de Navidad, para mayor descanso de Freud; incluso se ha confundido y ha dicho: final del semestre.
Sobre terapia de las neurosis; ha alcanzado su objetivo cuando el beneficio de placer de la neurosis se ha vuelto innecesario. Involuntariamente se tiende a pensar: si la neurosis se fundamenta en la ganancia de placer ello proviene de que se manifiesta psíquicamente: tenemos la impresión de que las enfermedades orgánicas existen independientemente de nosotros, y que tan sólo benefician al tumor o a la esclerosis, pero no a nosotros mismos; por el contrario, las más increíbles e inútiles formaciones y transformaciones psíquicas no constituyen más que una forma de imposición de «nosotros mismos», y, consecuentemente, el intento de curación significará en primer término una derrota y depresión nuestra. Incluso la vida psíquica más afectada por la enfermedad es a pesar de todo «vida» en todo su milagroso significado y no podemos influir violentamente sobre ella —es decir, incidir desde el exterior— en su intimidad sin dañarla y limitarla, al menos en apariencia. Respecto a la transferencia.58 No debe actuar tan sólo como mera sugestión ya que ésta se halla limitada por la ambivalencia neurótica: es por ello que resulta necesario que el psicoanálisis haga posible el acceso a la consciencia y a la comunicación, lo que se consigue con ayuda de la transferencia pues ésta contribuye al debilitamiento de las resistencias; por otra parte, la sola concienciación no basta, pues su utilización afectiva no alcanza a ser aprovechada más que en virtud de la transferencia, de la convicción. Freud traduce aquí «transferencia» por «respeto, inclinación», incluso cuando se refiere a la transferencia sobre un objeto paterno; no menciona la raíz sexual, que tanto sorprendió a Bjerre59 hasta el punto de hacerle rechazar toda la teoría de la transferencia. Creo que: el origen sexual, que goza de todas las simpatías, tendrá muy especiales brotes en el neurótico, pues éste regresa a lo infantil y de este modo alcanza finalmente el punto en el que las raíces psíquicas surgen del terreno de lo físico.
Lo que piensa Freud, es decir, que lo intelectual depende de lo afectivo podría verse ampliado diciendo que todo aquello que llamamos genial surge del hundimiento de las resistencias afectivas. La persona más banal no tendría que superar ninguna; el neurótico no se hallaría en condiciones de hacerlo; para el hombre creador, por el contrario, la creatividad resulta del constante incremento de los procesos del trabajo espiritual por el debilitamiento de su estructura. Del mismo modo que la enfermedad debe tender a su curación, la salud debería exponerse con optimismo al riesgo de verse debilitada y por sí misma transformada, ya que las barreras y los muros comprometen tanto los aspectos más íntimos de nuestra vida como puedan hacerlo los abismos, y caso de morir petrificado o destrozado, el resultado final será siempre el mismo: la muerte. Pero en lugar del dolor y de la necesidad que pueden arrastrar al neurótico a la curación, el hombre sano conserva su temor al sufrimiento, y ello constituye su «triste placer», a pesar de que la vida no es algo «vivo» más que allí donde no existe placer, sino procreación, es decir, donde tiene lugar una síntesis de dolor y felicidad, de desesperación y de éxtasis.
EL ANALISTA Y EL ANALIZADO
Tausk afirma (y el único que comparte su opinión es Gebsattel)60 que el tratamiento psicoanalítico aliena al que lo recibe (pero la mayoría insiste en la facilidad de la contratransferencia sexual)61 y que la fragmentación de la labor, además, no favorece tampoco una visión personal de conjunto. Ello proviene, naturalmente, de dos causas fundamentales: en primer lugar, de que el bisturí del cirujano nunca ha contribuido a embellecer un rostro, y en segundo lugar, a que el descubrimiento de las capas más profundas conlleva la disolución de la expresión personal en manifestaciones comunes y corrientes; además de una anatomía común, también poseemos un inconsciente común (lo que despierta también simpatía, aunque de distinta manera). Pero creo que existe un tercer motivo que subyace al método que aplicamos. Me refiero a la contradicción (inmodificable) inherente a la utilización de un método tomado de las «ciencias» —procedimiento de clarificación lógica por medio del cual intentamos aprender el mundo exterior— y que aplicamos a las manifestaciones inmediatas de nuestra más profunda interioridad. Ya que no se trata de un examen psíquico exterior, en cierto modo de «psicología», sino el registro y constatación «viva» de la espontaneidad del proceso. En ello colabora el analizado, pero menos por lo que reconoce que por sus mismos actos. Ello hace que resulte artificial hablar de «determinación» cuando resulta decisiva la totalidad, pues la vida no puede vivirse como tal más que como totalidad, y aquí se la somete a un método que no le corresponde pues la descompone en cada uno de los eslabones de la cadena. En esta situación, cada uno de ellos niega en consecuencia en su misma vitalidad la brillante expresión que pronunciara Nietzsche: «todo el linaje humano, con inclusión de uno mismo».62
Además de las resistencias derivadas del contenido a analizar y de los aspectos enfermos que se oponen a su aislamiento, existe una particular resistencia que radica en lo puramente formal, en la forma de totalidad interior de que es poseedor el ser humano. Pudiera ocurrir que esta resistencia se manifestara con mayor fuerza en el individuo sano y que fuera necesaria en consecuencia una transferencia muy fuerte que obrara como fuerza opuesta, ya que en ese instante, tan sólo puede confiarse plenamente en la salvación que ofrece la integridad del otro presente como garantía consoladora.
La gran ventaja que supone el atender a la vida psíquica en sus propias formas de explicarse, en lugar de hacerlo de modo entremezclado con interpretaciones parcial o totalmente fisiológicas que le son extrañas, posee también sus límites en el hecho de que nos vemos precisados a transformar esos resultados en beneficio de una representación lógicamente orientada e instruida por la contemplación del mundo exterior. Y ella es también la razón por la cual el ser humano que hemos dispuesto por medio del análisis no se nos aproxime a su término con más simpatía que al principio, sino que, por el contrario, se nos oculte de nuevo hasta cierto punto. Si el método pudiera ser otro, cosa desgraciadamente imposible, es decir, si pudiéramos acceder al analizado en su totalidad del mismo modo a como accedemos a sus fragmentos, entonces no tropezaríamos con la monotonía de unos pocos motivos fundamentales que es donde halla el análisis el punto final de la profundidad inconsciente, sino que nos hundiríamos aún más en el milagro silencioso y sagrado de un mundo que también es el nuestro y que se nos muestra inagotable precisamente por su misma comunidad.
Los últimos efectos no recaerán sobre el enfermo lleno de culpabilidad, que en el mejor de los casos estará próximo a la curación, sino sobre ese inocente universalismo63 que se verá así recubierto por el blanco manto resplandeciente (del «narcisismo») por encima de una desnudez de estructura demasiado humana. Allí donde se ven arrancados tantos disfraces y se ven destruidos tantos hechos falsamente idealizados, tendríamos que poder seguir juntos un camino lo suficientemente largo que nos permitiera alcanzar el lugar en el que el individuo pueda sentirse disminuido, sin ningún inconveniente, viendo cómo se desvelan sus ridículas ambiciones, ya que está regresando a sus propios orígenes y recuperando su valor total, que se conserva intacto y a partir del cual el único juicio que nos es posible emitir es el de que: «no saben lo que hacen».
Tausk comentaba hace poco la casi exclusiva participación de judíos en los progresos del psicoanálisis, y añadía que era comprensible que resultara más visible la estructura interna de los viejos y ruinosos palacios a través de las grietas abiertas en sus muros que invitan a la investigación de su interior, que no modernos edificios que sólo atraen nuestra atención por las líneas y colores de sus bellas y pulidas fachadas.
SPINOZA
No es difícil encontrar ya desde los primeros años la expresión de las interioridades más íntimas, y ello vale también para Tausk en relación con Spinoza y el ensayo64 escrito por él en 1907. Hay que destacar también el hecho de que entonces no hubiera leído o no conociera a Spinoza en su totalidad: ocurre con Spinoza que basta la lectura de alguna de sus páginas para poder decidir si uno forma parte de los suyos o no, mientras que monumentales trabajos de interpretación escritos sobre él tienen como punto de partida los más doctos errores. Pues pensar como él no significa en absoluto adoptar un sistema, sino —«pensar».
Por otra parte, la palabra «representación» que en los coloquios de los miércoles atribuí a Tausk, me resulta