Lou-Andreas Salomé

Aprendiendo con Freud


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con bríos, quizá desmesurados, y demasiado satisfecho de su viaje a Múnich44 en relación con la revista de Stekel (y por cuya causa tuvo que suspenderse la sesión del sábado). ¿Es tan seguro el acuerdo con Jung como se dio a entender oficialmente el miércoles? Desde entonces tenemos que comportarnos «políticamente» con respecto al tema Jung pero en realidad Múnich ha significado la ruptura.

      CURSO (V)

       Sueño de deseo. Repulsión y sexualidad

       (sábado, 50 de noviembre de 1912)

      Freud señala el por qué no debe asimilarse la denominación «sueño de deseo», sueño de satisfacción del deseo45 a la de contenidos del sueño (confesiones, advertencias, proyectos, etcétera), o por lo menos sólo del mismo modo a como nos referimos inadecuadamente a «médicos de mujeres» o «médicos del estómago». Sin embargo, creo que la expresión «satisfacción del deseo» suena demasiado acabada, y que por ello mismo se presta a equívocos; su matiz, al igual que ocurre con toda la terminología freudiana, resulta excesivamente definido, exageradamente fuerte y claro; tras ese «deseo», azul como el anochecer y preñado de nostalgia, se oculta algo mucho más claro y translúcido: nuestro ser original mismo, del que se han desprendido las reflexiones de la vigilia y que se realiza en el silencio de nuestro sueño.

      Se habló de «la terquedad y el erotismo anal».46 El «carácter anal» fue presentado como «resultado de la sexualidad» pero se lo relacionó demasiado superficialmente con castigos recibidos en dicha zona. Esto puede llamar a engaño ya que el erotismo anal es algo ligado a problemas mucho más complejos. El excesivo colorido de la misma palabra es algo que dificulta su investigación, como si las personas pudieran sobrepasar los tonos entre amarillos y castaños que parecen caracterizarlo. Provenimos de la tierra, y en ella también se hallan los orígenes de nuestro carácter y de nuestra sexualidad; y la tierra es también el tamiz a través del cual puede filtrarse el producto más sucio hasta alcanzar la calidad más depurada, superior, si cabe, a la que podrían ofrecer los filtros más perfectos, dejando así que se abran paso hasta nosotros los manantiales más cristalinos. Es interesante reseñar como la repulsión más sana —y hasta cierto punto la única repulsión «sana» y natural— común a todos nosotros es precisamente la ligada a lo concerniente al auténtico origen del hombre (de forma parecida a como ocurre en el bello comentario de Freud a la leyenda de Macduff,47 en la que la angustia más primitiva y acaso prototípica se halla referida al proceso de nacer, al nacimiento mismo). Todas las repulsiones del neurótico no son más que la imagen agrandada de esa repulsión inicial, mostrándonos así la profunda relación que existe entre lo valioso y lo carente de valor, entre lo «malo» y «malvado» y lo mejor y lo más creativo que integran toda conducta humana. Pocas consideraciones «éticas» y «estéticas» hay que no tengan aquí sus más profundas raíces.

      Pero es interesante también el que la primera y más imperiosa de las repulsiones aleje, desde el primer momento, de la sexualidad. Ello constituye un problema por sí mismo. También cuando esta repulsión aparece relacionada con lo anal como resultado de la represión (educación), es algo que todos aceptamos unánimemente como propio de la evolución natural, por otra parte exclusivamente humana. Aquí reside naturalmente un problema. La sexualidad humana normal alcanzaría su madurez únicamente desde el momento en que se la distingue de la excreción de lo inorgánico.

      MASCULINO Y FEMENINO

      Un par de veces he asistido, invitada por Swoboda, a sus lecciones. Sin embargo, no va más allá del contenido de sus escritos, que conozco bien: posee un espíritu rico, quizá demasiado rico; el deseo de riqueza espiritual no lleva nunca a alcanzar la meta de un pensamiento; ello sólo es posible si se aspira a simplificar.

      De las leyes de la periodicidad enunciadas por Swoboda pudiera quizá decirse que se nos muestran, sobre todo, en la normalidad, mientras que brillan por su ausencia en lo patológico. El inconsciente, que se considera reprimido, queda como aprisionado en la conciencia. Por una parte, su presencia es constante aunque sólo se nos muestre su perfil, parcial y perturbador, mientras que por otra nunca llega a expresarse plenamente, oscilando rítmicamente su intensidad entre el aumento y el descenso. Así podrían concebirse unidos Freud y Swoboda, o Freud y Fliess.

      El esfuerzo de Weininger48 por definir más adecuadamente lo M y lo F me parece estéril: aquello que puede enlazar opuestos (para producir un niño u obra) es MF; el resto no son sino estadios intermedios conducentes a las disidencias «turbulentamente receptivas» de que habla Swoboda.

      Creo que precisamente porque lo masculino y lo femenino son componentes fundamentales de toda vida, sólo es a partir de cierto punto que se constituyen recíprocamente como hombre y mujer. La tan traída y llevada «lucha de los sexos» en el amor proviene, en parte, simplemente de que se confundan los conceptos primarios de sexo con la figura de seres humanos vivientes. Y precisamente en el amor, es decir, durante la más extrema unilateralidad sexual, donde la mujer parece convertirse auténticamente en mujer y el hombre en hombre, despierta a un tiempo, en cada uno de los sexos, el recuerdo de su propia duplicidad como consecuencia de la profunda compenetración, comprensión y ampliación mutuas. El amor se convierte en «entrega», nos damos a nosotros mismos, y nos hacemos más presentes, más vastos, más estrechamente unidos a nosotros mismos; y no otra cosa es su auténtico efecto, su efecto de vida y de alegría. Ello es también válido para la segunda cara de nuestro ser (masculina o femenina), habituada a vegetar o a estar reprimida en su lucha por la existencia, y considerada como carente de cualquier derecho; al darnos, nos obtenemos plenamente en la imagen del ser amado, ¡algo aparentemente sencillo!

      Encuentro que toda relación profunda o humanamente valiosa posee este carácter, y que es de una gran banalidad el apreciar únicamente las particularidades correspondientes a los sexos, de cuyo combate no resta sino una última palabra: la victoria del uno sobre el otro. Es por ello que los hombres se expresan en horribles «mitades», en hombres insensibles, cuyo propio dominio no llega ni siquiera a constituir una experiencia, y en mujeres pisoteadas y que algunas veces, para su propia sorpresa, florecen una vez convertidas en viudas, es decir, sólo entonces llegan a convertirse en el refugio encantador que hubieran podido suponer para un hombre. No es más que por un doble cambio de naturaleza entre lo masculino y lo femenino que dos seres llegan a ser más que uno solo y que dejar de poseer como objetivo el dirigirse el uno contra el otro (como estas pobres mitades que precisan de su unión para constituir un todo), para pasar a buscar conjuntamente un fin humano fuera de sí mismos. Tan sólo así el amor y la creatividad, la plenitud natural y el culto a la cultura dejan de oponerse para constituir una unidad.

      Para aquellas personas adversas al erotismo, el sexo contrario se desarrolla sólo en forma distorsionada: en un hombre de modos femeninos, o en una mujer emancipada.

      En algún trabajo de Fliess he leído, aunque no sé si se trata de algo comprobado o no, ya que algunas veces resultan fantásticas sus afirmaciones, que la «maduración» del huevo y del semen consiste en un proceso en el cual en el corpúsculo polar la sustancia femenina se retira del semen masculino y la masculina del huevo, haciendo apto para completarse con el sexo opuesto aquello que ha emigrado. De este modo, la atracción sexual se convierte en un deseo de nosotros mismos desplazado sobre la imagen de la pareja. Así ocurre ciertamente en lo psíquico, y lo que resta a la pareja no es más que el agradecimiento.

      COLOQUIO VESPERTINO

       Freud sobre Alder

       (miércoles, 4 de diciembre de 1912)

      Casi un debate sobre Adler. Freud habló extensamente sobre el tema. Tomó como punto de partida su observación de que la envidia del pene49 existe ya antes de que se produzcan diferencias o comparaciones «sociales»; su origen es consiguientemente más profundo y no exclusivo de las capas superiores, únicas consideradas por Adler (de forma que para él todo parece suceder en un mismo plano). La hija del portero envidia muy pronto a la hija del banquero, mejor vestida, sin por ello volverse neurótica: más bien será la otra quien se vuelve más tarde así. Por otra parte, muchos individuos con alguna deficiencia orgánica no se convierten en neuróticos por tal motivo. Rosenstein defiende