Francesc Cardona

Historia de la Brujería


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no se resignaron a volver a ser siervas de los hombres y encontraron una jefa llamada Wlasca que las reunió y les dijo:

      Nuestra señora Libussa gobernó este reino mientras vivió. ¿Por qué no he de hacerlo yo, unida a vosotras? Ninguno de sus secretos se me resiste y las artes adivinatorias de su hermana Tecka tampoco, así como la medicina que sabía Kazi porque fui su servidora durante muchos años. Si queréis aliaros conmigo y ayudarme, seguro que dominaremos a los hombres.

      Las mujeres prorrumpieron en vítores aclamándola como su líder. Acto seguido tomaron un brebaje preparado por Wlasca que les hizo aborrecer a sus maridos, hermanos y amantes y a todo lo que oliera a sexo masculino. La mayoría de los hombres fueron exterminados y el propio rey Przemislao fue sitiado en su castillo durante siete años hasta que, como era también un experto mago, se sacudió el yugo y derogó las al parecer estrafalarias leyes que habían impuesto las mujeres.

      En otra ocasión el rey escocés Duff (2ª mitad del s. X) cayó enfermo, y tras las averiguaciones pertinentes se descubrió que unas hechiceras tenían sometida a fuego lento una imagen de cera, retrato del rey (Así pues le hacían una especie de vudú). Destruida la imagen y castigadas las mujeres, el rey recuperó la salud.

      En la Galia o Francia Merovingia en el año 578, la reina Fredegunda perdió un hijo. Muchos de sus súbditos dieron que en ello habían intervenido brujas que entroncaban con las antiguas druidesas galas dirigidas por el prefecto Mummolo (aborrecido por la reina). Las brujas confesaron tras ser sometidas a tormento y además se declararon culpables de otros crímenes. El lector comprenderá qué pasó con ellas y con el prefecto. Pero Fredegunda, cruel como pocas reinas eliminó a su hijastro Clovis acusándolo de haber hecho lo propio con otros dos de sus hijos, ayudada también por una bruja y ella misma preparaba sus maleficios.

      En el año 743 Childerico III publicó un edicto condenando a los autores de sortilegios, augurios, encantamientos y pócimas, mayoritariamente del género femenino.

      Francia y la época Carolingia

      (2º mitad del s. VIII - s. X)

      En el sínodo de Paderborn, convocado por Carlomagno en 785, se prescribe pena de muerte no contra las brujas, sino contra quienes engañados por el demonio y siguiendo paganas costumbres, creen en brujas y las conducen a la hoguera. Aunque en sucesivos edictos la pena alcanzó también a quienes hicieran figuras de personas con fines malévolos, invocaran a los diablos, usaran filtros amorosos, turbaran los aires, excitaran las tempestades, hicieran morir los frutos de la tierra, retiraran la leche de los animales domésticos y fabricaran amuletos y talismanes. Todos eran condenados a muerte.

      Carlos el Calvo, en el año 873 dio otra capitular en Quierzy-sur-Oise, en la que se establece pena de muerte contra los convictos de brujería y el Juicio de Dios contra los sospechosos.

      A veces se levantaron voces argumentando que se estaba exagerando, como en el caso del arzobispo Agobardo de Lyon (779 - 840) que criticó a los que creían que había seres humanos capaces de desencadenar tempestades y hechiceros que echando polvos mágicos podían agostar campos, secar fuentes y matar ganados. Pero estas voces eran minoría y clamaron en el desierto.

      Así en el Sexto Concilio de París del año 829 se dice:

      Existen otros males muy perniciosos que son, con seguridad, restos del paganismo como la magia, el sortilegio, el maleficio o envenenamiento, la adivinación, los encantamientos o hechizos y las conjeturas que se deducen de los sueños. Males que deben ser severamente castigados según la ley de Dios. Pues está fuera de duda que hay gente que por los prestigios e ilusiones del demonio pervierte de tal modo a los espíritus humanos por medio de filtros, alimentos y encantamientos que parecen volverlos estúpidos e inaccesibles a los males que les hacen padecer. Se dice también que esta gente puede turbar el aire con sus maleficios, enviar granizos, predecir el futuro, quitar a uno los frutos y la leche para dárselos a otros y realizar una infinidad de cosas semejantes. Si se descubre a algunas personas de esta clase, hombres o mujeres, se les debe castigar tanto más rigurosamente cuanto que estos tienen la malicia y la temeridad de no asustarse ni temer públicamente al demonio.

      Sin embargo, la opinión de Agobardo continuó también vigente tal como la vemos en una capitulatio sajona del año 789, por la que se condena a los que crean en las brujas y sobre todo a los que tengan como cierto que pueden comerse a seres humanos, llegándose a la pena capital por estos desatinos. Como máximo, se menciona simplemente la expulsión para la bruja y no es mucha la pena considerando que eran guías de los normandos que deseaban invadir las tierras anglo-sajonas.

      Papas como Gregorio II, León VII y Gregorio VII insistieron en la prohibición de semejantes prácticas, pero no hablaron de penas para los presuntos, sino instándoles a que hicieran penitencia.

      En la ya citada penitencial del arzobispo de Worms Burchard (1008 - 1012), además de los sortilegios que se realizaban la noche de fin de año, se habla de la magia relacionada con el hilado y el tejido que reflejan canciones populares catalanas como La Balanguera misteriosa que teje para mañana la tela de nuestra vida, canción que fue conservada en el folklore y que en la actualidad ha sido tomada como himno de la Comunidad de Baleares.

      Más graves eran los tejemanejes de las mujeres que utilizaban los sortilegios para que sus rebaños y sus panales de abejas fueran tan productivos como los de los vecinos y todavía más lo eran las acciones de las mujeres iniciadas en las ciencias diabólicas que realizaban maleficios con las huellas de las personas para provocarles enfermedades e incluso la muerte.

      Capítulo II: Siglos XII y XIII,

      se gesta la ofensiva contra las brujas

      Las comadronas y su relación

      con la magia y la brujería

      El nacimiento tenía lugar en un entorno femenino y afectuoso porque la parturienta era atendida por mujeres. Incluso en los lugares más apartados este cometido lo realizaban un grupo de mujeres ligadas al entorno familiar y vecinal bajo las órdenes de una comadrona, más o menos experimentada. Las mujeres eran las únicas encargadas de traer los bebés al mundo y algunas de ellas tenían que conocer la fórmula del bautismo por si era necesario (cosa en aquella época frecuente) administrarlo urgentemente.

      Nuestras antepasadas, aunque consideraban naturales los embarazos constantes, conocían el alto riesgo que comportaba cada parto, de forma que intentaban hacer frente a estos riesgos por medios mágicos, si bien en general cristianizados, en especial, con la ayuda de una comadrona experta. Se generalizó el uso de una cinta de la Virgen puesta sobre el vientre de las embarazadas para solicitar un buen parto. En la habitación se encendían velas bendecidas y se llevaban unos amuletos fabricados de coral, piedras semipreciosas, saquitos de parto con oraciones que se colocaban junto al cuerpo.

      El coral era un amuleto muy extendido como protector de maleficios, en especial, contra los niños. Existen muchas imágenes del Niño Jesús llevando un coral en el cuello. El cuerno del unicornio (animal legendario o mitológico que algunos han identificado con el rinoceronte), algunas piedras y plantas también gozaban de supuestos poderes mágicos. Incluso se hacía ciertos gestos como el círculo que para San Vicente Ferrer era como invocar al demonio, de forma que, salvo el de la señal de la cruz, estaban prohibidos.

      Niño Jesús con coral en el cuello

      También quedaban ciertos restos paganos relativos a la magia del parto como no invocar a la Virgen María, sino a la diosa romana Juno - Lucina.

      La proximidad de las comadronas al misterio de la vida y sus conocimientos sobre el cuerpo femenino, remedios y la muerte, tantas veces presente en los alumbramientos, así como el ambiente misógino que se empezó a intensificar hizo que algunas veces las comadronas fueran sospechosas de brujería. Y es que las manos de la mujer que intervenía en la magia del parto, en el momento en que se tocaba casi de forma indisoluble la posibilidad de la vida y de la muerte, aterrorizaban.

      Sea como fuere, a nivel privado, las mujeres extendían el cuidado de la salud a toda la familia, procurando sanar los cuerpos y serenar los