a temperaturas superiores a los 750 grados centígrados, lo que permite la conversión directa del calor en energía mecánica o eléctrica. Como tantas otras patentes suyas, tampoco éstas encontraron una aplicación práctica de forma inmediata y cayeron en el olvido. En las últimas décadas del siglo XX se volvió a prestar especial atención a este proceso, sin que, hasta el momento, nadie haya mencionado que fue uno de los muchos hallazgos de Tesla.
Cuatro años habían transcurrido desde que descubriera el campo magnético rotatorio y construyese su primer motor de corriente alterna en Estrasburgo, y comenzaba a preguntarse si la hierba verde y el dorado sueño americano seguirían dándole la espalda. Dolido por los desengaños en cadena, se preguntaba si sus años de estudio no habrían sido una pérdida de tiempo.
Pero el destino le tenía reservado un giro inesperado. Tras haber oído hablar de su motor de inducción, el jefe del taller donde languidecía el inventor le presentó a A. K. Brown, director de la Western Union Telegraph Company, quien no sólo estaba al tanto de lo que representaba la corriente alterna, sino que mostraba un interés personal en las nuevas perspectivas que ofrecía esta solución.
Allí donde Edison había sido incapaz de aprehender una revolución ya en ciernes o, para ser más exactos, había intuido que supondría el toque de difuntos para su proyecto de electrificación con corriente continua, Brown optó decididamente por el futuro. Respaldó la creación de una nueva empresa que también llevaría el nombre del inventor, la Tesla Electric Company, con el objetivo primordial de desarrollar el sistema de corriente alterna ideado por el serbio en un parque de Budapest, allá por 1882.[16]
1 Matthew Josephson, Edison, Nueva York, McGraw-Hill Book Co., 1959.
2 Ibid.
3 O’Neill, Genius, p. 60.
4 Tesla, “Inventions”, p. 51.
5 Ibid., p. 54.
6 O’Neill, Genius, p. 64.
7 Josephson, Edison, pp. 87-88.
8 Times, Nueva York, 18 de octubre de 1931.
9 Josephson, Edison.
10 O’Neill, Genius, p. 64.
11 Matthew Josephson, The Robber Barons, Nueva York, Harcourt, Brace & World, Inc., 1934, 1962.
12 Ibid.
13 O’Neill, Genius, p. 64; Electrical Review, Nueva York, 14 de agosto de 1886, p. 12.
14 Son las patentes 334.823, 335.786,.335.787, 336.961, 336.962, 359.954 y 359.748.
15 Son las patentes 396.121, del motor termomagnético, y 428.057, del generador piromagnético. Véase también la 382.845, del conmutador para máquina dinamo-eléctrica.
16 O’Neill, Genius, p. 66.
V
EMPIEZA LA GUERRA DE LAS CORRIENTES
El laboratorio y las naves que ocupó un Tesla ilusionado con su nueva empresa estaban situados en los números 33-35 de South Fifth Street, a pocas manzanas de las naves donde trabajaba Edison. Con medio millón de dólares como capital, la Tesla Electric Company echó a andar en abril de 1887. Para el inventor fue como un sueño hecho realidad. Se puso manos a la obra como una de sus dinamos, es decir, día y noche, sin tomarse un respiro.
Como ya tenía el proyecto acabado en su cabeza, a los pocos meses estaba en condiciones de patentar su sistema polifásico de corriente alterna que, de hecho, eran tres, monofásico, bifásico y trifásico, si bien realizó experimentos con otras variantes. En cada caso, diseñó los correspondientes generadores, motores, transformadores y controles automáticos.
Había entonces en Estados Unidos cientos de centrales eléctricas a pleno rendimiento, con hasta una veintena de circuitos y dotaciones diferentes. En 1886, Elihu Thomson, por ejemplo, había instalado un pequeño alternador y unos transformadores en la fábrica que la Thomson-Houston Company tenía en Lynn, Massachussets, que a su vez alimentaba las lámparas incandescentes de otra fábrica. Habría de pasar un año, no obstante, antes de que diese con un sistema de cableado seguro para los hogares. Por su lado, George Westinghouse, inventor del freno neumático para el ferrocarril, tras hacerse con las patentes del sistema de distribución de corriente alterna de Gaulard y Gibbs, encargó a William Stanley, ingeniero jefe de su empresa, que diseñase un proyecto de transformadores; ese mismo año, se probó con buenos resultados. En noviembre, Westinghouse puso en marcha en Buffalo la primera red comercial de corriente alterna de Estados Unidos; en 1887, disponía ya de más de treinta centrales operativas. Todo esto sin olvidar el sistema de corriente continua, el utilizado por la Edison Electric Company, una de las primeras empresas en entrar en liza.
Pero aún no se había dado con el motor de corriente alterna que ofreciera resultados satisfactorios. No habían pasado seis meses desde que se inaugurase el laboratorio, y Tesla ya había presentado dos motores de estas características a la Oficina de Patentes y enviado las primeras solicitudes para patentar el uso de la corriente alterna.[1] A lo largo de 1891, presentó y obtuvo cuarenta patentes[2]: eran tan originales y estaban tan bien fundamentadas que fueron aceptadas de inmediato.[3]
La rueda de la fortuna parecía ponerse de su parte. William A. Anthony, que había organizado un curso de ingeniería eléctrica en la Universidad de Cornell, reconoció de inmediato la importancia de las ideas de Tesla y se deshizo en comentarios elogiosos: no se trataba sólo de la invención de otro motor, sino de los primeros balbuceos de una nueva tecnología. Lo fundamental del sistema, como apuntaba Anthony, consistía en la maravillosa simplicidad del motor, prácticamente carente de piezas que pudieran estropearse.
Las noticias acerca de la inesperada actividad que se registraba en la Oficina de Patentes no tardaron en llegar a oídos de Wall Street, y a los círculos empresariales y académicos. Por indicación del profesor Anthony, el 16 de mayo de 1888, un joven serbio casi desconocido fue invitado a pronunciar una conferencia en el American Institute of Electrical Engineers.
Con cierto asombro, Tesla descubrió que no carecía de dotes para la oratoria. La conferencia en cuestión se convirtió en un clásico. Llevaba por título: “Un nuevo sistema para motores y transformadores de corriente alterna”.[4]
A propósito de la disertación de Tesla, el doctor B. A. Behrend declaró: “Nunca, desde la aparición de las Investigaciones experimentales sobre la electricidad, de Faraday, habíamos asistido a una exposición tan clara y contundente de una verdad experimental como un puño […] No dejó ni un cabo suelto; no se echó en falta ni el armazón matemático en que se sustentaba”.[5]
El mensaje de Tesla llegó en el momento más oportuno. En sus patentes estaba la clave que George Westinghouse llevaba tanto tiempo buscando. El magnate de Pittsburgh, un hombre achaparrado, basto, dinámico y con bigotes de morsa, tenía una especial debilidad por ir vestido a la moda y gustos de aventurero. Como Morgan, no tardaría en enganchar su vagón privado a los trenes ordinarios que unían Pittsburgh y Nueva York, primero, y luego a los que llegaban hasta las cataratas del Niágara. Aparte de luchador nato, como Edison, era tan cabezota como el inventor. En definitiva, los dos estaban bien pertrechados para la batalla que se avecinaba.
Westinghouse era un empresario avasallador, pero desde luego no se conformaba sólo con hacerse rico. Desde su punto de vista, el éxito en los negocios no pasaba por untar a políticos ni por darle al público lo que quería. Supo ver y comprender de inmediato el potencial que entrañaba aquel sistema, que permitiría el transporte de electricidad de alto voltaje a cualquier parte de los inmensos Estados Unidos. Como Tesla, también había soñado con sacar provecho del potencial hidroeléctrico que representaban las cataratas del Niágara.
Fue a ver al inventor a su laboratorio. Los dos, enamorados por igual de aquella nueva fuente de energía y compartiendo los mismos gustos por la pulcritud en cuanto al atuendo, hicieron buenas migas. El laboratorio y los