Lou-Andreas Salomé

Aprendiendo con Freud


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que nuestros poetas «versados en psicología» han abandonado hace ya tiempo. La poesía primitiva se consagra con todo su temperamento personal a los fenómenos y a sus consecuencias, sin pactar con la ciencia, la cual, por otra parte, aprendió de ella lo que es abstraer. En este sentido popular el pensamiento se corresponde plenamente con la posición psicoanalítica al recurrir ambas a tipificaciones basadas en opciones de base, no por un razonamiento afectivo o moral sino precisamente por todo lo contrario, en un intento por conseguir la máxima pureza haciendo derivar lo individual de sus conexiones objetivas; el pensamiento popular, por su parte, se estanca en las simplificaciones que se derivan de sus percepciones subjetivas.

      Ahora bien, también podría objetarse que lo que se hace visible a través de las determinaciones,53 del psicoanálisis lo es únicamente en uno de sus aspectos, no en su totalidad; sólo por el lado vuelto hacia nosotros (por ejemplo, la historia de nuestra vida, etcétera). En la medida en que todo ello no representa sino un fragmento de lo acontecido, es decir, que sólo existe por ser al mismo tiempo acontecimiento y elemento del otro lado (apartado de nuestra subjetividad), somos aceptados allí aunque de muy distinta forma, y estamos enraizados y florecemos, del mismo modo a como estas determinaciones hacen posible que lo reconozcamos en nosotros. Precisamente el inconsciente nos ha mostrado en qué medida «somos» algo más de lo que somos «nosotros», y a fin de cuentas, es en lo más profundo de sus límites donde termina, no ya el razonamiento afectivo, sino que, junto con él acaba también el juicio fáctico. Y, a este nivel, podemos pensar que el hombre arcaico, de espíritu ingenuo, lleva a cabo algo más que una «conexión interpretativa» al instalarse involuntariamente y sin personalismos en el hecho que ha sucedido a la vez en él y en su entorno («haciéndolo reaccionar y condicionándolo») como sucede en el gran Uno-y-el-mismo. Entonces puede parecer momentáneamente como muy activo y pensativo. Y es sin duda algo de esto lo que nos afecta tan profundamente de estas «acciones pecaminosas» de las baladas del sur de Eslavia: una forma de actuar que sentimos como la existencia misma, que no exige justificación ni excepcionalidad alguna, accediendo simplemente a aquello que constituye junto a la acción misma, la eterna realidad de lo sucedido, aunque las consecuencias de la acción puedan ser el aniquilamiento.

      ADLER Y FREUD

       (lunes, 9 de diciembre de 1912)

      Adler me escribe quejándose de la «infidelidad» de Stekel, lo cual no deja de tener gracia; no hubiera podido probarse más rápidamente. Pero también se lamenta sobre la mía, y ahí lleva razón. Nos hemos encontrado y hemos estado hablando y callejeando por espacio de dos horas. De hecho, es fácil comprender lo que parece diferenciar a Adler y Freud; el «sentimiento de inferioridad» de Adler contiene en sí mismo una «represión primitiva», la experiencia de una humillación fundamental, mientras que «la represión» de Freud remite a un material, por así decir, psicologizado, que ya ha aparecido en la consciencia. Decir que este material es «sexual» es únicamente posible bajo la condición de que lo distingamos de lo «espiritual»: los dos van siempre juntos y aparecen de forma ambivalente. Por otra parte, cuando Adler insiste en la «protesta del yo», ésta crece únicamente a partir de la supresión de un encadenamiento general mal definido, es decir, de lo sexual en cualquier caso. El criterio es, pues, que se puede describir desde dos lados, del psíquico y del físico, y que aquí todas las alteraciones y las neurosis se entrecruzan como en un punto de intersección que simboliza la totalidad. Pero Freud es el único que ha ideado para ello la expresión «compromiso»,54 el único que ha hecho justicia a la doble naturaleza de este proceso, importando poco que haya insistido básicamente en el aspecto sexual (particularmente al principio porque se dedicaba al estudio de la histeria). Ha sido el único en descubrir el espacio intermedio del trabajo psíquico inconsciente, el único en haber dejado un lugar para los positivos mecanismos que allí discurren y es de ello de lo que se trata. Porque de ello depende no sólo la simple explicación de la enfermedad: proscrito por ella sólo percibimos borrosamente ese otro lado y el camino que lleva al misterio del inconsciente normal, en donde reposan la sexualidad y el yo unidos aún narcisísticamente y donde reside nuestro auténtico enigma. Para Adler, en cambio, no puede existir, estrictamente hablando, ningún misterio: su yo se eleva tan sólo sobre su propio juego y no se ve enfrentado a enigma55 alguno.

      COLOQUIO VESPERTINO

       Lo personal en filosofía

       (Miércoles, 11 de diciembre de 1912)

      Se ha alabado demasiado la conferencia pronunciada por Winterstein;56 incluso, se le ha recompensado con una salva de aplausos y gritos de bravo. Y ello gracias a que no jugó limpio, tal y como suele suceder en tantas y tantas conferencias, alcanzándose como resultado la más absoluta confusión en torno a la cuestión prioritaria, pues todos beben en las mismas fuentes.

      Algunos pasajes francamente buenos: por ejemplo, la consideración de hasta que punto la libido se extendía originariamente sobre todo y sobre todos, hasta que, a expensas del todo, se intensificó en individuos aislados (alcanzando el concepto de amor propiamente dicho) de tal manera que ahora cosas diversas que en el pasado fueron hechos, ya no nos parecen más que simples símbolos.

      Al término, observó Freud que quizá pudiéramos explicar la consciencia —en comparación con la actividad de los sentidos en relación con el mundo exterior— como aquello capaz de crear cualidades a partir de adquisiciones cuantitativas.

      Su segunda observación fue característica y me llenó de contento: si tuviera que pronunciarse, a lo que menos objetaría sería a que se le asociara en el terreno de la filosofía a un cierto dualismo. Quien como Freud elimina la filosofía de su campo de acción, se afirma filosóficamente en el rechazo de la palabrería monista, y en la consideración de las amplias y profundas posibilidades empíricas que le son ofrecidas por una perspectiva dualista.

      La opción de Winterstein tenía esencialmente por objeto el demostrar que el problema del psicoanálisis consiste en probar a la filosofía que los sistemas derivan de la naturaleza misma de sus autores,57 y que ello puede ser inferido psicoanalíticamente. Admitámoslo. Pero también podemos añadir lo siguiente: el que alguna cosa pueda ser considerada como producto de la personalidad, y que con ello se limite su valor de verdad objetiva significa, en la actualidad, algo muy distinto a lo que podía significar en el pasado, cuando se utilizaban estos argumentos para oponerse a las exigencias y a la arrogancia de las verdades metafísicas. La personalidad es reconocida hoy en día como un factor decisivo incluso en la formulación del pensamiento más abstracto, y se ha convertido, sin perder por completo su carácter personal, en algo más amplio y capaz de aceptar la parte de verdad que debe ser asumida algo más objetivamente. El modo como las cosas son reconocidas —aparentemente de modo subjetivo— y también degustadas, experimentadas o realizadas, es decir, creadas para la propia vida, se ha convertido ya en un procedimiento y adquirimos la idea de que esta valoración (de apariencia puramente personal) de la verdad no se halla tampoco tan alejada de la realidad como pudimos creer en momentos de sobrevaloración del pensamiento lógico; y del mismo modo a como lo afectivo es necesario para la representación y la comprensión lógica porque fija nuestra atención, también a la inversa, los valores permanentes, los valores vitales personalmente aprehensibles nos descubren conocimientos del ser.

      En ninguna época que no fuera la del psicoanálisis hubiera podido abrirse paso una opinión semejante, pues nunca como hoy hemos sentido nuestro conocimiento como algo tan relacionado con lo que nosotros somos, ni nuestro ser se ha visto tan aligerado de las limitaciones estrechamente personales, y es por ello que puede seguirnos hasta penetrar con nosotros en esa enorme profundidad, tan indisolublemente unida a la vida, que no podemos distinguir de nosotros mismos. El viejo precepto filosófico: «¡Conócete a ti mismo!», no es ya un problema ético, sino vital, y no problematiza el conocimiento de lo que debe ser, sino el Ser mismo. Diariamente en el ambulatorio de neurología con Tausk, gracias a la gentileza de Frank-Hochwart (director de la Clínica Neurológica) que nos permite analizar de 9 a 1; en bata blanca. Escalofriante el caso de la paranoica. Aunque Tausk se esforzó infructuosamente por conseguir un aplazamiento, ya está en el manicomio.

      CURSO (VII)

       Terapia de las neurosis.