estudiantes, cada vez más fragilizados, incapacitados de tolerar una opinión diferente y violentos: «Está claro que debemos realizar cambios significativos para que todos los miembros de nuestra comunidad se sientan realmente bienvenidos y puedan participar por igual en las actividades de la universidad, y para reafirmar y reforzar nuestro compromiso con un campus donde el odio y la discriminación nunca se toleran». Toda esta declaración producto de unos disfraces de Halloween.

       Este no ha sido el único episodio que da cuenta de la progresiva decadencia de la educación en Estados Unidos. Otro que vale la pena mencionar se produjo en 2015 en el Pierson College de la misma universidad de Yale, cuando alumnos de color se quejaron de que la palabra «Master» con la que históricamente se ha denominado al encargado del college les traía a la memoria la forma en que los esclavos se referían a sus dueños en el sur de Estados Unidos. Ante la queja de los estudiantes, el Master del Pierson College accedió a eliminar el uso del título argumentando que él debía crear un ambiente de bienvenida para los estudiantes de color en una universidad dominada por la cultura blanca anglosajona y masculina, cuyas tradiciones podían resultar ofensivas para minorías. La decisión unilateral fue tomada a pesar de que, como cualquier persona con un mínimo de conocimiento sabe, el título «Master» en el contexto de una universidad significa algo enteramente distinto a lo que significaba en los tiempos de la esclavitud. Peor aún, luego de la decisión del administrativo de Pierson College, la universidad completa anunció que ya no utilizaría más dicho título para referirse a los directores de los college. Esta anécdota fue relatada con alarma por el ex decano de derecho de Yale y profesor de esa universidad Athony Kronman en la introducción de su libro The Assault on American Excellence. Según Kronman, entre muchas otras, ella refleja el ataque que está teniendo lugar en contra del principio de excelencia —y de las jerarquías que este supone— de manos de activistas e ideólogos igualitaristas en Estados Unidos. En el fondo se trata de una visión radical que impide reconocer, aun en casos específicos como la universidad, un espíritu aristocrático según el cual algunas personas se encumbran por sobre otras en un sentido integral. Kronman explica que esto es grave ya que pequeñas islas de aristocracia son fundamentales por dos razones: por la belleza de lo que estas protegen y porque la democracia depende de la independencia de pensamiento cultivada por la excelencia de universidades como Yale. En consecuencia, señala Kronman refiriéndose a las universidades, «un ataque a la idea de la aristocracia dentro de ellas perjudica no solo a los pocos que viven y trabajan en el espacio privilegiado que ofrecen, sino a todos los que,