Enric Lladó Micheli

Presencia y poder


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primer camino, al que denomina el «camino del fakir», consiste en desarrollarse en la dimensión física e instintiva como medio para alcanzar las más altas capacidades partiendo de la corporalidad. El segundo camino, el «camino del Monje», requiere trabajar con profundidad la dimensión emocional para alcanzar el amor en el centro y desde allí la salvación. El tercer camino, el «camino del yogui», hace lo propio con la dimensión mental, en cuyo centro es posible encontrar la iluminación. Y finalmente el «Cuarto Camino», la propuesta de Gurdjieff, es una disciplina integradora de las tres anteriores.

      Más recientemente, el modelo del cerebro triúnico sugerido por Paul McLean establece una división anatómica bien clara entre lo que denomina el cerebro reptiliano (que comprende el tronco del encéfalo y el cerebelo), el sistema límbico (amígdala, hipotálamo e hipocampo) y el neocórtex o corteza cerebral.

      Estas tres regiones del cerebro bien diferenciadas se corresponden precisamente con tres funciones diferentes y también con tres áreas bien distintas de la experiencia humana.

      El cerebro reptiliano es el encargado de las funciones instintivas motoras, controla las funciones autónomas (como el latido del corazón y la respiración), los músculos y el equilibrio. Sería el cerebro que gestiona la dimensión física-motora de la experiencia humana.

      El sistema límbico es el generador de las emociones, la parte del cerebro que gestiona la dimensión emocional de la experiencia.

      Y, finalmente, el neocórtex, que se encuentra en el cerebro de los mamíferos más avanzados, es el responsable del habla y del razonamiento, por lo que podemos decir que es quien gestiona la dimensión mental de nuestra experiencia.

      Si la experiencia humana transcurre en estas tres dimensiones tan bien diferenciadas, es razonable (y práctico) afirmar que la presencia se experimenta también en las tres.

      Por lo tanto, la primera de las dimensiones de la presencia, y también la más evidente de todas ellas, sería la dimensión física. Tu cuerpo es la representación última de la presencia y a través de él se manifiesta lo que hay en tu interior. Tu cuerpo habla en silencio.

      En íntima conexión con la dimensión física, encontramos la dimensión emocional. Sin que puedas evitarlo, igual que una antena, tu cuerpo transmite las emociones que sientes por el aire, como si se tratara de la retransmisión de un silencioso programa de radio. Las personas que en ese momento se encuentran a tu alrededor captan tu señal y su propio cuerpo reproduce estas mismas emociones en su interior.

      La dimensión emocional conecta directamente con la dimensión mental. Tus pensamientos, los objetos de tu mente, la agitación y el caos mental o, por el contrario, el orden y la claridad, se muestran claramente a través de tu presencia y además son el motor de tus emociones y de tus acciones.

      Pero llegados a este punto, nos faltaría añadir una dimensión que para mí es de importancia capital para comprender la presencia en su totalidad: la dimensión espiritual. Una dimensión que se encuentra en contacto íntimo con la dimensión mental.

      Si buscas en un diccionario la definición de «espíritu» y eliminas todas las acepciones de carácter religioso o esotérico, encontrarás que esta palabra sirve para designar el «para qué», la «razón última». Por ejemplo, el «espíritu de una ley» es la razón por la que esa ley fue escrita.

      Pues bien, en la dimensión espiritual encontramos el «para qué» de todo lo que hacemos. Según cuáles sean tus razones para influir en cada momento, según cual sea tu «para qué», producirás una presencia más o menos poderosa, más luminosa o más oscura.

      Figura 16. Las cuatro dimensiones de la presencia y del silencio.

      Como tendrás oportunidad de descubrir, las cuatro dimensiones de la presencia están profundamente inter-relacionadas y se afectan mutuamente siguiendo una secuencia muy concreta y bien definida.

      El trabajo sobre una de ellas facilita el trabajo sobre las demás. Un enfoque simultáneo en varias dimensiones genera alineamientos y sinergias muy valiosos.

      A partir de ahora exploraremos la naturaleza de la presencia (y del silencio) en cada una de estas cuatro dimensiones.

      En los capítulos venideros, indagaremos en qué consiste la presencia en estas cuatro dimensiones y cómo generarla. También cómo consolidarla. Esto te permitirá profundizar mucho más en algunos de los conceptos que hemos enunciado, comprenderlos realmente y poder trabajar así a diferentes niveles tu poder personal.

      Lo normal será que descubras que hay alguna dimensión de las cuatro en la que te resulta más fácil desarrollarte. Empieza por ahí, permite que tu centro crezca en esa dimensión y de ese modo surgirá un polo de atracción, una inercia que te facilitará trabajar en las demás.

      La cosa funciona de esta manera. El desarrollo de la presencia no se consigue esforzándose intensamente en las cuatro dimensiones. El que mucho abarca poco aprieta. Más bien la práctica me demuestra que se trata de empezar a fluir donde sea más fácil y permitir que desde allí, poco a poco, como en un baile, se acelere el crecimiento del centro de manera orgánica.

      1 El vídeo se titula «Toro entra a plaza llena de estudiantes y no los ataca».

      Capítulo segundo. El centro físico

      Huevos fritos

      Por fin estaba donde quería estar.

      Los secretos de la alquimia me iban a ser desvelados. En esos fogones se habían elaborado los bocados más exquisitos. Sobre esa mesa, en esos papeles, se habían inventado las recetas más innovadoras y sorprendentes. Pura magia en boca que había conquistado los paladares más expertos y los mayores galardones de la cocina moderna.

      Mis primeros días se limitaron a fregar platos, barrer y sacar la basura. A pesar de ello, estaba feliz. Aunque no tuve la oportunidad de ver al Chef en acción, podía sentir su presencia en cada plato que salía por la puerta, en la energía del lugar, en el modo en el que estaban colocadas todas y cada una de las piezas de menaje.

      Mi entusiasmo con la basura debió conmover a más de uno porque rápidamente pude empezar a realizar labores de aprendiz. Al séptimo día –eran las cuatro de la noche– me quedé solo limpiando la cocina. Apareció el Chef, me puso la mano en el hombro y me dijo con una cálida sonrisa: «Buen trabajo. Me gusta como lo estás haciendo». Sin mediar más palabra se marchó comiendo unos pistachos.

      Los siguientes cinco años fueron una experiencia que me resulta imposible describir con palabras. Aprendí lo que jamás creí que fuera capaz de aprender y lo hice a una velocidad vertiginosa. Todos sabían cocinar y además sabían enseñar. Eran auténticos maestros de la cocina.

      Mi ascenso por la brigade fue igualmente rápido. Lo mejor de todo era que cuanta más responsabilidad tenía, más me relacionaba con el Chef y más aprendía.

      Aquel hombre era un genio. No creaba recetas, hablaba recetas. Cada vez que abría el pico, surgía algo nuevo, delicioso y totalmente distinto a cualquier otra cosa que existiera. Lo hacía con la naturalidad del que no cree estar haciendo nada especial, del que simplemente se está limitando a hacer algo tan básico y natural como hablar en su propio idioma.

      Pasaron los años. Acabé de sous-chef, su mano derecha.

      Una noche, volviendo de una gala en la que recibió un prestigioso premio, nos fuimos al despacho de la cocina a tomar nota de unas ideas que habíamos tenido. Como siempre, nos pusimos hasta arriba de pistachos y, al recoger, mientras pasábamos la escoba, le pregunté:

      –Chef… ¿cuál es tu secreto mejor guardado? ¿Qué es lo más importante que un chef debería saber?

      Se quedó pensativo durante unos instantes. Finalmente, mirándome fijamente a los ojos, esbozó una leve sonrisa.

      –No sé si realmente quieres