se sentó en el coche de Lázaro para irse a Cárdenas. En su mano brillaba el brazalete, y en la bolsita llevaba la nueva ropa interior. En su cabeza se había ideado una leyenda precisa y muy verídica acerca de las imprevistas adquisiciones. La chica se disponía a exponer lo inventado al ex esposo, cuyo respeto era lo último que ella no quería perder.
Se perdonaba diciendo que Juan Miguel le había prometido comprar algo muy caro inmediatamente después de que naciera Eliancito, pero resultó que no había cumplido lo prometido. Él es bueno. Uno puede manejar a Juan Miguel como un guiñol. Lo simplón que es. ¡Oh, si en aquellos años no hubiera sido tan descuidado! Lázaro, sí, es otra cosa. Este hombre sabe lo que desea y qué es lo que quieren las mujeres. Cada uno cree en lo suyo y se traiciona siempre del mismo modo.
Cárdenas, municipio de Matanzas, Cuba
Juan Miguel dormía tranquilamente, abrazado a su pequeño Elián, envuelto cuidadosamente en una tierna manta de plumón, que le había regalado al nieto la abuela Raquel – la mamá de Elizabeth.
Todo el día el chiquillo estuvo jugando con los niños vecinos. Primero al béisbol y luego al fútbol. No, por ahora no le invitaban a jugar en el equipo. Todavía es pequeño. Pero corrió hasta hartarse y varias veces pudo chutar el balón cuando este salía fuera del campo.
Papá todo el tiempo estaba al lado suyo. Después de uno de los sucesivos “out”, cuando la pelota volvió a hallarse muy cerca de Eliancito, el niño, sin pensarlo siquiera, se lanzó hacia ella, y le dio con todas sus fuerzas y se precipitó a correr tras esta, apartándose así del campo de fútbol. Lo alcanzó el ochoañero Lorenzo, el capitán del equipo que iba perdiendo, contrariado de su propia incapacidad. Él gritó furiosamente a Eliancito, echando una sarta de exigencias, que le diera la pelota:
– ¡Dámela! ¡Esta es mi pelota! ¡No nos molestes cuando jugamos!
Al haber quitado el objeto anhelado, el fiñe5 ahí mismo lo puso en juego, haciéndolo sacar de la banda del campo.
Hubo un segundo de compasión entre los espectadores respecto al desanimado Eliancito, cuyos ojos se humedecieron de una amargura insoportable. Y luego todos, con admiración sincera, siguieron los momentos del juego. Solo el padre concibió la “gran tragedia” del pequeño Elián, el cual vino corriendo hacia él para compartir su ofensa.
– No hay nada de malo – le guiñó el ojo al hijo – Pasados dos años estarás crecidito y vas a jugar como el argentino Diego Armando Maradona, el rey del fútbol. Y entonces, querrá venir a Cárdenas6. Le será curioso contemplar a un niño, que se hizo tan mago en el juego, como el propio Maradona. Y cuando te vea, te entregará personalmente una verdadera pelota de fútbol con su autógrafo.
Eliancito, inmerso en el cuento de su padre, casi se olvidó de la humillación que acababa de sufrir. En su rostro de repente se manifestó una “perfidia infantil” – él se imaginaba cómo hacía gambetas con la pelota con rombos negros ante los ojos de su ofensor, del capitán de ocho años de la selección del barrio, después de lo cual el niño es admitido al equipo y Elián mete un gol.
– ¿Papá, Maradona no puede venir antes? – preguntó el chiquillo a su papá.
– No, ahora tiene problemas con el calzado – contestó rápido Juan Miguel – No tiene con qué jugar. Las botas de fútbol se rompieron después de un sucesivo partido, y es que él estaba muy acostumbrado a estas.
– ¿Cómo se rompieron? – se sorprendió el niño.
– Es que demasiado fuerte chutó la pelota…
– Que se ponga otras botas nuevas – continuó Eliancito.
– El asunto es que él más bien se verá frustrado, porque empezará usando otras botas. Sus piernas no se sentirán cómodas llevando un calzado nuevo. Esto es como tu casa natal. Alguien quizás pueda tener un apartamento más espacioso con hermosos muebles, pero estando de visitas en algún lado, sueñas solamente una cosa, hallarte en tu casa donde eres dueño de ti mismo, donde la limpieza y el orden dependen solo de ti, donde no están desparramados los juguetes. ¡Y estás contento! Te alegran los huéspedes, siempre y cuando no se comporten groseramente en tu casa, aprovechando tu hospitalidad. En este caso, naturalmente, pedirás de manera cortés a tus visitantes, muy exaltados, que vuelvan a casita.
– ¡Volver a casita! – repitió el niño estas palabras y no se sabe por qué empezó a reír a carcajadas.
– Y tú dices: “Botas nuevas” … – resumió Juan Miguel – cuando Maradona repare sus botas queridas, entonces él vendrá a verte.
– ¿Cuándo las reparará? – Elián quisiera saber eso.
– Habrá de ser dentro de dos años – con pleno conocimiento de la causa, respondió papá – Cuando seas ya un delantero conocido.
– ¡Ah! – exclamó Elián – ¡Es que hay tiempo todavía! ¡Podré entrenar!
El ánimo del niño mejoró considerablemente. Volvió a correr hacia el borde del campo esperando recibir un pase, aunque siendo por error este, y no era importante de quién.
No hubo tal pase. La causa no era la avaricia de los niños, sino un caso de fuerza mayor que interrumpió el partido de fútbol. Uno de los chicos, salvando la portería, golpeó con tanta fuerza la pelota que esta cayó exactamente en el camino carretero. Echó a rodar hacia abajo por el empedrado y acertó a dar bajo las ruedas de un “Škoda” de alquiler. El turista español que conducía el coche, al oír el estallido, en ese mismo momento se puso en guardia. El turismo de poca cilindrada continuaba moviéndose. Eso significaba que no había causas de preocupaciones.
El cuadro que se abría ante los ojos de los niños del barrio, no era nada agradable, era una arrugada pelota de cuero con dos agujeros y ya no era apta más para jugar. Un pillo del equipo de Lorenzo alzó los restos de la pelota y, metiendo la mano en el orificio, pudo calmar al capitán diciendo:
– ¡Si la pelota estuviera entera, los despedazaríamos como a gatitos ciegos!
– ¡Así es! – aprobaron la declaración los restantes miembros del equipo – ¡Como a cachorros mudos!
Lorenzo, el “propietario” de la pelota magnífica o, mejor dicho, de lo que quedó de esta, hasta el último momento seguía estando en completa postración, de repente concibió que la derrota del equipo del odioso Enrique, condiscípulo-pendenciero, podría ser disputada en tiempos mejores. Los amigos de Enrique jugaban mejor y en esos segundos llegó una salvación inesperada. Lamentaba mucho lo ocurrido, pero, como se expresa su abuela de Miami, la cual visita al nieto una vez al año, “no hay mal que por bien no venga”. Justamente ella envió de Estados Unidos esta muestra futbolística.
– ¡Pues, olvidemos lo de la pelota! – opinó sobre eso el fanfarrón pequeño – mi abuela querida me enviará una pelota como esa y hasta aún mejor. ¡Entonces jugaremos el partido! ¡Y eso no les saldrá bien! – dijo de manera amenazante, dirigiéndose a los contrincantes, tomó la pelota pinchada y, sin lamentarse, la tiró al contenedor de basura.
Habiendo contemplado esto, los rapaces se desbandaron. Una pareja entrada en años, la cual ya hace una hora estaba sin hacer nada en el balcón, de manera casual, había oído estas réplicas y opinó de lo ocurrido:
– ¡Que niño tan mimado es este Lorencito! Su abuela Lucía, cuando huía de Cuba, dejó su hija con un niño de teta y ahora hace penitencia de sus pecados ante ella y el nieto. Los colma de regalos y les hace zalamerías, víbora – no de buena manera se expresó de la abuela de Lorenzo la señora canosa.
– Todo lo que envían los yanquis a Cuba, hay que aplastarlo y echar a la basura – con odio refunfuñó el anciano, héroe de la batalla de Playa Girón. – Ese es el destino de esta limosna americana.
En esto la historia no ha acabado. Apenas hubo amanecido, Juan Miguel dejó a Eliancito dormido