y tormentos realizados con fiero ensañamiento:
Primero, el demonio disfrazado se aproximaba a la pieza deseada y terminaba por seducirla con dulces palabras. Entonces la mujer (que le ha complacido en sumo grado a primera visita) se decide a solicitar de aquel un contacto más permanente y una delegación de atribuciones, a cambio de su servidumbre para esta vida y toda la eternidad. Llama a Satanás, le reclama una nueva visita para pactar con él unos pocos años de vida y de felicidad a cambio de una eternidad en las calderas de Pedro Botero. En algún pasaje se lee que el demonio ofrecerá a la mujer un huevo de gallina negra, donde el demonio se incubará (de aquí la palabra íncubo).
La mujer debe fecundar el huevo con su intención y su sangre, cosa que hará dejando caer unas gotas de la suya propia extraídas de un dedo al que previamente hubiera pinchado. Para incubarlo lo podía poner bajo la axila del brazo y si ello le resultaba incómodo, lo podía enterrar en el estiércol del establo. Cumplido el plazo, al huevo no le pasaba nada, pero Satán o uno de sus auxiliares se presentaba para firmar el pacto. Se realizaban las abjuraciones, juramentos y renegaciones. Entonces la bruja recibía sus poderes demoníacos y el demonio desaparecía no sin la promesa de aparecer siempre que aquella lo necesitara. Se han conservado pactos firmados realmente con una pluma de ganso y sangre.
Los teólogos, distinguían dos clases de pactos, el primero sería una profesión tácita o pacto privado. Al prometer obediencia a Satán, una bruja servía de testimonio. El segundo sería un pacto público efectuado durante los sabbats o aquelarres ante todos los presentes. Sería este pacto público el que desencadenaría la guerra contra la brujería como había sucedido contra la secta alemana de los adoradores del demonio.
Creencias sobre los sabbats de iniciación
La aspirante a bruja podía ser aleccionada por brujas ya en ejercicio, convencidas y finalmente arrastradas a una asamblea de brujería, un sabbat especial, donde la neófita, tras los ritos iniciáticos, pasaba a formar parte de la comunidad. Se exigía, previamente, la decisión firme de querer pertenecer al gremio demoníaco, suficientemente comprobada. Tal convencimiento era el resultado de la paciente y constante labor de una bruja a favor de que tal acontecimiento se produjera. En estos casos y según las creencias de la época, fomentadas por los interesados, el demonio se aparecía ante la asamblea tomando forma humana ante el entusiasmo general y el supuesto temor de la novicia, exhortándoles a la fidelidad.
A continuación, la futura bruja se adelantaba del grupo y a las preguntas de Satanás renunciaba voluntariamente a la fe y renegaba de su religión y al culto de la Mujer Inmensa (nombre con el que se mencionaba a la Virgen María).
Satanás le decía entonces que debía entregarse no solo en alma, sino también en cuerpo. Así delante de todos los presentes a la Asamblea, la poseía sexualmente y después la aleccionaba para que fuera por el mundo pervirtiendo a cuantas almas fuera capaz. También le recomendaba la fabricación de una serie de ungüentos a base de carne y sangre de niños pequeños, mejor bautizados, para mayor triunfo.
Toda esta ceremonia no dejaba de ser en el fondo un rito primitivo de iniciación mitificado, al que ya describimos en su lugar, porque muy difícilmente el demonio podía aparecerse a nadie, aunque la Iglesia se había apresurado a convertir al dios cornudo en el diablo cristiano. Sin embargo, sí que era un rito de sangre del que alguien aprovechado desfloraba a las vírgenes neófitas, o esto podía ser realizado por las propias compañeras con un cuchillo denominado athame o cuchillo de la bruja, utilizado también para abrir y trazar el círculo mágico y que procedía del símbolo antiguo de apertura del útero.
La estrecha relación entre brujería y sexo será una constante etiqueta impuesta por sus perseguidores a lo largo de la historia, aunque en el fondo fuera solo el recuerdo de una ceremonia primitiva de iniciación y de apareamiento para proporcionar el nacimiento (o renacimiento, según creencias) de nuevas vidas. La Iglesia y sus autoridades, encontraron el terreno abonado para trastocarlo para sus fines.
El sabbat llamado también aquelarre
Hay quien ha buscado en la palabra sabbat conexiones con los cultos paganos primitivos, en especial con el orgiástico ofrecido a Dionisios, Sabazius, pero lo más probable es que provenga del sabbat hebraico, el día consagrado al Señor por los judíos que se reunían en la Sinagoga y es que de este modo la Iglesia mataba dos pájaros de un tiro (de arco o ballesta, claro) porque hacía sinónimas las reuniones brujeriles a las que tenía aquel pueblo, para ellos, infame.
En la Península Ibérica al sabbat preferimos llamarlo aquelarre, que según el Diccionario de la Real Academia Española, se define como “junta o reunión nocturna de brujos y brujas, con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en figura de macho cabrío, para la práctica de las artes de esta superstición”.
La palabra es en realidad un topónimo ligado a una cueva que se encuentra en la planicie navarra de Zugarramundi a 84 kilómetros de Pamplona y escasamente a cinco de la frontera francesa. Su extraordinaria importancia bien merece un capítulo.
Volvamos ahora a la descripción en detalle del sabbat extraída de las confesiones de las desgraciadas sometidas a procesos inquisitoriales. La línea de confesión es concordante con todas. Hay mujeres que manifiestan estar afiliadas al ejército de Satanás, desde un número indeterminado de años, ofreciéndose a él, tanto en esta como en la otra vida. Frecuentemente, la noche de viernes a sábado han asistido al sabbat que variaba de lugar según las circunstancias. En él, en compañía de hombres y mujeres perversos, protagonizaban toda clase de excesos cuya descripción llena de pavor.
¿Cómo habían llegado a esta situación? Según un relato, hallándose la aludida lavando la ropa de su familia en el río cercano, observó que sobre el agua se aproximaba un hombre de talla desmesurada de piel muy oscura, cuyos ojos eran tan ardientes como carbones encendidos, iba vestido con pieles de animales. La aparición sugirió a la mujer si quería entregarse a él y ella le contestó que con gusto, tal era la seducción que comportaba. Entonces el aparecido le sopló en la boca y desde el sábado siguiente la mujer no pudo sustraerse ya a asistir al sabbat. Allío fue recibida por un macho cabrío gigantesco quien después de saludarla la montó varias veces con sumo placer (¡para él!) y a cambio le enseñó toda clase de secretos maléficos: las plantas venenosas y su utilidad práctica, palabras para cada encantamiento y la forma de realizar los sortilegios durante las noches de San Juan (solsticio de verano), navidades (solsticio de invierno) y primeros viernes de mes. También le indicó que era bueno ir a comulgar para profanar después la hostia.
En otra confesión recogida se señala que una muchacha encontrándose en un camino solitario se unió en amistad criminal con un pastor que la obligó a hacer un pacto con el espíritu infernal por medio de un pacto sellado con la sangre que vertió de su brazo izquierdo sobre un fuego alimentado con huesos humanos, robados del cementerio de la parroquia. Desde entonces se ocupaba de la confección de ciertos ingredientes y brebajes perjudiciales para producir la muerte de hombres y rebaños. Todas las noches de los sábados , caía en un sopor profundo y entonces era transportada al sabbat entre Toulouse y Montauban o hacia las cumbres pirenaicas en lugares que le eran desconocidos, en donde hacía adoración al macho cabrío, entregándose a él y a todos los presentes en una orgía detestable. Por manjar exquisito se tenían los cadáveres de niños recién robados de las nodrizas y se bebían brebajes espantosos.
En el sabbat no se utilizaban simbolismos, ni existía ninguna ceremonia relacionada, ni siquiera remotamente, con el rito cristiano, antes bien, se servían de ídolos paganos y emblemas fálicos adorados por los hombres y mujeres que seguían estas creencias para burlarse e invertir todo el sistema simbólico y religioso vigente. La llama de los sabbats se extendió por media Europa apropiándose de un dualismo: Dios, demonio que no dejaba de ser un trasunto de las clases elevadas en el primer caso y del pueblo, o todos los demás, en el segundo.
La ceremonia del sabbat
Según la profusión de testimonios conservada se parecían todas. Tenían lugar con preferencia en una amplia explanada elevada y con un bosque que la limitase, a veces una amplia cueva cercana servía para guarecerse en días de lluvia. Se decía que la explanada hacía las veces de la nave de la iglesia,