encontrarse muy asociado a los comportamientos en nuestras vidas, es importante mencionar la relevancia de nuestro sistema de dolor y de placer. Sin lugar a duda, al igual que el resto de los animales somos máquinas programadas para buscar el placer y para rehuir el dolor. Al margen de las evidencias científicas que sobre ello existen, tengo el pleno convencimiento de que como pauta general la búsqueda de aquello que nos produce placer, como la comida o el sexo, tiene una funcionalidad al servicio de nuestro instinto de supervivencia, para procurarnos el sustento biológico necesario para vivir y hacernos atractiva la actividad sexual imprescindible para la procreación. En sentido contrario el dolor nos ayuda a evitar aquellas prácticas dolorosas que resultan peligrosas para nuestro organismo, además de constituir una voz de alarma ante situaciones corporales que nos aconsejan el reposo y cuidado personal.
Ese comportamiento del dolor y del placer es fácilmente apreciable en lo que se refiere a la satisfacción de nuestras necesidades biológicas y la protección de nuestro físico. Pero el mecanismo de premio (placer) y castigo (dolor) para modular los comportamientos no resulta tan fácilmente apreciable cuando hablamos de dolor y placer (o bienestar) psicológicos. Sin embargo, hoy la neurociencia ha podido verificar que el funcionamiento de nuestro cerebro y la activación de las zonas asociadas al dolor físico ocurren igualmente cuando se trata de luchar por la satisfacción de lo que llamamos «necesidades psicológicas». Nuestro sistema interno de auto-atribución de premios y castigos incentiva los comportamientos que nos llevan a la satisfacción de nuestras necesidades e imparte castigos (en forma de dolor o desasosiego) a las conductas que nos alejan de la atención de nuestras necesidades sociales. Lo que llamamos «cargo de conciencia» es también una forma de dolor cuando hemos realizado conductas poco adecuadas para nuestra supervivencia a corto o largo plazo. Es una forma de castigo que desincentiva las malas conductas para evitar futuros cargos de conciencia. Por el contrario, cuando sentimos que hemos cumplido nuestro deber dedicando a ello esfuerzo, nos embarga un gozoso sentimiento de satisfacción por el «deber cumplido». Se trata, en este último caso, de uno de esos premios que nuestra maravillosa maquinaria de supervivencia nos procura para alentar las conductas deseables.
También relacionado con nuestro movimiento o nuestras acciones, quiero referirme a aquello que nos mueve a «no movernos». Me refiero a la resistencia al cambio. Se trata de una magnífica cualidad de nuestro funcionamiento y nuestro sistema de motivaciones, por la prudencia que implica al servicio de nuestra supervivencia. Como dice el dicho popular, «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer».
Nuestro cerebro está cómodo con lo conocido y le despierta miedo o incertidumbre adentrarse en territorios desconocidos. Además, afrontar lo nuevo o el cambio exige una mayor energía para lidiar con el aprendizaje necesario para desenvolverse en las nuevas situaciones. Es lo que se denomina el «coste del cambio», que es compatible con el impulso del hombre hacia lo nuevo, pues sin duda este impulso es también fuerte y permanente como expliqué al tratar el apartado llamado «Deambuleo mental». La contraposición de las fuerzas internas dirigidas a la búsqueda de la novedad y el cambio con las que nos retienen en nuestra llamada zona de confort provoca que los cambios y la evolución se produzcan, en general, dando pasos desde posiciones y habilidades dominadas hacia otras aledañas y novedosas. Ello nos permite reducir la incertidumbre de lo nuevo y hacer no traumático o menos traumático el cambio. A la vez nos dota de la positividad de vivir con satisfacción el aprendizaje y una evolución personal de superación y progreso.
Podría considerarse que esta resistencia al cambio en relación con la atracción por la novedad es también una manifestación más del sistema de motivaciones propio del mecanismo de sufrimiento/placer.
Como conclusión, podemos decir que los instintos son maravillosos, sofisticados y sutiles programas o «software genético» al servicio de la atención de nuestras necesidades. Unas necesidades más básicas y primitivas de tipo físico biológico y otras sociales más sofisticadas y propias de un ser humano social y evolucionado. Una misma programación genética (software) aplicada sobre unas mismas estructuras cerebrales (hardware) para la protección de un tipo u otro de necesidades, fisiológicas o sociales, y con estrategias de funcionamiento que sin duda están cargadas de complejidad.
Las necesidades, ¿qué bufanda llevas puesta?
Como es natural, la primera motivación asociada o consecuencia de nuestro instinto de supervivencia es asegurar la satisfacción de nuestras necesidades. Acabamos de ver como estamos dotados de mecanismos físicos y neurológicos que velan por su satisfacción incluso de forma inconsciente para nosotros. Y para entender lo que son las necesidades debemos buscar aquello que es imprescindible, o más o menos imprescindible o muy conveniente, para la consecución de los mandatos biológicos básicos con los que estamos programados en virtud de nuestros instintos. Es decir, aquello que se precisa o es de gran utilidad para mantenernos vivos y conservar a nuestra especie se convierte en una necesidad real o incluso percibida para nosotros.
Una primera categoría de necesidades son las llamadas fisiológicas o biológicas. Es decir, todo aquello que resulta imprescindible para poder sostener la energía y el movimiento que mantiene la actividad interna de nuestros órganos, nuestra vida. Estas necesidades se refieren a la nutrición, el oxígeno, la temperatura, la protección puramente física, etc. La carencia de alguna de ellas nos lleva a la muerte rápida o progresiva, y por ello resulta incontestable su calificación como verdaderas e indiscutibles «necesidades», como las tiene cualquier otro ser vivo. La simple amenaza a la satisfacción de tales necesidades dispara en nosotros reacciones y comportamientos, incluso violentos, dirigidos a su protección.
Pero la evolución del hombre a lo largo de la Historia y su conformación como ser social y cultural dan lugar al nacimiento de lo que se pueden llamar necesidades psicológicas o sociales. Podríamos decir que estas son (como ocurre en el caso de las necesidades fisiológicas) aquello que el ser humano requiere, o siente que requiere, para el sostenimiento de su vida y la reducción del sufrimiento psicológico. Este sufrimiento podría suponer un enorme desgaste energético y el deterioro de la calidad de la sociedad en la medida que las carencias psicológicas o sociales se extiendan a muchos de sus miembros. Desde luego no se trata de necesidades cuya carencia nos produzca una muerte inmediata, pero resultan fácilmente apreciables en nuestros estados de ánimo, energía y actitud para vivir.
Existen diversas clasificaciones de lo que podemos llamar necesidades humanas. Más allá de las puramente fisiológicas, me gustaría mencionar las cinco necesidades que enuncia el psicólogo fundador del Neuro Leadership Institute David Rock en su modelo que denomina SCARF (bufanda en inglés), acrónimo formado con las iniciales de los términos Status, Certainty, Autonomy, Relatedness y Fairness con criterio nemotécnico:
Status o estatus: necesidad social de tener importancia relativa respecto a los demás, respeto, estima y significado dentro de un grupo.
Certainty, seguridad o certidumbre: necesidad de sentirnos seguros sabiendo que nuestro cerebro analiza patrones de forma constante y prefiere patrones familiares y conocidos. Evalúa lo conocido como seguro y lo desconocido como peligroso. Vencer las resistencias al cambio pasa por gestionar bien este dominio.
Autonomy o autonomía: necesitamos percibir que poseemos cierto control sobre los acontecimientos, así como la posibilidad de tomar decisiones propias.
Relatedness, encaje social o relacional y sentido de pertenencia: necesitamos las relaciones y pertenecer al grupo en el que nos sentimos seguros, para lo cual analizamos constantemente si las personas de nuestro entorno son amigos o extraños.
Fairness o justicia: necesitamos vivir en un entorno justo pues la sensación de la existencia de falta de equidad a nuestro alrededor desencadena respuestas negativas y provoca posturas defensivas.
Se tratan todas ellas, bajo una u otra categorización, de necesidades cuya falta de satisfacción supone un desgaste o fuente de infelicidad en nuestra vida y por tanto un debilitamiento de nuestra capacidad de luchar exitosamente por nuestra supervivencia. Quizá sería más propio referirse a un debilitamiento de nuestra supervivencia social, dado que la carencia de las mismas no acaba, directamente ni de forma inmediata, con nuestra vida (salvo en casos