José Ricardo Chaves

Paisaje con tumbas pintadas en rosa


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seás exagerado. Son solo tres. Las necesarias.

      Tras la puerta, Óscar oyó cuando Mario encendió el motor del auto. Se asomó por la ventana y lo vio alejarse. Se sintió triste. ¿Por qué se iba? ¡Cuánto le hubiera gustado que se quedara ahí, juntos, esa primera noche! Apagó las luces y se metió a la cama. Las sábanas olían a Mario, a sudor, a saliva, a semen. Aspiró profundamente como tratando de llenarse de él, de atraparlo para siempre en su interior. Mario, mi querido Mario, pensó, y sin darse cuenta se quedó dormido, aspirando las fragancias de ese jardín de humores.

      Un octubre en San José

       en la soda Guevara

      Querido A.:

      Un día 21, una cajetilla de Derby, un café negro; el papel el lapicero y yo –lluevo –llueve –una constante mojada –también es constante el ruido que hacen las meseras mientras recogen y lavan la vajilla. Después de muchos intentos que se quedaron guardados en la sección «cartas no enviadas» –otros simplemente se quedaron sin respuesta –escribo con un enorme deseo de saber de vos: ¿cómo estás, cómo la pasás, qué hacés, qué fumás?, maje, quiero saber cosas tuyas, quiero que me hablés como antes. Me gusta mucho hablar con vos –y es con vos con quien mejor me oigo–. Hay cualquier cantidad de cosas que quiero contarte –de mi vida –de mi trabajo –de Curridabat y los fines de semana –Curridabat mi encierro –mi cueva –lugar donde me siento seguro –donde huyo de lo que me hace daño –de lo que no me recuerda mecanismos de defensa, disfraces, cortesía, discreción –consumido en el trabajo –creándome más deberes –imponiéndome obligaciones –recordando y recordándote –esperando –¿qué? –tratando de creer en esa vieja puta vestida de verde –«a veces soy más grande que el caballo que monto y otras tan pequeño que me caigo dentro de uno de mis zapatos, empiezo a fabricar una escalera nudo a nudo con uno de los extremos del cordón, cuando logro salir me doy cuenta que me han metido el zapato dentro del ropero» –Curridabat y yo –ahora fabrico cosas en mis ratos de soledad –yo y mis manos –yo y las cosas que hago –yo y mis cajas de vidrio para encerrar plantas –encierro tubérculos –germinan –crecen –los observo –los admiro cuando estoy solo –cuando tengo frío –cuando quiero hablar –yo y el silencio de los tubérculos, de los tuberculosos, no, no es cierto, la tos los torna ruidosos –la respuesta mansa de mis manos mientras invento –yo y lo que quiero sin respuestas –frío –cuando las palabras revolotean en el pecho y se agolpan en la garganta, todas quieren salir al mismo tiempo, Hiroshima de verbo –no hay respuesta –no tienen salida –pecho lleno de mariposas putrefactas –no hay quien escuche –hablo con mis manos –mis manos hablan –producen –pintan –fabrican –yo pienso –quiero –deseo –ansío –observo –Curridabat –en Curridabat con David –está y se va y se escapa –yo –proyectos de investigación –proyectos de creación –donde desahogo mi inquietud –mi inquietud –mi impotencia –donde se justifica la angustia –yo, aquí, ahora, en la soda Guevara, punto –pasan unos amigos –hola –adiós –continúa lloviendo –es constante –es octubre –García Márquez diría que siento que crecen hongos y lirios venenosos en mi flora intestinal –es octubre –las cuatro con diez minutos de la tarde –aguacero –alguien se sienta cerca de mí y justifica su vida a través de la risa –ahoga la existencia –la confunde con la risa –me gusta la gente que ríe –David ríe –yo no río –vos reías –otro café –un lapso de tiempo –el tiempo y yo –el espacio –eso que llaman macrocosmos –ruido de sillas –el macrocosmos es un vendaval de sillas, el microcosmos es tan efímero como un pedo –es la hora de la limpieza –limpian y llueve –lluevo –la lluvia es constante –es octubre –en octubre siempre llueve en San José –te quiero –yo –M.

      Óscar leía en el periódico las noticias sobre la visita del presidente Reagan en el próximo diciembre. Aún faltaban varios meses y ya se había formado un gran alboroto al respecto: ¡al fin se fijaron en nosotros!, Costa Rica: potencia moral de Centroamérica, Reagan nos visita, nos defiende de Nicaragua sandinocomunista, decían los editoriales, las columnas periodísticas, los comentarios, la televisión, la radio, las cámaras patronales, el movimiento Costa Rica Libre. ¡Para algo tenía que servir esta democracia! ¡Préstamos para esta crisis más peligrosa que el más voraz comunismo!

      —Estás ido en el periódico –dijo Miguel mientras desayunaba.

      —Perdoná. Ya sabés qué manía esta de leer el diario antes que cualquier cosa. Como rezar en la mañana…

      —Sí, pero contame, ¿cómo te fue anoche en la fiesta de Cavafis? ¿Estuvo bueno el desmadre?

      —Buenérrimo. Vos sabés qué espléndida es la Cava como anfitrión. Andaba muy contento pues estrenaba un peluquín plateado que ni para qué te cuento.

      —Ya me la imagino. Antes, en sus buenos tiempos, no era peluquín sino peluca lo que se ponía.

      —¿De verdad?

      —Por supuesto. Yo iba a sus fiestas. Me acuerdo de una que salió vestida de Sarita Montiel Cava la violetera. Fue en su finca de Cartago. Todo un show travesti, con música y coreografía. Una fiesta reéégggia, como dirían los nicas.

      —No me la puedo imaginar. La Cavafis… tan distinguida… tan elegante… toda una digna dama.

      —Ahora, porque en sus años mozos, como Ninón Sevilla: perdida y aventurera.

      —Pues ayer estaba serio, con su nuevo peluquín algo estrambótico pero él muy serio, muy señor y muy señora, conversando con todo el mundo, amable, solícito, viendo que no faltara nada, ni tragos, ni bocas, ni puros. Y ayer hubo de todo, al rato hasta cocaína, popers y qué sé yo qué otras cosas… Como en botica.

      —¿Y vos le entraste?

      —A todo, Miguelito, a todo. Como debe ser.

      —Con cuidado, chiquillo, que también es de sabios saber cuándo poner freno.

      —¡Y quién quiere ser sabio! Yo por ahora paso. Por cierto, antes de que se me olvide, ¿a que no adivinás quién estaba anoche en la fiesta?

      —Pues me imagino que todos menos yo, que estaba aquí, tirado en la cama, con esta sinusitis tremenda. Pero contame, ¿quién tan especial estuvo por ahí?

      —Nada menos que Mario.

      —¿Mario Rosales? Bueno, bueno, ve vos qué coincidencia. ¿Y qué? ¿Te dio taquicardia cuando lo viste?

      —Al principio un poco. Tenía meses de no verlo. Creo que desde agosto. Me controlé y me dije que no había por qué sentirse mal. Conversamos, nos reímos mucho con las ocurrencias de la Cavafis, bailamos.

      —Casi un romance reincidente.

      —No, no es para tanto.

      —¿No que lo odiabas y lo aborrecías por haberse desaparecido como lo hizo, como si nada hubiera pasado, luego de haberte dejado como a novia de pueblo, vestida y alborotada, aunque en tu caso, primito urbano, desvestida y alborotada?

      Tras una pausa, continuó Miguel: ­– Lo importante es que hayas superado el trauma. Ay, ese primer amor siempre nos deshace, pero luego nos volvemos a ensamblar, como los androides extraterrestres de la película que vimos el domingo pasado.

      —La cicatriz queda…

      —Con los años hasta las cicatrices se borran.

      —Solo si son pequeñas.

      —Ah, ¿me vas a decir que la tuya es hondísima?

      —En todo caso aún no cierra del todo. Anoche me di cuenta. Todavía me perturba estar junto a Mario y si no fuera porque ya creo conocerlo, diría que le gustaría salir conmigo otra vez.

      —¡A vos es al que te encantaría! Ni te hagás la mosquita muerta.

      —¡Por supuesto!, no lo niego.

      —Ay no, que cabezón. Me tendré que preparar de nuevo para ver a la Dama de las Camelias suspirando lánguidamente por su amado. Como