José María Arnaiz

El papado en la iglesia y en el mundo de hoy


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Pedro, responsable de una comunidad judeocristiana, es interrogado por judíos sobre la rectitud de conducta de Jesús (del «difunto» Jesús), a quien confiesan como Mesías. Si detrás de la perícopa hay una tradición anterior al año 70, esta intentaría responder a la pregunta de si los judeocristianos, ya «hijos en el Hijo», están obligados a seguir pagando tributo al templo.

      El conjunto de los dos pasajes propios de Mateo, el del primado y el del pez, junto con la conservación de otros textos comunes con el resto del NT, nos habla de la categoría suprema y autoridad indiscutible de Pedro en la Iglesia en que surge este evangelio, quizá la Iglesia de Antioquía o cercanas, autoridad que probablemente el evangelista entiende que debe extenderse al resto de las Iglesias (¿particularmente a las paulinas?). El evangelio de Mateo realiza una exaltación, o hasta una cierta idealización, de la figura de Pedro, pero esto sin olvidar sus lados más oscuros: no disimula sus errores (v.gr., propuesta de perdonar solo siete veces), ni sus debilidades (negaciones del Maestro); incluso Mateo carga las tintas en la negación, usando en 26,74 el verbo katathematizein («echar imprecaciones») en vez del anathematizein («maldecir») de Mc 14,71, que Lc 22,60 sencillamente omite.

      5. Pedro en la doble obra lucana23

      a) El tercer evangelio

      Ya hemos observado cómo en Lc 5,1-11 «crece» la figura de Pedro hasta ocupar, él solo, el puesto de los cuatro primeros llamados por Jesús y cómo conserva allí mismo alguna reminiscencia de la protofanía del Resucitado. Sobre esta ha conservado también este evangelio la preciosa y antiquísima fórmula de Lc 24,34. Frente a esa multiplicación de las menciones de Pedro, llama la atención que Lc omita la escena de la maldición de la higuera (Pedro es el que constata que se secó, según Mc 11,21), quizá por lo raro y estridente de ese milagro de Jesús. Tampoco distinguirá a Pedro del grupo de discípulos a quienes las mujeres anuncian la resurrección (Lc 24,9-10), pero tal omisión queda compensada por la carrera de Pedro, él solo, a inspeccionar el sepulcro (Lc 24,12), si este pasaje puede considerarse auténtico, pues falta en algunas versiones antiguas (tipo textual D).

      Dentro de la tendencia lucana a mejorar la imagen de los apóstoles, se entiende su omisión del desacuerdo entre Pedro y Jesús en relación con la pasión y de que Jesús le llame Satanás (Lc 9,22). Lucas «suaviza» también las negaciones: con ellas Pedro no profiere maldiciones ni juramentos (Lc 22,56-60). Hay además algunos pormenores en la narración lucana de la pasión que desconocen los otros evangelios, como la indicación de las dos espadas (¿por si hay que defender a Jesús?) y la mención de una mirada de Jesús a Pedro inmediatamente después de la última negación (Lc 22,61), mirada seguramente de perdón y ternura, dada la tendencia de este evangelista.

      Aparte de estas observaciones de detalles, es preciso examinar una noticia exclusiva de Lucas que tiene gran trascendencia para el futuro: la oración que hace Jesús por Pedro, por su resistencia, su recuperación y su ministerio posterior: «Satanás ha pedido permiso para zarandearos como a trigo, pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22,31-32).

      En el texto resuenan varios temas que se encuentran dispersos en el resto de la tradición evangélica, algunos de los cuales están bien anclados en la historia que conocemos, pero la actual formulación es lucana. Su sentido es suficientemente claro: «va a zarandearos» (= incertidumbres con motivo de la pasión, «os escandalizaréis y dispersaréis» [Mc 14,27], etc.); «cuando hayas vuelto» (referencia a la defección de Pedro, a las negaciones, aun cuando su fe no haya desaparecido por completo); «confirma a tus hermanos» (tarea realizada por Pedro tras experimentar la protofanía y luego continuada según la narración de Hch). El «yo he rogado por ti» tiene un origen más oscuro, pero no tendría nada de incoherente al lado del darle un sobrenombre y encomendarle una misión peculiar. En cualquier caso, concluye R. E. Brown:

      La oración y la promesa de Jesús referente a Simón pretende anticipar la importancia posresurreccional de Pedro, algo parecido a lo que detectamos en nuestro estudio de la pesca milagrosa (Lc 5,1-11)24.

      De lo que no cabe duda es de una convicción existente en la comunidad lucana: además de la oración que Jesús haya realizado por los Doce, por ejemplo mientras preparaba su elección (cf. Lc 6,12), ha hecho oración especial por el cabeza del grupo; se considera que, para su cometido peculiar en la Iglesia, cuenta con una peculiar asistencia divina.

      b) Pedro en el libro de los Hechos

      Como es sabido, esta obra está dedicada a la actividad apostólica de Pablo, pero el autor, para legitimar dicha actividad, lo vincula a la Iglesia de Jerusalén, en la que Pedro es la autoridad omnipresente. De ahí su mención frecuente de este en Hch 1-15.

      La actividad de Pedro consiste ante todo en reunir al grupo (el autor ve ahí quizá el cumplimiento de aquel «confirmar a sus hermanos») y restaurarlo (preside la elección de Matías, elección que él orienta con un discurso a la comunidad, cf. Hch 1,15-26). Seguidamente, Pedro será el portavoz del grupo como predicador (2,14), realizará curaciones semejantes a las de Jesús (cf. «levántate y camina», egeirei kai peripatei, en Lc 5,23 y Hch 3,6) y las interpreta ante el pueblo (Hch 12ss). Como testigo ante las autoridades religiosas, habla «lleno de Espíritu Santo» (4,8), cumpliendo así la consigna de Jesús en Lc 12,12. A Pedro se le concede una cierta autoridad judicial y penal (caso de Ananías y Safira, cf. Hch 5,1-11), para la cual está dotado de un conocimiento de adivinación (o revelación). En estas escenas suelen ser nombrados Pedro y Juan conjuntamente, pero solo Pedro tiene protagonismo.

      Sucederá también entre Pedro y los demás apóstoles: tras afirmar que estos realizaban muchos signos, se dice que se busca ser alcanzado siquiera por la sombra de Pedro (5,15), añadiendo una generalización taumatúrgica que le asemeje a Jesús: «todos quedaban curados» (Hch 5,16; cf. Mc 6,56 y Lc 4,40). La liberación milagrosa de la prisión se narra inicialmente de los apóstoles (5,19) y luego individualmente de Pedro (12,6-16). Se ha observado cómo esta última escena ha sido redactada de tal modo que el lector vea reproducida en Pedro la secuencia muerte, resurrección (êgeiren, anasta: 12,7) y apariciones de Jesús mismo (eidon auton kai exestêsan, 12,16); Pedro es aquí un Jesús redivivo25.

      Una vez entrados en la historia de los helenistas (Hch 6ss), encontramos a Pedro como el «controlador» de la misión fuera de Jerusalén: «Habiendo oído los apóstoles en Jerusalén que los samaritanos habían recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan…» (Hch 8,14). Poco después nos es presentado como misionero itinerante por Judea: «Sucedió que Pedro, atravesando por todas partes, bajó también a donde los santos de Lida» (9,32), acompañando su predicación con signos siempre semejantes a los que hacía Jesús (Hch 9,34 recuerda muy de cerca Lc 4,39 y 5,24).

      Un paso decisivo lo constituye Hch 10, donde Pedro inaugura solemnemente la misión al mundo pagano, al administrar el bautismo a Cornelio y su familia, y al defender dicha acción con argumentación teológica: «Dios les concedió el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesús» (Hch 11,17). El episodio tendrá su culminación en el «concilio», cuyo desarrollo tiene por centro un pequeño discurso de Pedro (Hch 15,7-11), que recuerda lo sucedido en casa de Cornelio; y vuelve a remacharlo con argumentación teológica «paulina»: «No hizo diferencia entre ellos y nosotros, al purificar sus corazones por la fe... Creemos que por la gracia del Señor Jesús son salvados» (Hch 15,9).

      Hoy sabemos que esta presentación no refleja la realidad histórica. Quizá el primer cristiano que predicó directamente a paganos fue Felipe, que, según Hch 8,40, fue conducido por el Espíritu hasta la pagana Cesarea. Pero en ese lugar el autor de Hechos interrumpe la narración, para dar el protagonismo a otros. Por otro lado, también Pablo, antes de ir a Jerusalén, ya había realizado misión en la pagana «Arabia», seguramente Nabatea, cuyo rey Aretas le perseguirá una vez vuelto a Damasco (2 Cor 11,32). Además el «episodio Cornelio» debe ser trasladado a una época posterior al «concilio», en el cual Pedro era solamente «apóstol de la circuncisión» (Gál 2,7), mientras que Bernabé y Pablo ya habían