A muchos agentes del fbi les fue asignado vigilar dicha zona día y noche junto con otras agencias policiales para asegurarse de que ningún diplomático o funcionario iraní «escapaba» de nuestra red de vigilancia. No se permitía entrar o salir a nadie sin que presentara su identificación en el puesto de control. Se les concedieron setenta y dos horas a los diplomáticos para que resolvieran sus asuntos y abandonaran el país, aunque un equipo de vigilancia acompañaba siempre a cada uno de ellos. Fui asignado a uno de estos equipos de vigilancia que seguiría a un diplomático hasta que llegase la hora de irse. Era una forma de vigilancia directa y provocadora como la realizada por la Unión Soviética con nuestros diplomáticos en el Bloque Oriental.
Sin embargo, los iraníes sorprendieron a todos cuando acordaron abandonar el país el 9 de abril. Subieron sus maletas a dos autobuses que ellos mismos habían fletado; arriaron su bandera aproximadamente a las siete de la tarde y unos cuarenta y cinco minutos después se dirigieron al aeropuerto de Dulles escoltados por la policía. Debía haber cien vehículos de policía en la caravana, junto con otras unidades policiales que esperaban en el aeropuerto. Los iraníes embarcaron en un vuelo comercial de British Airways con destino a Londres y abandonaron Estados Unidos a las 10:15 p. m. Los nuestros, los rehenes estadounidenses, permanecieron en su cautiverio durante otros nueve meses, hasta que fueron liberados el 20 de enero de 1981.
También tuve la inolvidable experiencia de responder al atentado contra el presidente Reagan el 30 de marzo de 1981. Estaba conduciendo hacia el Departamento de Estado para revisar una solicitud de pasaporte y tenía la radio puesta en la emisora wtop. En torno a las 2:25 p. m., cuando casi había llegado al edificio del Departamento de Estado, cerca del Lincoln Memorial, el locutor anunció que el presidente Reagan había sido alcanzado por una bala en el hotel Washington Hilton. Me quedé anonadado. Aparqué mi vehículo en el arcén, saqué un bolígrafo y un cuaderno y esperé a anotar más detalles. Cuando el locutor afirmó que varias personas que acompañaban al presidente también habían recibido disparos, llamé al wfo para avisarles de lo que acababa de ocurrir. De pronto la radio del fbi cobró vida y se me ordenó que fuese al Hilton. Llegué justo veinte minutos después del tiroteo. El departamento de policía metropolitana (mpd) ya había tendido las cintas de balizamiento para impedir el tráfico y acordonar la escena del crimen. Había unos treinta vehículos de policía y en torno a unas mil personas rodeando la zona en cuestión. Me dirigí directamente hasta la línea policial y aparqué en medio de la calle, ya que la mpd había cortado el tráfico en la avenida de Connecticut. Mostré mis credenciales a los miembros de la mpd y me dejaron aparcar ahí mismo. Miré a mi alrededor y pensé: «¡Mierda! Alguien ha intentado matar al presidente Reagan».
Ahí estaba yo, un bisoño agente del fbi con dieciocho meses de servicio a mis espaldas, en la escena del crimen para recoger pruebas y hacer entrevistas. Miré a mi alrededor y traté de proyectar garbo y confianza en mí mismo, pero empecé a sudar, a pesar de que la tarde era bastante fresca. No contaba con ningún equipo para analizar lo que pudiera haber en la escena del crimen. Acepté el hecho y me puse a buscar al agente a cargo de la escena del crimen para avisarle de que el fbi había llegado. Justo entonces miré desde la colina hacia abajo y reconocí a un compañero que subía por la avenida de Connecticut. Aparcó al lado de mi vehículo y cuando salió del mismo prácticamente le abracé. Dios existe y esto era prueba de ello. ¿Quién mejor en la escena del crimen de un intento de asesinato del presidente que un agente especial sénior con experiencia, que además había sido supervisor del laboratorio del fbi?
Cuando nos acercamos algo más a la escena vimos manchas de sangre por toda la acera de la puerta lateral del hotel. Los detectives a cargo y los agentes del Servicio Secreto nos proporcionaron los detalles de lo que había ocurrido. Un pistolero había efectuado cinco o seis disparos desde un punto cercano a la entrada lateral, desde el lado este de la entrada lateral del Hilton. Los disparos fueron efectuados en dirección suroeste, por lo que cualquier disparo que hubiese fallado su objetivo habría impactado en el edificio de oficinas Universal, que estaba al otro lado de la calle. Se establecieron tres perímetros en la escena del crimen. La primera capa era la que había en torno a la entrada lateral donde las víctimas habían sido abatidas, y se extendía hasta el espacio donde había estado aparcada la limusina del presidente. La siguiente capa era un área circular más amplia que rodeaba el lugar ocupado por la limusina del presidente. La última zona era el resto del bloque y el edificio de oficinas Universal.
Comenzamos a analizar la escena, y una de las primeras cosas que hicimos fue recoger la pistola empleada para disparar al presidente. Me había percatado de la presencia de un agente del Servicio Secreto que caminaba con una pistola que colgaba de su muñeca. Cuando miré más de cerca, vi que la tenía enganchada con unas esposas. Tras firmar un comprobante de custodia, desenganchó la pistola de sus esposas y yo mismo custodié el revólver y lo anoté en la lista de pruebas. Recibimos informes sobre la condición médica del presidente junto con el parte de otras víctimas que habían recibido disparos. Parecía que el presidente sobreviviría, al igual que Tim McCarthy, agente del Servicio Secreto. Sin embargo, tanto un agente de la mpd como el Secretario de Prensa James Brady se hallaban en estado crítico.
No podía evitar sentirme indispuesto. No sé, llamadme idealista o anticuado, pero alguien había tratado de asesinar al presidente de los Estados Unidos de América y casi lo había logrado. El acontecimiento me llegó hasta la misma fibra de mi naturaleza policial y de mi calidad de ser humano. No conocía al presidente Reagan, tan solo por lo que había visto en la televisión. Parecía ser un hombre agradable, pero era demasiado pronto para saber qué tipo de presidente llegaría a ser. Me imagino que esa es la parte siniestra del asunto; alguien había logrado acercarse a él y lo había alcanzado.
Tras fotografiar la zona, inspeccionamos la escena del crimen en profundidad. Después fotografiamos e inventariamos las pruebas de mayor tamaño. Tomamos muestras de sangre de la acera. Formamos una línea y peinamos el acceso de vehículos al hotel y la acera con nuestras manos y rodillas, buscando fragmentos de bala. Hicimos eso en toda la escena del crimen. Una línea nueva fue creada para peinar lo que quedaba de la manzana hacia el este del hotel. Incluso nos adentramos en rejillas de drenaje y en alcantarillas de la zona circundante para obtener pruebas. Una vez hubimos terminado, limpiamos la sangre de las aceras con una manguera para no dejar ningún rastro macabro que fuese luego señalado por la prensa. Sentí que habíamos hecho un gran trabajo.
Los empleados del Hilton fueron estupendos. Nos proporcionaron bebidas y bocadillos a todos los que estábamos trabajando en la escena del crimen para que pudiésemos hacer nuestro trabajo sin demora. Mientras nos adentrábamos en la noche, la gente empezó a marcharse a excepción de la prensa. Llevamos las pruebas recogidas directamente al laboratorio del fbi. Esa era una de las cosas buenas de estar en la wfo: el laboratorio del fbi estaba ahí mismo. No teníamos que enviar las pruebas por correo postal.
Llegué de vuelta a la oficina a medianoche, y estaba reventado. Había unos cien agentes del fbi, del Servicio Secreto y de la mpd esperando dentro y fuera de las salas de interrogatorios. El aspirante a asesino del presidente, John Hinckley, estaba siendo interrogado en la wfo, pero yo nunca le vi. Dejé el lugar a la 1:30 a. m., y me fui a casa sabiendo que habíamos hecho un buen trabajo.
La brigada C-4 siguió trabajando en el caso y, con el tiempo, lo trasladó a la justicia. Hinckley fue a juicio y fue hallado no culpable debido a una enfermedad mental. No importaba demasiado, ya que Hinckley permaneció recluido en un hospital psiquiátrico hasta septiembre del 2016. En el sistema judicial de Estados Unidos una sentencia de cadena perpetua suele durar treinta y cuatro años. Tras haber pasado treinta y cuatro años recluido, Hinckley ciertamente pasó su vida entre rejas.
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Fue durante mi época en la wfo cuando nació mi primer hijo, en Virginia, y mi esposa de entonces y yo nos divorciamos. Finalmente, conocí y me casé con otra agente del fbi, Liz, con quien compartía muchos intereses además de nuestras respectivas profesiones. En abril de 1985, mi quinto año en el fbi, fui transferido a Miami, Florida, para vivir junto a Liz, que había sido destinada ahí. Estaba familiarizado con Miami puesto que había estado antes en lo que nosotros llamamos «Destino Temporal Asignado». Ya no era un ptn (puto tipo nuevo) así que no tuve que lidiar con la mierda