Enric Lladó Micheli

Presencia y poder


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      –¿A todo?

      –¡¡¡A todo!!!

      –¿Seguro?

      –¡¡¡Completamente!!

      –¿Y necesitas que te lo cuente ahora mismo?

      –¡¡¡Pues claro!!!

      –Bien… Si es así, entonces sígueme.

      Lo acompañé al sótano. Abrió la puerta de una cámara contigua a la bodega que, con excepción de algunos útiles de cocina, estaba vacía.

      –¿Estás seguro de querer hacerlo?

      Mi confianza en él era total.

      –Por supuesto. ¡Qué pesado eres!

      –Bien, entonces trae diez litros de agua y tres panecillos de los pequeños, los mini.

      Mientras llevaba el agua y el pan, colocó una pila de mantas en la cámara.

      –Pasa adentro –me dijo–. Si realmente quieres aprender lo más importante y lo quieres aprender de verdad, entonces tienes que quedarte aquí, con la puerta cerrada y no salir hasta que yo te lo diga. Solo puedes ir al baño de aquí al lado y asegurándote de que nadie te ve ni sabe que estás aquí.

      No creas que me sorprendió demasiado. Ya le conocía y conocía a fondo sus nada convencionales «métodos» de enseñanza. Podían ser estrafalarios pero aprendías rápido y profundo.

      Así que me quité el esmoquin, monté una suerte de cama con las mantas y me tumbé con las manos en la cabeza, bien repanchingado, en actitud desafiante.

      –¡Adelante!, acepto el reto –le dije. Y cerró la puerta.

      Aquella noche dormí como un tronco. Al despertarme no recordaba dónde estaba. Tardé un poco en ubicarme de nuevo en el tiempo y en el espacio. Escribí un whatsApp a la gente del equipo: «Estoy con fiebre, Matthieu me releva». «La ventaja de no tener vida familiar es que no hay que informar a nadie de nada especial» pensé.

      Las horas se hacían largas. Al principio me distraía merodeando por Facebook. Después ya no podía soportar leer más posts. «A ver si me voy a quedar sin batería –pensé–, mejor apago el teléfono». Las horas siguieron pasando lentamente.

      Los diez litros de agua y los tres panecillos empezaron a convertirse en una pista de lo que iba a durar la experiencia. Como ya me había anticipado el Chef, la cosa empezó a no hacerme ninguna gracia, pero confiaba en él y además había aceptado el reto. Estaba dispuesto a lo que hiciera falta para conocer el secreto, para descubrir lo más importante que él me podía enseñar.

      Pasaron tres días.

      En mitad de la tercera noche, se abrió la puerta.

      –Está claro que realmente querías saberlo, ¿eh? ¡Jajá!... ¡Sígueme! ¡Te lo has ganado!

      Lo acompañé a la cocina y él me hizo sentar en la mesita que los de la brigade empleábamos para comer. En silencio, puso la mesa para mí.

      Me sirvió agua en un vaso. Se fue a los fogones y empezó a cocinar.

      –¿Puedo verlo?

      –No, por favor, quédate ahí. Pero te dejo olerlo… ¡jajá!

      En unos minutos estaba emplatando. Lo trajo a la mesa.

      Entonces lo vi.

      os fritos con patatas? –pregunté.

      –Sí. Huevos fritos con patatas. Come.

      Tras quince años trabajando para el Chef, había tenido la oportunidad de probar los platos más sofisticados y sabrosos que uno puede llegar a imaginar.

      Sin embargo, unos simples huevos fritos con patatas resultaron ser el manjar más delicioso que comería jamás en toda mi vida.

      Presencia en la dimensión física

      Acostumbramos a imaginar una presencia poderosa como alguien con buen aspecto, que está en forma, a poder ser una persona guapa, bien arreglada, vestida con estilo y si es posible con un sutil toque de perfume. Si además sale de una berlina de lujo último modelo que acaba de aparcar delante de su mansión, entonces ya tenemos una presencia casi de anuncio.

      Y sí, es cierto que todo esto ayuda. Que es bueno cuidar el aspecto físico, especialmente cuando queremos causar una buena primera impresión.

      Incluso es cierto que la manera en la que nos vistamos, el modo en el que cuidemos nuestro aspecto, afecta a nuestra propia auto-imagen y acaba tocando nuestra autoestima. Por no hablar de la importancia que tiene para nuestra salud estar en buena forma y tener una alimentación y unos hábitos saludables.

      Pero cuando observas las imágenes del pequeño y, por qué no decirlo, feúcho Mohandas Gandhi, que está siendo entrevistado sentado en el suelo de un pajar, sin más ropa que sus calzones, delgadísimo y con un aspecto casi famélico, no puedes evitar sentir como cada una de sus escasas palabras te impacta con fuerza, como cada pequeño gesto hace vibrar algo en tu interior.2

      Cuando visualizas el vídeo una y otra vez, también acabas por darte cuenta de que en el plano físico tanto te impacta una presencia rodeada del máximo lujo como una presencia en la más absoluta pobreza. Igualmente te impacta un cuerpo escultural, que un cuerpo demacrado y con signos de inanición. Es decir, a menudo lo que impacta son los extremos.

      En los extremos podemos encontrar el máximo impacto, pero cuidado, el máximo impacto tanto puede indicar una presencia centrada como una presencia totalmente descentrada. Puede ser precisamente una señal de excentricidad.

      Para poder diferenciarlas, el indicador es claro: el contacto con una persona centrada te hace sentir bien y a largo plazo te transforma positivamente.

      Si empezamos a explorar los diferentes niveles que hay en la dimensión física, descubriremos que las posesiones materiales serían el aspecto más periférico de la presencia. Es difícil evitar que la persona que aparece con su deportivo último modelo te deslumbre. Una presencia con un fuego llamativo, rápido y fácil pero, eso sí, que no dura más que unos segundos.

      Porque las posesiones materiales no nos hablan necesariamente de la cualidad de la persona. Una cosa es lo que se posee y otra muy distinta lo que se es. Se puede tener mucho y ser muy poco, y viceversa. Y, muy a menudo, salvo excepciones, las posesiones materiales de una persona se deben mucho más a las condiciones de la cuna, la casa, el barrio y el país en los que nació, que a los méritos propios.

      De hecho este factor se invierte con algunas de las presencias más poderosas de la Historia de la Humanidad, que precisamente se han caracterizado por su desnudez y su pobreza extrema. Despojarse de toda riqueza les ha permitido abandonar el foco de lo superficial y concentrarse en lo más profundo, duradero y real, convertirse en un símbolo que nos habla de lo que verdaderamente importa.

      Pero sigamos avanzando. La vestimenta y el cuidado del aspecto están en un nivel un pelín más profundo. Requieren de buen gusto, de un cierto esfuerzo personal y foco en mantener un aspecto adecentado, correcto o incluso elegante, día tras día, pase lo que pase. Un buen corte de pelo nos hace sentir bien. Asearse y vestirse dignamente cada día es un acto de respeto hacia uno mismo que nos obliga a centrarnos en el momento presente. Y aunque esto no vaya a solucionar definitivamente nuestros problemas de autoestima, nos ayuda a mejorarla y nos permite proyectar mejor imagen.

      Algunas presencias generan su particular impacto invirtiendo este factor. Por ejemplo la presencia del típico genio loco, descuidado, lleno de pintura o de restos de sus últimos experimentos artísticos o científicos, el pelo enmarañado. Lleva días sin peinarse (ni ducharse) porque ha estado entregado en cuerpo y alma a su obra más reciente.

      No sabe ni qué día es, pero su presencia nos hace sentir que puede hablarnos del origen del Universo o de