menor medida, un estigma. Y a algunos les cuesta más que a otros.
Por eso, así como nacemos en el armario, hay quienes mueren dentro. La película israelí Yossi and Jagger, de Eytan Fox, lo cuenta con una metáfora extraordinaria. Sus protagonistas son dos soldados israelíes apostados en la frontera con el Líbano, que viven su amor a escondidas, cuidándose al mismo tiempo de los ojos y oídos de sus compañeros y de las balas del enemigo. Jagger muere en combate, y Yossi, que además de ser su novio era su comandante, debe comunicárselo a la familia. Junto a la madre del soldado se encuentra una joven que estaba enamorada de él. Ella creía que él sentía lo mismo, pero no se animaba a decirlo. La mamá de Jagger dice que hay muchas cosas de la vida de su hijo que nunca llegará a conocer, y le pregunta a la chica cuál era su canción favorita. Ella no lo sabe, y Yossi, que hasta ese momento ha estado callado, responde: “Come, de Rita, es la canción que más le gustaba”.
La salida del armario también tiene una dimensión social. Podríamos arriesgar una regla: cuanta más gente haya en el armario, más prejuicio, homofobia y violencia habrá del lado de fuera. Por eso mismo, más cuesta salir. Es un círculo vicioso.
Imaginemos una sociedad en la que todas las personas gays, lesbianas y bisexuales están en el armario. La única fuente de información que el resto tiene sobre ellas son las narrativas homofóbicas divulgadas por diferentes religiones, medios conservadores y políticos oportunistas que viven del discurso de odio o no tienen coraje para enfrentarlo. Ese señor o esa señora que creen en todas las barbaridades que les contaron sobre nosotros y nos ven como bichos raros y peligrosos, enemigos de la familia, pecadores, perversos, mala gente o enfermos, como estamos en el armario, no tienen cómo descubrir que no lo somos.
Ahora imaginemos una sociedad en la que la mayoría de las personas gays, lesbianas y bisexuales sale del armario. Ese “bicho raro”, al que tanto asco o miedo le tenían, pasa a ser su hijo, su sobrina, su vecina, el verdulero del barrio, su dentista o abogada, su compañero de trabajo, aquel ídolo deportivo, aquel político por el que votaron, aquel músico que tanto les gusta. Son personas a las que conocen bien y saben que no son peligrosos, enemigos de la familia, pecadores, perversos, mala gente o enfermos.
Cuando le ponemos nombre y rostro al espantapájaros, nos damos cuenta de que es apenas gente como nosotros. Los discursos homofóbicos empiezan a sonarnos tan estúpidos y desagradables como una vieja proclama racista o antisemita del siglo pasado.
Por eso, vista no tanto como un acto individual sino como un fenómeno social, la salida del armario puede ser uno de los mejores remedios contra el prejuicio. También por eso, los regímenes más opresivos contra las minorías sexuales dictan leyes que criminalizan la homosexualidad, para que salir del armario sea peligroso, inclusive letal. Manteniendo los armarios bien cerrados, el prejuicio se perpetúa y las narrativas llenas de odio no tienen nada que las confronte. En muchos de esos países, no sólo es delito ser homosexual, sino también expresarse de cualquier forma contra la homofobia.
En esos países este libro sería ilegal, porque se consideraría “propaganda homosexual”. Sería prohibido y su autor y sus editores podrían acabar en la cárcel.
Al contrario, en los países que garantizan igualdad de derechos y dignidad humana a las personas LGBT, el incentivo para salir del armario es mayor y cuantas más personas lo hacen, más se reduce el prejuicio de los demás. Hasta que llega el día en que nadie se quiere perder la fiesta de casamiento de su amigo gay.
El mejor panorama se da, por supuesto, en los países que combaten el prejuicio desde la escuela, aquellos donde la gente no presume que cada niño o niña será en el futuro heterosexual. Será lo que será. Las sociedades que empiezan a abolir esa regla que nos obliga a entrar al armario, sin saberlo y desde el nacimiento mismo, serán sociedades libres de prejuicio, en las que resultará más fácil ser feliz.
El título de este libro, El fin del armario, es al mismo tiempo una crónica de época y una expresión de deseos. Lo primero porque, al menos de este lado del mundo –lejos de los regímenes totalitarios y las teocracias fundamentalistas de Oriente–, salir del armario es cada vez más fácil. La Gran Bretaña, que condenó a Alan Turing a la castración química por homosexual, hoy lo considera un héroe, y el pequeño pub donde, en 1969, gays, lesbianas y trans se enfrentaron violentamente a la policía de Nueva York hoy es un monumento histórico nacional que recuerda esa rebelión. Nuestro lado del mundo es un lugar cada día mejor y más amigable.
La Argentina donde nací también cambió, a pasos acelerados, en los últimos años, y hoy tenemos la legislación sobre derechos civiles de la población LGBT (lesbianas, gays, trans y bisexuales) más avanzada del mundo, aunque aún falte avanzar mucho en cuestiones que no dependen apenas de la ley.
El fin del armario parece más cerca y las nuevas generaciones, protagonistas de lo que el sociólogo Ernesto Meccia define como el tránsito entre la homosexualidad y la gaycidad, salen más temprano y con mayor naturalidad. Hoy ya no es tan raro que un adolescente gay lleve a su novio a cenar a la casa de sus padres, algo que hace algunos años era impensable. Los que nos precedieron comenzaron el camino que los llevó de la vergüenza al orgullo, abriendo paso a la lucha definitiva por derechos civiles que estamos viendo triunfar en estos años. La próxima generación estará muchísimo mejor. Todavía no llegamos, pero cada día parece más cercano ese nuevo mundo en el que los armarios serán piezas de museo.
Este libro habla de ese camino, con avances y retrocesos, y trata de explicar cosas que mucha gente no conoce sobre nuestro mundo, contestando mitos, riéndose de tabúes y estereotipos, denunciando discursos de odio que aún conspiran contra el futuro, cuestionando el papel de la religión, la política, los medios, la cultura, analizando las semejanzas entre el prejuicio homofóbico y otros, como el racismo y el antisemitismo, resaltando algunas novedades de esta época y contando historias, que a veces es mejor que teorizar.
Fue escrito pensando en lectores y lectoras de todas las orientaciones sexuales e identidades de género, de modo que no presupone que nada sea obvio. Si después de leerlo, tenés menos prejuicios y más información que antes de empezar, significa que funcionó. Y entonces se lo podés recomendar a alguien más.
Agradezco a la editorial Marea y, en especial, a Constanza Brunet, que apostó por este libro y lo publicó en Argentina, y a los editores que se atrevieron a lanzarlo, con ediciones propias, en otros países: Ari Roitman, de Brasil; Arthur Zeballos, de Perú; Enrique Murillo, de España; João Rodrigues, de Portugal, y Juan Guillermo López, de México. Que el fin del armario siga llegando a cada rincón del mundo.
También agradezco a mis colegas de Todo Noticias, donde hace años escribo sobre estos temas con absoluta libertad para la web, además de haber trabajado durante ocho años como corresponsal en Brasil para los noticieros, escapando a la idea de que ser un periodista gay y salir del armario significa no poder hablar de otra cosa. Muy especialmente, agradezco a Carlos de Elía, que me abrió las puertas del canal, y a mis editores, Fabiana Ramírez y Marcelo Aprea.
Río de Janeiro, 2017 – Barcelona, 2019
1 Esta edición ha sido totalmente actualizada a lo largo de 2019. Además, he añadido un nuevo capítulo y numerosos textos que no figuraban en las ediciones anteriores, debido a la importancia de fenómenos como la llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil, y la emergencia de Vox en las elecciones españolas (N. del A.).
2 El autor se refiere a un corto argentino de los años noventa, producido por J&J y protagonizado por el actor Pablo Rago, que era usado como clase de educación sexual en algunas escuelas (N. del E.).
3 Disco gay “hétero-friendly” ubicada en el barrio de Almagro, de la Ciudad de Buenos Aires (N. del A.).
1. GAYKIPEDIA
Los infinitos cajones del armario
¿Quién hace de mujer?
Algunas personas