José María Arnaiz

El papado en la iglesia y en el mundo de hoy


Скачать книгу

con la fe judía. Pero la eclesiología del autor de Lc-Hch exige que Jerusalén, centro histórico-geográfico de toda la historia salvífica, sea también el lugar de origen de todas las iniciativas eclesiales; y a Pedro, al ser la figura central de dicha comunidad, deben reservarse siempre las decisiones de importancia.

      6. Pedro en el cuarto evangelio

      La figura de Pedro en este evangelio adolece de las incertidumbres y ambigüedades del evangelio mismo, evangelio en parte emparentado con los sinópticos y en parte muy alejado de ellos. Dentro de la pluralidad de teorías acerca del Discípulo amado y su comunidad, me adhiero a la que considera que este distinguido seguidor de Jesús no perteneció al grupo de los Doce, que su comunidad tuvo vida autónoma dentro de la complejidad del cristianismo naciente y que solo en época tardía se acercó a las comunidades más fuertes petrino-paulinas, sufriendo una cierta absorción por ellas26.

      A pesar de este origen relativamente independiente, Pedro no es en el cuarto evangelio un personaje cualquiera, pues es nombrado nada menos que 35 veces (de las cuales 9 en el capítulo 21, capítulo de la «unificación de Iglesias»). En este evangelio, los Doce no desempeñan ningún papel especial, pero el autor sabe de su existencia y del lugar destacado de Pedro en el grupo. En Jn 6,67 Jesús dirige una pregunta a los Doce (se los menciona solo en este pasaje y en Jn 20,24) y es Pedro quien la responde. Justamente en este contexto encontramos tradiciones comunes con el mundo sinóptico aunque en terminología peculiar: Pedro es el primero en confesar a Jesús como Mesías (o «el santo de Dios»: Jn 6,68).

      Al comienzo del evangelio, cuando se menciona a los primeros seguidores de Jesús, el lugar primero lo ocupa Andrés; pero, para explicar de quién se trata, se le designa como «hermano de Simón Pedro» (Jn 1,40); es decir, Pedro no es cronológicamente el primero de los seguidores de Jesús, pero se lo considera más conocido por los lectores que su hermano, aunque este se le haya adelantado. Como en los sinópticos, también en este evangelio menudean las intervenciones de Pedro como portavoz de sus compañeros; además de la ya mencionada confesión mesiánica (Jn 6,68), le oímos protestar en el lavatorio de los pies (13,8) y seguidamente lo encontramos interesándose en concreto por la identidad del traidor («pregúntale a quién se refiere» [Jn 13,24] dice al DA), o, ya en Getsemaní, sacando la espada para defender él personalmente al Maestro (Jn 18,10), lo cual da lugar a que Jesús le dirija un logion especial: «Mete tu espada en la vaina…».

      Más importancia tiene, todavía durante la cena, el peculiar diálogo sobre la marcha de Jesús. Pedro se muestra dispuesto a seguirle a donde sea y Jesús le responde –aquí hay nuevamente material exclusivo joánico– con una alusión velada a su muerte martirial: «No puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde» (Jn 13,36). Muy bien pudiera tratarse de una interpolación27 realizada al añadirse el suplementario capítulo 21 y basada expresamente en sus vv. 18-19: «… la muerte con que [Pedro] iba a dar gloria a Dios». Tras el prendimiento en Getsemaní, igual que sucede en los sinópticos, Pedro sigue a Jesús hasta el patio del palacio del sumo sacerdote, pero aquí queda en desventaja en comparación con «otro discípulo», que logra entrar al interior del palacio (18,15).

      También destacará Pedro en el cuarto evangelio (junto con el DA) como uno de los primeros informados respecto del hallazgo del sepulcro vacío. María Magdalena recurre a ellos como si fuesen los responsable de la conservación del sepulcro (Jn 20,2s). Esta información de Magdalena a Pedro resulta complementaria, más bien que contradictoria, con la protofanía en el lago, de la que se conservan reminiscencias en Jn 21,7.

      Pero lo típico del cuarto evangelio, especialmente en el relato de la pasión-resurrección, es que el papel preponderante de Pedro queda ensombrecido por el de un contrincante: el DA. Pedro es el que se interesa por la identidad del traidor, pero solo puede saberlo a través del DA (13,24s), que está a la mesa más cerca de Jesús. Pedro sigue de lejos a Jesús prisionero, pero el DA le sigue incluso hasta la sala de juicio (18,15). Cuando llegue el momento de la condena y crucifixión, Pedro se ocultará no se sabe dónde, mientras que el DA seguirá al Maestro hasta el Calvario (19,26). Finalmente, ante la noticia del hallazgo del sepulcro vacío, ambos corren a comprobarlo, pero el DA llega antes (20,4) y, lo que es más importante, llega antes también a la fe, pues, aunque entró después que Pedro, «vio y creyó» (Jn 20,8), cosa que de Pedro no se dice.

      Esta ventaja del DA la vamos a encontrar incluso en el suplementario capítulo 21, dentro de un cierto intento de reconocer a Pedro y de reafirmar su liderazgo: el DA es el único de entre los pescadores que reconoce a Jesús resucitado al lado del mar (Jn 21,7); solo cuando él diga: «Es el Señor», Pedro se echará a nado a su encuentro.

      Este conjunto de datos deja entender que la Iglesia en que se escribe el cuarto evangelio reconoce a Pedro una categoría especial en el discipulado y admite que pueda ser el dirigente o garante principal de la fe de otras comunidades; pero esta Iglesia –designada convencionalmente como joánica– exige su autonomía respecto de Pedro. Ella se funda sobre la experiencia y testimonio del DA, testimonio que considera más directo e inmediato que el de Pedro, de mejor garantía. Esta comunidad exalta de tal modo el rango del DA, que lo presenta apoyado en el pecho de Jesús (Jn 13,23: en tô kolpô tou Iêsou), al igual que Jesús está eternamente vuelto hacia el pecho del Padre (Jn 1,18, gr.: eis ton kolpon tou Patros).

      Este relativo emparejamiento y a la vez cierta contraposición entre Pedro y el DA es del máximo interés para la historia del primitivo cristianismo: pluralidad de grupos, cada uno con su apóstol o testigo de referencia y de preferencia. En el siguiente apartado veremos algunos intentos de acercamiento de estos diversos grupos.

      7. Pedro en tres obras tardías del NT

      Unimos en este apartado tres escritos bastante heterogéneos entre sí, pero que tienen un interesante rasgo en común: son el testimonio de cómo diversas comunidades cristianas van limando aristas y concurriendo hacia la formación de la Gran Iglesia. El hecho irá acompañado del intercambio de libros normativos, con la consiguiente constitución del canon del Nuevo Testamento.

      a) Pedro en Jn 21

      Prescindiendo del arduo problema de cuántas manos intervinieron en la composición del cuarto evangelio, podemos quedarnos con un hecho de aceptación general: Jn 21 es un añadido a una obra ya concluida, de la que viene a matizar algunas tendencias.

      Hemos visto cómo, en los capítulos de la pasión-resurrección de Jesús, el cuarto evangelio deja a la figura de Pedro un tanto postergada, relegada a un segundo lugar, ya que el DA le supera en todo (excepto en «espontaneidades presuntuosas»): en proximidad a Jesús (vuelto hacia su pecho), en fidelidad (siguiéndole hasta la sala de juicio y hasta el calvario), en llegar a la fe en la resurrección (al ver el sepulcro vacío)…

      Como compensación, el capítulo 21 insiste en el liderazgo y autoridad de Pedro, del que se hacen cinco afirmaciones fundamentales: a) reúne a un buen grupo de compañeros (quizá incluido el DA, pues dos quedan anónimos) y dirige sus tareas pesqueras (¿simbolismo?); b) él solo saca toda la red (21,11) con la abundante pesca; c) es el único del grupo que se echa al agua para encontrarse con el Resucitado; d) recibe un encargo muy especial de Jesús: apacentar las ovejas del Señor (sin exclusión expresa de nadie; e) recibe la promesa de seguir a Jesús con una muerte semejante a la suya.

      Este engrandecimiento de la figura de Pedro tiene solo un límite: Jesús no le permite un control total sobre el DA; a la pregunta: «Y ese ¿qué?» (21,21), Jesús le da una respuesta misteriosa y aparentemente evasiva, dejándole entender que debe seguirle sin inmiscuirse en lo que no le incumbe. Todo parece indicar que la comunidad del DA se está acercando a la de Pedro, cuya autoridad no discute. Así el grupo del DA y los escritos que se apoyan en él serán reconocidos por el grupo petrino, e incluso podrán integrarse en él, si la comunidad joánica reconoce a Pedro y su primacía. Pero esa comunidad joánica tiene su especificidad, que no debiera ser absorbida; tiene una aportación propia al conjunto del cristianismo, que Pedro mismo debe respetar como algo querido y protegido por el Señor. De ahí que no se le conceda un control completo sobre lo joánico.