Vladímir Eranosián

90 millas hasta el paraíso


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en absoluto y estricto secreto. Transcurridos los años lo misterioso se hizo evidente. Fidel no inventaba nada, él, llamándose ateísta, materializó en la práctica el postulado cristiano – no teman reproducirse. Dios no dejará sin sustento a sus hijos queridos…

      Durante los cuarenta años de su gobierno la cantidad de habitantes del país se duplicó, mientras el incremento de la población del mundo occidental cuenta con unos mezquinos porcentajes. Las sanciones de Estados Unidos justamente así influyeron en los cubanos. La respuesta de Cuba fue la reproducción. A ésa contribuyeron aquellos mismos médicos. Y la educación cubana los hizo altamente cualificados, a lo expuesto no tenían nada que ver los proxenetas y criminales, lo que nos obliga a retornar la lógica y la continuidad de esta narración.

      Pues, volvamos a nuestro héroe-amante. Jean-Baptiste Moliére, autor del inmortal “Tartufo”, cierta vez notó con aire de clarividencia: “Los envidiosos morirán, pero la avaricia – nunca…” Lázaro sufría de un malestar espiritual, viendo a una cubanita, paseando con algún extranjero a lo largo de la playa. Los dos se las daban de ser una pareja de amantes, arrullando como tortolitos.

      Una cosa es el sexo inofensivo, lo que te da una posibilidad segura, al 100%, de conseguir divisas. No veía nada reprensible en tal tipo de “iniciativa empresarial”. Pero es completamente otra cosa entablar relaciones duraderas con estos acicalados dandis. ¡He aquí donde yace la verdadera traición! Así opinaba el mujeriego Lázaro, el Don Juan local, siendo antes barman, nunca desdeñaba arrancar sus intereses de las amiguitas, que fueron ofrecidas a los europeos. No le acusaba la conciencia cuando este vivía a expensas de las mujeres caídas. Otra cosa le sacaba de quicio – cuando las citas breves iban cobrando un carácter más serio. Entonces la indignación del ex barman se transformaba en ira y acababa en palizas y golpes contra las compañeras.

      Justamente ahora, en “La Cueva del Pirata”, adonde trajo a Elizabeth la despreocupación rápidamente cambió por la irritación. Los nervios se rebelaron porque este lugarcito de moda estaba lleno de parejas de enamorados, donde desempeñaban el papel de machos los ricachones europeos y las hembras, conforme a la definición de sicología, eran sus compatriotas. ¡Tontas! ¡Están listas a entregarse por un ron con cola y bombones! ¡Qué beneficios se esfuman!

      Su alma baja de proxeneta requería de él nuevas acciones y actividades. Pero ahora, cuando en el horizonte se vislumbraba la perspectiva de Miami, Lázaro no empezaría a ofrecer su mediación a unas mozas poco conocidas. Los “mastines” lo tenían fichado en una nómina especial. ¿Valía la pena arriesgarse en minucias, ya que un gran dineral estaba a la vuelta de la esquina, tras una bahía? Se hacía frenar con la idea de que su iniciativa empresarial, a la que en Cuba nadie toma en consideración, en plena medida será útil en realidad en una gran operación. Para este asuntito se necesitará no solo un fuerte y seguro barquito, sino una astucia increíble, de la cual él disponía indudablemente. La recompensa será el sueño americano hecho realidad. Por eso no se ha de cazar al zunzuncito7, cuando al pie de la catarata hay una bandada de flamencos rosados…

      Se llevará lo que merece debido a su talento. ¡Vivir como toda esa gentuza, no es para él! Que crean en los cuentos de Castro sobre la vida modesta, pero llena de dignidad humana, los fanáticos de él. El mundo a nuestros pies, a eso debemos aspirar. Las doncellas prefieren a los señores adinerados. Ellas se lanzarán tras él, como lo está haciendo la feúcha Eliz – ella es su entrada al paraíso. Se ha de llevar adicionalmente a Miami a su mocoso. ¡Oh! Como se revelan los gastos de la afección maternal. ¡Qué bueno es que al tonto Juan Miguel lo haya alejado de ella!

      – ¡Fíjate como este gordinflón está bailando la salsa! ¡Le tiembla la barriga como una bolsa de agua caliente! – Lázaro meneó la cabeza en dirección al marinero inglés. Este llevaba una barba artística y estaba danzando con torpeza al estilo “latino”.

      A Elizabeth le hizo sonreír la apariencia del amante del mar, en especial, cuando aquel metió en la boca una pipa grande y empezó a echar humo como un tren blindado. El contenido de su barriga se vertía de la izquierda a la derecha como si fuera leche en la ubre de una vaca.

      “Ella es igual como todas las otras – pensó Lázaro – ¡Plebe! Cómo les puede divertir ese deforme pretencioso ricachón, que había traído a Cuba su desmesurada figura, para que la rasparan con sus lenguas casi gratuitamente nuestras chicas tontas.”

      – ¡Qué tío gracioso! – reía a carcajadas la joven mujer.

      En torno al barbudo daban vueltas varias mulatas. Sin embargo, a Lázaro nadie podría convencerle de que las chicas solamente decidieron respaldar, al que se hizo recientemente el centro de la atención, bailador de poca valía, valiéndose realmente de sus “pasos” profesionales, aprovechando sus culos, que temblaban como tambores.

      Las bailadoras no se disponían a galantear al gordinflón con la cara abofada, y por añadidura, bizco y chueco. Terminada la música, todos los miembros del show improvisado se incorporaron a algo suyo. El inglés no quedaría en soledad, pero estas dos compañeritas de la improvisación no estarían en compañía con él. En cuanto a Lázaro, él odiaba precisamente a estas, lo que le comunicó a Elizabeth:

      – ¿Qué te parece, no le impedirá la grasa adueñarse de las dos?

      – Yo creía que tienes celos solamente de mí – improvisó Eliz.

      – ¿Hay motivo?

      – Muéstrame a un macho, y siempre habrá motivo alguno – bromeó ella.

      – Estoy seguro de que este gordinflón será aprovechado no como macho, sino como medio de traslado a Europa.

      ¿Puedes, aunque sea por un instante relajarte? ¡Aquí reina la alegría! ¿Para qué se ha de complicar todo? – se amargó la chica – Tú mismo me trajiste aquí. – Aunque te decía que no podía ir.

      Ahora estás vertiendo la furia en aquellos que vemos por primera vez y quizás sea la última.

      – No les tengo rabia a ellos, sino a mí mismo – de repente la besó y continuó – Porque no puedo comprarte a ti toda suerte de cosas, o sea lo que puede regalar a estas dos chicas el gordinflón con la barba de chivo.

      – No me hace falta nada – aseguró Elizabeth.

      – Yo sí, que lo necesito – soltó avinagradamente Lázaro.

      – Quítate los complejos innecesarios – aconsejó Eliz – En el amor no sirven para nada. Lo más maravilloso del mundo está ya a tus pies. Soy tu esclava. ¿Qué más necesitas?

      – Quiero ver el mundo y tirar la casa por la ventana en otros países, como lo hacían los yanquis en Cuba antes de la revolución.

      – No es obligatorio ver todo el mundo para comprender que no hay otro país, que sea más hermoso que el nuestro – soltó con seguridad Eliz.

      – ¿Estás segura? – se rio sin ganas Lázaro – Es que no disponemos de la posibilidad de comparar.

      Elizabeth hizo una pausa antes de contestar a tal argumento fundamentado. Luego dijo:

      – Para qué comparar lo nuestro y lo ajeno. Lo ajeno puede ser más grande y mejor, pero lo nuestro siempre es mucho más querido… Además, no todos los yanquis tienen la posibilidad de tirar el dinero. Y aún más… Ellos pagan por lo que aquí se nos ofrece gratuitamente y para siempre. Llévame a casa, ya está saliendo el sol…

      Lázaro tuvo que obedecer a la patriota incorregible. Qué vas a hacer, habrá que aguantar su rebeldía. Sea como sea, en que yace este amor ilimitado hacia el pseudo paraíso socialista con su sistema de racionamiento y pesos diferentes para los turistas y la gente local. Por lo visto, el imbécil Juan Miguel le metió en la cabeza sus convicciones procastristas, quizás él solamente sepa argumentar ante las infames. Todo lo restante lo hacen para otras personas.

      Ese día Lázaro supo apoderarse de la ex esposa de Juan Miguel en el salón de su chatarra directamente ante el portal de su casa. Al amante le excitaba la propia proximidad del ya ex marido de su cariño actual. Tal situación daba lugar