neurosis, por lo cual los enfermos se sienten concernidos, aliviados y comprendidos por la teoría de Adler (compadecidos también, puntualizó Tausk). Pero este tratamiento se interrumpe antes de alcanzar la neurosis propiamente dicha, mientras que en Freud, en lugar de producirse prontos sentimientos de alivio, nos encontramos con la aparición de resistencias. En este sentido, el libro de Adler hace bien en conformarse con su título: Über den nervöse Charakter [Acerca del carácter nervioso].
De hecho, los métodos terapéuticos de Freud y Adler son tan distintos entre sí como el bisturí y la pomada. Al no considerar Adler más que aquello que es fisiológico y lógico, renuncia eo ipso a modificar un estado inconsciente fisiológicamente fundamentado y lógicamente interpretado. El arrangement, por ejemplo, fruto de la sobrecompensación orgullosa de quien padece una minusvalía física, como defensa frente a la humillación que le supone el compararse con los demás, hace posible que podamos detectar tal arrangement como lo que en realidad es; pero el hecho de que este exagerado amor propio tenga su raíz en una actitud sexual perturbada hacia los demás, es algo que no puede llegar a hacerse consciente, pues se sitúa, precisamente, por debajo de los arrangements de la consciencia. El tajante alejamiento de la «realidad», característico de los neuróticos, opinión también compartida por Adler, es algo que limita, en cierto modo, su propia visión de las cosas. Quiere convertir las cosas reales en símiles (algo que la persona normal realiza constantemente y con provecho al apoyarse en su propia naturaleza), pero bajo mano, el arrangeur, la personalidad en cuestión, se convierte en ficción de sí misma, no dispone ya de sí, no le queda más que abrirse paso con ella al igual que sucede con el «como si» de sus arrangements. Pues se ignora y omite esta capa de auténticas conquistas freudianas a partir de las cuales asciende hasta el yo, cuyo carácter inconsciente toma como base de sus interpretaciones conscientes a despecho de su extensa realidad.
Por ello no pudo convencerme Adler algunos días después (el 9 de diciembre), en el curso de una disputa personal, a pesar de que dio muestras de ingenio afirmando que era lo mismo lo que manifestaba el cuerpo a través de sus órganos que el yo con sus expresiones lógicas, y que, en consecuencia, no existía ningún espacio intermedio para la teoría de la libido.51 Tuve la sensación de que su defecto es precisamente su falta de intuición.
Discutimos hasta calentarnos los cascos atravesando finalmente las calles a todo correr. Me conmovió el que me acompañara fielmente.
VISITA A FREUD
Ciencias de la naturaleza. Ciencias del espíritu
(domingo, 8 de diciembre de 1912)
Visita a Freud, el domingo por la tarde; muy agradable para mí, ya que pudimos hablar de todos aquellos aspectos en los que yo creía que existían divergencias entre nosotros y en los que estamos más de acuerdo, en realidad, de lo que parece. Es muy distinto ver cómo Freud piensa y trabaja a verse limitado a la lectura de sus obras, a pesar de que su personalidad esté claramente reflejada en sus libros. Hablamos también de la clase del día anterior y me confesó que algunos puntos habían sido simplificados en atención al numeroso público asistente. Así, cuando en el caso de la matrona habló de libido cuantitativamente aumentada, lo hizo sin mencionar otros factores que intervenían también en su falta de dominio, tales como la discriminación social, la humillación del sentimiento de sí misma, etcétera: a pesar de que éstos hubieran podido causar la derrota, incluso con un menor quantum de libido. (Por ello, la interpelación de Tausk en la escalera también me pareció justa, cuando en lugar de todo esto preguntaba por las modificaciones cualitativas de la libido). No estoy muy segura de que tales «simplificaciones» no encierren un gran peligro, y esto sin hablar de que podrían dar, en apariencia, la razón a Adler bajo forma de un «silencio mortal de las pulsaciones del yo, de las pulsiones de poder». Peligrosas ante todo porque las objeciones científicas quedarían así justificadas, es decir, que toda la diferencia existente entre ciencia de la naturaleza y ciencia del espíritu, algo así como entre química y psicología, se nos muestra aquí en toda su magnitud al tratarse de una diferencia entre cosas cuantitativamente mesurables y no mesurables, es decir, únicamente caracterizables cualitativamente. Esta diferenciación es tan importante que debe remitir necesariamente al método. En otras palabras: en la aplicación de métodos físicos a la psicología no puede olvidarse, ni por un instante, que se opera más que con meras analogías. Esto no puede ser modificado, pues, todo lo que pretende ser demostrado científicamente debe basarse directamente en la explicación lógica mecanicista; no obstante, el carácter impropio de toda ciencia del espíritu debe ser tenido en cuenta. Ello no puede verse mejor que en las investigaciones freudianas; si tomamos la fisiología, o la psicofísica, tan influida por la anterior, veremos cómo se omite fácilmente el reconocimiento de cuanto de acientífico se introduce en ella aunque no sea más que a través del propio concepto de vida; el inc. de Freud nos recuerda más que cualquier otra cosa que utilicemos que es imposible escapar de ello por muchas palancas y retortas. El hecho mismo de que no podamos captarlo más que a través de lo patológico es en sí una prueba de su indivisibilidad, de su totalidad, que no desaparece ni en nuestras actividades individuales más vivas. Freud puede evitar así completamente toda especulación y limitarse a los descubrimientos prácticos: por ello los eleva más allá de las meras disputas de opinión, aunque no fueran más que la suya propia. Aquello que vale para toda ciencia del espíritu, resulta también válido aquí en mayor grado, a saber: que tan sólo conocemos aquello que vivimos.
BALADAS DEL SUR DE ESLAVIA
Tausk me las ha traído traducidas. Está la poesía de la que Goethe dijo a Eckermann era la más hermosa que jamás hubiera conocido52 (o algo parecido). No es suficiente sin embargo decir que es hermosa: llena directamente de alegría. Uno no reacciona con juicio, sino con alegría.
El entusiasmo que sentimos ante la brutalidad y la crueldad de estas gentes —que corresponden a sus dimensiones—, no responde al encanto nietzscheriano ante la «bestia rubia», ante la fuerza primitiva, sino a que esta fuerza originaria es ya muy consciente de sí, conoce la existencia de la jerarquía, de las inhibiciones, de los «pecados» —pero que «peca» de forma prometeica—. (El acto naïf, en el sentido del animal no domesticado, tampoco existe en el «salvaje», ser humano completamente sometido al ceremonial religioso). Los abusos de poder y las rebeliones se producen precisamente en la suposición de que tendrán unas consecuencias infinitamente más positivas y más directas que nuestros lejanos castigos infernales o que la forma más próxima, aunque algo platónica, de los remordimientos; ya que, en la medida en que para estas personas el pecado es algo real, dependen todavía del «acontecer» universal y se vengan, pues, del mismo. El pecador se convierte así, al mismo tiempo, en héroe, ya que se entrega al pecado, paga, se sacrifica y conoce el éxtasis, compañero de los actos y sacrificios más elevados.
Por todo ello, estos hombres deben tener una actitud totalmente distinta respecto a la represión. Lo que toma su venganza en el acto no puede, en cierto modo, ser reprimido, sino que permanece en el contexto del desarrollo natural cotidiano: de este modo, cada uno se mantiene, de buen grado o no, igual a sí mismo. La cobardía, a su vez, no crece más que allí donde puede encontrar refugio —y admitimos que los animales de las llanuras son más valientes en sus actos y en su vida que los que se ocultan en las montañas.
A tal respecto, me planteo siempre un mismo problema, que no ha sido discutido nunca, creo yo que injustamente, por el psicoanálisis. A saber, que al liberarse conscientemente algunas partes reprimidas y atrapadas, el proceso normal exigiría su recaída inmediata en el inconsciente a fin de alcanzar plenamente su actividad a través de su fuerza natural liberada: del mismo modo que unas plantas que se pudren o que se convierten en polvo vuelven a la actividad, devueltas al suelo en forma de humus, sin el cual aquel sería hierro y estéril. Nos imaginamos el psiquismo normal como un vaso de agua clara con flores bien cortadas y ordenadas, y olvidamos la oscura tierra en la que crecen sus raíces: de tal modo que el hombre del futuro aparece casi como «esterilizado» de su inconsciente y lo menos fecundo posible en lo tocante a su espíritu y a su cuerpo. Nos sentimos tan a gusto con la auténtica poesía popular porque no nos aporta algo esterilizado, sino que irreflexivamente evoca en nuestro interior todo aquello que hace que nosotros, seres humanos, vivamos,