retornar a sus casas algunos comentaron haber visto llegar a la bruja con una risa sarcástica en su boca. Como había sido la única no invitada a la boda, la hizo especialmente sospechosa, se buscaron testimonios y no tardaron en aparecer unos pastores que confesaron haber presenciado la ceremonia de la colina. Se detuvo a la bruja y se le dio tormento y por este y otros maleficios fue condenada a la hoguera. ¿Conocieron esta historia Perrault o los hermanos Grimm?
Acusación, instrucción
de la causa y sentencia
En la tercera parte del Malleus parece que sus autores disfrutaron con fruición y morbosidad. Para iniciar una causa bastaba la acusación de un particular o la denuncia, sin pruebas, realizada por una persona envidiosa. Era corriente también abrirla por parte del juez, ante el rumor público. A veces basta el testimonio de un niño, así como el de algunos enemigos de la mujer acusada. Se recomendaba que el juicio fuera rápido, sencillo y definitivo. El juez se atribuía de plenos poderes hasta el punto de que era el único que decidía si un acusado tenía derecho a defenderse o no. Él es, asimismo, el que escogía el abogado defensor, poniendo tales condiciones que lo convertían en más acusador que otra cosa.
El tormento se debía usar libérrimamente y si todavía no se declaraba el reo culpable se acusaba al diablo de semejante situación. A finales del siglo XV no se admitía ya la ordalía y por desgracia, casi siempre el final es el mismo, la retractación y el arrepentimiento no libraban de la muerte al convicto. El brazo secular se apoderaba de él, cuando no es la misma justicia secular quien lo condenaba puesto que el crimen de brujería no era solamente religioso, sino también civil.
Imagen medieval de la ordalía del hierro candente
¿Qué era una ordalía?
Es una serie de pruebas judiciales de carácter mágico o religioso destinadas a demostrar la culpabilidad o inocencia de un acusado. Tuvieron gran difusión y predicamento hasta el siglo XIV, entre ellas se hallaba la denominada prueba del agua para descubrir a las brujas. La sospechosa debía quedar inmovilizada de tal modo que no pudiese hacer movimiento alguno. Generalmente se le ataban conjuntamente pies y manos y era lanzada en laguna corriente de agua. En el caso de que flotase, quedaba patente su condición brujesca. Y entonces podía aguardar lo peor de sus jueces, incluso confesando plenamente y abjurando de sus errores en cuyo caso podía haber un resquicio para la esperanza.
Puede decirse que el Malleus desde que entró en vigor hasta muy entrado el siglo XVIII fue desarrollando su contenido con las aportaciones de los juristas (en su mayor parte protestantes) comenzando a ser rebatidos por médicos, filósofos y teólogos renovadores, que terminaron por ganar la partida a los que sustentaban gran parte de las patrañas que llevaron a la hoguera a miles y miles de inocentes, con excepción del tema de las denominadas misas negras, a las que más adelante, nos referiremos extensamente.
Capitulo IV: La brujería en España
Al tratar sobre la brujería española nos encontramos con una especie de determinismo geográfico que distingue la brujería de la zona húmeda: meigas gallegas, sorguiñas vascas, brujas pirenaicas a las que añadiremos las bruixes catalanas y la brujería de la zona de secano que comprende a las hechiceras castellanas cuyo mayor representante sería la Celestina, aragonesas, andaluzas y extremeñas. Comenzaremos nuestro recorrido como las borrascas atlánticas: por Galicia.
Las meigas gallegas
Se ha escrito hasta la saciedad que Galicia es una tierra fértil para la brujería. A ello ha contribuido la estructura rural y marinera que se conservó hasta la segunda mitad del siglo XX, mientras la revolución industrial transformaba la faz de la Europa occidental. Estadísticas nos hablan de que en 1960 todavía el 76% de la población gallega se dedicaba a las labores del campo y del mar.
Aunque desgraciadamente cada vez quedan menos campesinos o pescadores gallegos que recuerden historias de las meigas o de diablos, de un pasado que casi fue ayer, no han desaparecido las feiticeiras o curanderas del mal de ojo (como las fetilleras catalanas) en las parroquias más recónditas del bellísimo terruño gallego, y hasta se sigue hablando de poseídos por el demonio que van a buscar su curación a algún santuario.
En la Edad Media tales historias se denominaban exempla (ejemplos) ingeniosos y divertidos para hacerlos más comprensibles al pueblo llano, tal como las recopiló en gallego el propio rey Alfonso X el Sabio en el siglo XIII.
Nuevamente hemos de repetir el dicho gallego de que “en la actualidad nadie cree que existan las meigas, pero haberlas haylas”.
Una meiga arrepentida
Recoge una leyenda que en los tiempos en que Jesús predicaba entre nosotros vivía una meiga muy famosa por sus artes brujeriles. Se llamaba Comba y como de sus artes sabía todo y más y, naturalmente, Jesús también, resultó que cierto día llegaron a conocerse (no importa dónde, si a orillas del Jordán o del Sil). Jesús le preguntó a dónde se dirigía y ella le contestó, sin ambages: “A dedicarme a mi mal oficio”. Entonces Jesús le replicó: “Enmeigar, enmeigarás, pero no meu reino non entrarás”.
Comba recapacitó y arrepintiéndose de sus gordísimos pecados consiguió la gracia del Señor, que a pesar de todo, la perdonó. Cuentan que en su memoria se erigió una iglesia en Ourense, Santa Comba de Bande que todavía se conserva en estilo visigótico y prueba la mezcla de carácter sacro y profano de las leyendas antiguas.
Características del demonio gallego
En Galicia, junto al Satanás malvado y siniestro, príncipe de las brujas, perseguido por la Inquisición, es creencia popular que existen otros demonios socarrones y divertidos, no del todo malos y hasta débiles, pues un pobre labriego con un poco de astucia sale airoso de ellos. El demonio posee en región histórica una gran variedad de nombres: demoño, democho, demoro, demóncaro, demoncre, demontre, demonche, demachino, dencho, déngaro, denllo, deño, diancre, diaño, diancho, diabro y diabo. Conserva los nombres propios de Lucifer, Luzbel y Belcebú. Perello, Perete o Perechose utilizan tanto para el diablo como para el trasgo (duende). Para evitar pronunciar su nombre, pues alguien puede creer que se toma como una invocación, se le conoce como Enemigo, Pecado, Maldito, Cornudo, Rabudo y Abelurio (persona molesta), Cachán (con el carácter de mujeriego) y Xuncras (como eufemismo de Judas).
El Padrenuestro de las meigas
Pai sodes noso escolhido
Para vos a gloria do.
Pai sodes noso soleante
Para a gloria vos a dar.
Pai sodes noso no xardín
Para a gloria nos a dar.
Amai vós este meu corpo
Para vosa alma consolar.
Amén.
Padre sois nuestro escogido
Para la gloria daros
Padre sois nuestro soleante
Para la gloria daros.
Padre sois nuestro en el jardín
Para la gloria darnos,
Amad vos este mi cuerpo
Para vuestra alma consolar.
Amén.
Como se llega a meiga
Como en tantos otros países, según los gallegos, las brujas nacen y se hacen. Adquiere esa condición la mujer que por voluntad propia, acude a una reunión de brujas en compañía de una madrina o protectora y recita el padre nuestro citado.
También llega a bruja la mujer que con ese fin da la mano a otra veterana en trance de muerte. En general las brujas son hijas de brujas. Es decir, la brujería se trasmite por herencia. Voluntarias o por nacimiento, las brujas reciben el poder del diablo. Se les reconoce por la señal que les marca en el ojo, un sapo o las patas les tiñe de amarillo azafrán las cejas, las marca con una uña en cierta