Vladímir Eranosián

90 millas hasta el paraíso


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enmudecida.

      – ¿De dónde los sacaste? – por fin, volvió a pronunciar algo.

      – Yo sé que lo que tienes tú es mío – respondió el “héroe”, atrayendo a la amante y se apoderó de ella en una enorme cama llena de una concupiscencia vergonzosa. Sus cuerpos se deslizaban por la seda fina, haciendo el amor vicioso, sin recordar nada – ni de la Dayana rechazada, ni del apacible Juan Miguel, ni de los dos peques, uno de los cuales aún no ha experimentado los sufrimientos por tener la edad de dos meses, y el otro muy pronto debería enfrentarse a toda la maldad del mundo…

      Frenado el instinto animal, Lázaro se extendió en la cama y extrajo de la cajita de nácar un cigarro “Hoyo de Monterrey”. Se puso a fumar contemplando el techo y reflexionando en voz alta:

      – Mi padre toda la vida está trabajando duro, extrayendo el petróleo del pozo, pero nunca podrá permitirse tener tal bungaló. Hasta los rusos comprendieron que el socialismo es una bazofia. Sus petroleros están haciendo amor con todas nuestras chicas.

      – ¿Y a ti, te faltan chicas? – interpuso Eliz.

      – No hablo de eso. Es que antes de la revolución besábamos el trasero a los yanquis y ahora lamemos los talones de los europeos, canadienses y rusos. ¿Hay diferencia alguna? Los cubanos eran y siguen siendo pobres.

      – En vano lo dices ¿Y la medicina gratuita, la educación, la tierra, dada a los campesinos? Si no hubiera existido el embargo de los norteamericanos, ahora viviríamos prosperando solamente a expensas de nuestros balnearios – comentó Elizabeth – Realmente ellos nos impiden hacerlo.

      – ¡Qué bien te ha instruido la educación gratuita! – decía intranquilo Lázaro y continuaba opinando, sin sacarse el cigarro de la boca – ¿Para qué diablo lo necesito? ¿Para trabajar de camarera? ¿O lavar los platos de esos burgueses?

      – No, para poder diferenciar a los jóvenes inteligentes de los groseros – Eliz reparó ofendida.

      – No deberías ofenderte – expresó Lázaro valiéndose de un tono de reconciliación – Mejor dime: ¿qué tal te pareció la ropa interior?

      – Probablemente, algo de este estilo le pidió que le comprara el joven Che Guevara a Chichita Ferreiro, su primer amor, cuando el futuro Comandante emprendió un viaje por América Latina – Elizabeth en un instante se derritió y continuó – ¿Nunca has oído hablar de esta historia? ¿No? Ahí la tienes… Ella le dio quince dólares y pidió que él le comprara un juego hermoso de ropa interior en Miami. La travesía no resultó ser nada fácil, no se dejó convencer por su compañero de viaje Alberto Granado en gastar esos quince dólares. Hasta en el momento cuando se rompió la moto, hasta cuando pasaban hambre, hasta cuando el Che sintió la exacerbación del asma, y Alberto exigió este dinero para adquirir medicamentos para el Che enfermo.

      – ¿Y luego qué? – sonrió Lázaro

      – Y luego le escribió que se cansó de esperarle…

      – ¡Eso significa, que el compañero Che no llegó siquiera hasta Miami, como yo ya he hecho en una ocasión, y volveré a hacerlo una vez más! ¡El Che no le compró la ropa interior a su Chichita! – se reía Lázaro – ¡Yo la conseguí para mi chica, sin abandonar los límites de Cuba! Piénsalo bien, qué puedo traerte cuando llegue a Miami por segunda vez. Mejor sería si yo te llevara allí. Solamente ahí mis capacidades serán apreciadas. En Cuba no tengo ningunas perspectivas, no hay amplios horizontes… A propósito, ¿dónde metió el Che aquellos quince dólares?

      – Parece que se los dio a una familia necesitada de inmigrantes políticos peruanos.                   – ¡Qué más se puede esperar de un fanático! Quisieron construir un paraíso sin dinero, crear una nueva persona, tomando las viejas materias primas. ¿Dónde están ahora los huesos de Che Guevara? ¡Se pudrieron en la selva boliviana! ¡Su cuerpo no fue inhumado siquiera!

      – ¡No hables así! ¡Encontraron sus restos en Vallegrande, Bolivia y con honor volvieron a ser enterrados en Santa Clara! ¡Los hallaron al cabo de treinta años! – se indignó Elizabeth.

      – Sí, he oído hablar que los indios bolivianos adoran al Gran Comandante no menos que nuestros comunistas – se expresó Lázaro. – Los habitantes de Santa Cruz y Vallegrande hasta quedaron amargados, cuando les quitaron a ellos los huesos…

      – ¡No te atrevas! – le gritó Eliz.

      – Tu misma empezaste sobre el Che tuyo – le reprochó Lázaro – Sabes perfectamente que a mí me hacen rabiar los cuentitos acerca de las hazañas heroicas de los guerrilleros. Mejor bajemos a la tierra. Sea como sea, aquí todo es más interesante. Y más aún – en Miami. Es que tú tienes ahí parientes. ¡Hay que largarse en esa dirección!

      – ¡Tonterías! – resopló Eliz. – En Cuba me conviene todo. Tengo un trabajo estupendo en Varadero. No estoy necesitada de nada. Mi ex marido gana bastante bien…

      – ¡Esposo! –un ataque de ira se apoderó de Lázaro – ¡Parece que nunca podrás olvidar a tu Juan Miguel!

      – Déjate de celos. Los dos somos como hermano y hermana – lo decía excusándose la joven mujer.

      – ¡Abre los ojos! ¿Él gana? – hablaba con histeria – ¡Él es cero! ¡Estarás metida un siglo en este pozo, sin haber visto el mundo! ¡Tú no cambiarás estos céntimos por un paraíso verdadero! ¡Solamente en los Estados Unidos seremos felices, vamos a tenerlo todo!

      – ¿Es qué no hay mendigos allí? ¿No hay guetos? – no lo aceptaba la testaruda – ¿Allí no hay que trabajar? ¿Allí todos son ricachones y no hay camareras y lavaplatos? ¿Ellos mismos se autoservirán? ¿Los niños de la población de color van a los colegios prestigiosos a la par con los hijos de los millonarios?

      – ¡Estúpida! – comenzó a refunfuñar Lázaro – ¡Seremos ricachones! Ganaré tanto dinero, que ni en sueños lo ha visto tu torpe maridito. ¡Estando aquí, lo ganaré en Cuba! ¿Sabes cuántas personas inteligentes quieren trasladarse hacia allá? ¡Miles! Yo les ayudaré. ¡Contrabando! ¿Has oído hablar de eso? El contrabando de cubanos. Mil dólares por cada uno que ha sido trasladado a Miami. Ganaré millones, y tú y yo vamos a vivir como en un cuento. Y no en este país olvidado por Dios, sino en un verdadero paraíso. ¿Lo has concebido?

      Elizabeth sin hablar se quitó la ropa interior de color azul turquesa, luego el brazalete y se vistió, lo que enfureció finalmente a Lázaro. Apenas conteniéndose, este vociferó:

      – ¿Me quieres humillar no aceptando mis regalos?

      – Simplemente no sé qué voy a decirle a Juan Miguel, si él me ve luciendo tal ropa interior y llevando este brazalete.

      – Amor mío – haciendo de tripas corazón, se puso a gorgorear Lázaro – no me complace de ningún modo que sigas viviendo bajo un techo con tu ex maridito, y posiblemente, debería resignarme a que él, hasta en estos minutos, te pueda contemplar en la ropa interior. En doce años de matrimonio ha podido verte hasta en aspectos mucho más quisquillosos. Espero que ahora no tenga tal posibilidad… Recuerda que he hecho un regalo de todo corazón. ¿Acaso, no te ha gustado? Es que esa ropa interior te queda muy bien, y llevando el brazalete pareces ser una reina española.

      – Qué tiene que ver la reina… – Eliz volvió a derretirse. Echó una mirada al brazalete, pensando si hay fuerzas en ella para superar la tentación de no ponerse otra vez la hermosa prenda. Uno podía estar admirándolo infinitamente. Qué obra fina y delicada…

      – Puedo decirle a Juan Miguel que el petrolero ruso se lo regaló a Lourdes y ella necesitaba con urgencia dinero. – Venció la tentación, Eliz se rindió.

      – Niña inteligente – la felicitó Lázaro – reconozco a mi chica. Así agarrarás al flamenco de las dos patas – podrás sin miedo llevar el brazalete y le sacarás a Juan Miguel unos trescientos dólares.

      ¿De Juan Miguel? ¿Trescientos dólares? Esto es casi todo su ahorro… Susurró como hipnotizada