el mayor número de herramientas posible para lograr nuestros propósitos.
Desde el centro nuestra presencia alcanza en silencio su mayor profundidad y su máximo poder. Esto es así porque, como veremos más adelante, el centro es un estado generador de:
Equilibrio
Influencia
Orden
Energía
Estas cuatro propiedades del centro son las que te llevan precisamente al poder personal, al control.
El centro se puede alcanzar a través del trabajo a distintas profundidades. Cuanto más profundo sea el trabajo que hagas sobre ti mismo, con más intensidad te colocarás en este estado de máxima capacidad y más influencia tendrás sobre los que te rodean.
Si por el contrario el trabajo que realizas sobre ti mismo es más bien periférico, el estado será más superficial y el alcance de tu influencia menor.
Figura 5. Representación gráfica del centro y de los distintos niveles de alcance y profundidad a su alrededor.
Representamos esta influencia en forma de círculos concéntricos que emanan de ti, simbolizando, en primer lugar, el movimiento de esa ola invisible que invade el espacio a tu alrededor. La aureola de una presencia que toca y transforma.
Pero también la ilustramos en forma de círculo para representar así cada uno de los diferentes niveles de trabajo sobre ti mismo que son necesarios para cosechar esa influencia. Unos niveles que son cada vez más difíciles de trabajar, cuanto más cerca estén del centro.
Justo en el centro de estos niveles, existe un punto mágico, casi inalcanzable. Un punto que, como buen concepto geométrico que es, está allí pero no tiene dimensión. O sea, es, pero al mismo tiempo no es.
El centro.
El concepto del centro es en realidad una idea arquetípica; la manejamos de manera más o menos consciente desde hace miles de años y se ha venido expresando gráficamente de forma similar en diversas civilizaciones, aunque con distintas connotaciones e interpretaciones. Cada manifestación cultural del centro nos da pistas para comprender su verdadera naturaleza.
Por ejemplo, en japonés, la palabra «enso» significa círculo y se representa como tal de un solo trazo sin posibilidad de modificación. Se considera que el resultado de este ejercicio caligráfico es una especie de fotografía del estado mental y espiritual del que lo dibuja.
Pero el ejercicio del enso no solo tiene una función descriptiva de ese estado, sino que su práctica nos ayuda a desarrollarlo y perfeccionarlo. El ejercicio concentrado del enso, nos facilita acercarnos al lugar de máxima claridad mental y espiritual que estamos buscando. Desde allí nuestra presencia alcanzará su máximo esplendor.
Figura 6. Representación de un enso.
En el budismo y el hinduismo la idea del centro se manifiesta gráficamente a través del mandala, palabra de origen sánscrito que significa círculo.
La práctica del mandala, bien sea mediante dibujo, pintura o empleando arena de diferentes colores, es de nuevo una forma de meditación y relajación ampliamente extendida en estas culturas.
Los mandalas tibetanos suelen hacerse con arena de colores, y una vez han sido creados, se permite que el viento se los lleve o incluso son directamente barridos del suelo, como símbolo de la impermanencia de todo y especialmente de la delicada impermanencia del centro, un estado que puede desaparecer en el aire con la misma facilidad que un gorrión asustado.
Figura 7. Representación de un mandala.
También en el arte cristiano medieval encontramos numerosas representaciones similares a los mandalas, por ejemplo en los rosetones de vitral de las iglesias y catedrales. Son ventanas por las que atraviesa la luz iluminando sus estancias con colores sorprendentes y creando un ambiente casi mágico, facilitador del contacto con lo divino.
Para mí simbolizan el centro como algo que permite ver en el interior la magia invisible que está en el exterior.
Figura 8. Fachada de la basílica de Santa María del Pi de Barcelona, con su enorme rosetón como protagonista.
Si viajamos hasta el continente americano, también encontramos distintas manifestaciones del centro, como por ejemplo las milenarias chacanas de los Andes, cuya escalera de cuatro lados precisamente representa un puente infinito hacia lo más elevado. El camino infinito del desarrollo personal.
El centro de la chacana, muy acertadamente, está ni más ni menos que vacío.
Figura 9. La chacana o cruz andina.
En ese mismo continente, también podemos intuir la representación de algunos aspectos del centro en la piedra del sol azteca. En este caso, justo en medio, nos encontramos con un rostro del cual irradia todo lo demás, siendo así que para mí representa, no solo el centro, sino además la presencia de un ente o ser como mecanismo generador de ese centro.
Figura 10. La piedra del sol azteca.
La imagen de un personaje generando el centro nos conecta con otras manifestaciones diferentes, como por ejemplo, las thangka tibetanas, obras de arte sobre tela donde se representa a personajes divinos a través de caleidoscópicos mandalas de una gran riqueza. La belleza de estas obras quiere expresar el poder radiante del personaje que ocupa la posición central y que mueve y transforma todo lo que hay a su alrededor.
Figura 11. Representación de Buda en un thangka adaptado de una creación del maestro tibetano Romio Shrestha.
En este mismo sentido, la aureola de los santos, la corona de los reyes o los tocados de plumas de los jefes indios norteamericanos, también nos dan pistas adicionales que nos ayudan a comprender de manera visual la naturaleza del centro. Estos símbolos vienen a representar el poder, la fuerza o la capacidad que irradia de la persona hacia fuera.
Pero por otro lado estos símbolos añaden todavía más pistas a la naturaleza del centro porque expresan un rasgo adicional: una capacidad de percepción fuera de lo común, casi extrasensorial. La concentración de información y energía desde el más allá, que se acumula en alguien prodigioso.
Figura 12. Representación de un santo de cuya cabeza emana una aureola. Presta atención a su postura y especialmente a la posición de reposo de sus manos, que denotan un estado interno de paz y tranquilidad.
Figura 13. Un rey poderoso con su espléndida corona. Como una pirámide invertida, las puntas se abren hacia arriba, hacia el cielo, para recibir su poder real, para captar la energía y se cierran hacia abajo para concentrar ese poder en el centro de su persona.
Figura 14. El jefe indio con su tocado de plumas. Las plumas, no solo muestran el poder realizador que emana de su persona, sino que sus puntas se convierten además en «antenas» que le permiten