una siniestra profecía
El 15 de mayo de 1932, tras su actuación en el Scala, Hanussen invitó a cenar a una baronesa muy conocida de la alta sociedad berlinesa, pero ésta se disculpó diciéndole que debía acudir a casa de la princesa Lobkowicz, madre de un famoso piloto de carreras, el príncipe Leo Lobkowicz. El mago le dijo que, si lo deseaban, la princesa y su hijo estaban también invitados a cenar con él, pero la baronesa le respondió que eso no era posible, ya que el piloto estaba tratando de recuperarse de unos fuertes dolores en el estómago, puesto que el día 22 de mayo tenía una importante carrera en el circuito Avus de Berlín.
Dos días después, Hanussen convocó una rueda de prensa en la Sociedad Alemana del Automóvil, los patrocinadores de la carrera. Para sorpresa de todos los periodistas presentes, el mago auguró que el príncipe Lobkowicz sufriría un terrible accidente durante la prueba. La siniestra profecía fue acogida con escepticismo por los periodistas allí reunidos. Hanussen dejaría constancia de ella también en su propio semanario.
El 22 de mayo, cuatro minutos después de que se hubiera dado la salida, el príncipe Lobkowicz perdió el control de su Bugatti y se estrelló contra un poste, falleciendo en el acto. Al parecer, la causa había sido un fallo mecánico del vehículo. Después de los primeros momentos de conmoción producidos tras la muerte del piloto, toda la atención se centró en Hanussen; su funesto vaticinio había sido correcto. Algunos de los periodistas más escépticos sobre la supuesta clarividencia del mago, y que incluso lo habían atacado con anterioridad tachándole de farsante, se rindieron a la evidencia y admitieron que quizás Hanussen sí podía ver el futuro.
Lo que Hanussen no había podido presagiar era que el accidente tendría consecuencias para él. La prensa comunista, contrariada por el espectacular acierto de Hanussen, que otorgaba crédito al vaticinio que había formulado sobre el prometedor futuro de Hitler, atacó al mago con virulencia, deslizando que tal vez se encontrase detrás de la causa del accidente. Si no había saboteado el vehículo, cabía la posibilidad de que se tratase de una profecía autocumplida, ya que el príncipe podía haberse visto afectado por el terrible pronóstico del adivino. También se aseguró que los nazis estaban detrás de la tragedia, para consolidar así el prestigio del mago que había avanzado el triunfo de Hitler.
El 29 de mayo, el periódico nazi Die Schwartze Front (El frente negro) contratacó titulando «¡Hanussen, el hombre que nunca se equivoca!». En el editorial, el acierto del adivino era acogido con euforia, recordando su vaticinio sobre Hitler, que ahora adquiría visos ciertos de verse convertido en realidad.
Aunque Hanussen se consideraba apolítico y nunca había dado muestras de simpatía por uno u otro bando, la polarización de la vida política alemana le había situado en la órbita del partido nazi. Ese hubiera sido el momento adecuado para que el mago se desmarcase de una situación que él no había buscado, pero no supo o pudo aprovechar la oportunidad. A partir de entonces, los nazis no dudarían en instrumentalizar a Hanussen en su beneficio, sin que éste pudiera sospechar el altísimo precio que iba a tener que pagar por ello.
al servicio de los nazis
Es difícil explicarse cómo fue posible que un hombre tan inteligente e intuitivo como Hanussen acabase en la órbita nacionalsocialista. Para él debía ser evidente que estaba jugando con fuego, y más todavía teniendo en cuenta su origen judío. Sin embargo, es posible que la vanidad y la ambición de poder nublasen su excelsa intuición de forma que el mago llegase a pensar que podía salir indemne de su relación con los seguidores de Hitler.
Su primer contacto directo con los nazis fue a través de un aristócrata prusiano, el conde Wolf Heinrich von Helldorf, que desempeñaba un alto cargo de las sa4 en Berlín, y acabaría siendo un personaje clave en su vida. Helldorf, que alcanzó el grado de teniente durante la primera guerra mundial, había sido diputado en el parlamento regional de Prusia entre 1924 y 1928, y había recuperado su escaño en las elecciones de abril de 1932. El conde había demostrado ser un feroz antisemita, organizando un violento pogromo callejero en septiembre de 1931. Aunque fue detenido y condenado a seis meses de cárcel, la pena sería finalmente anulada. Helldorf contaba con la amistad de Goebbels, lo que suponía un aval de inestimable valor.
Helldorf había asistido a una de las actuaciones de Hanussen en el Scala y se quedó impresionado. Gracias a una amistad común pudo conocer al mago en persona y pronto acabó siendo invitado a una de las fiestas que se celebraron en el yate. El conde era un hombre libertino que gustaba de los excesos sexuales, por lo que disfrutó especialmente de la velada en el barco. A su vez, Helldorf invitó a Hanussen a su casa, donde le preguntó por su predisposición a involucrarse en el movimiento nazi, a lo que el mago respondió que «un auténtico clarividente no está interesado en las ideas políticas, sino solamente en leer el destino en las estrellas». Aun así, el adivino le dijo que vislumbraba «un futuro muy favorable» para Helldorf y sus camaradas de partido.
Aunque el conde no se había sentido en absoluto decepcionado por la primera fiesta a bordo del barco, los gustos de Helldorf iban un poco más allá de lo que era habitual en el Ursel IV. En la siguiente fiesta temática a la que fue invitado, denominada sugestivamente «Una noche en Oriente», el conde tomó la iniciativa; ató sobre una mesa a uno de los sirvientes, un muchacho hindú de catorce años, y después de llamar a todos los asistentes para que contemplasen la escena, comenzó a flagelarlo. La aportación del aristócrata fue considerada excesiva, incluso para los parámetros de lo que solía ocurrir en «El yate de los siete pecados», y Hanussen tuvo que disuadirle de que siguiera adelante con su sádica demostración.
Helldorf era también un jugador empedernido, por lo que siempre estaba pidiendo dinero prestado. Se había separado de su mujer y la relación con su madre estaba muy dañada, ya que el conde no le pagaba el alquiler de la casa donde vivía, tal y como se había comprometido a hacer. En una ocasión «olvidó» pagar un Mercedes nuevo que había comprado. Tampoco estaba al día con su sastre o con el entrenador que había contratado para su caballo de carreras. Pero el manirroto aristócrata encontró en Hanussen su tabla de salvación; el mago accedió a hacerse cargo de la mitad de sus deudas de juego, que ascendían a tres mil marcos, el equivalente al sueldo anual de un alto funcionario. A partir de ahí, Hanussen le iría prestando cantidades variables de dinero para que pudiera hacer frente a sus compromisos. A cambio, el aristócrata le firmaba pagarés. El conde no sería el único en recibir los préstamos del acaudalado mago; otros miembros de las sa acudirían también a él para que les sacase de algún que otro apuro económico.
El conde debió de mostrarse muy persuasivo con el adivino, o éste advirtió todas las ventajas que podía obtener de su amistad con él, ya que comenzó a colaborar también de manera muy activa con el movimiento nazi. Las sucesivas contiendas electorales habían debilitado las finanzas del partido y Hanussen decidió hacer aportaciones económicas. Incluso compró medio millar de pares de botas militares para los miembros de las sa y repartió entre ellos invitaciones para su espectáculo.
Hermann Göring también se vio atraído por Hanussen. El dirigente nazi conseguiría que el mago realizase para él una sesión privada, pero lo que escuchó no le gustó nada; Hanussen, en estado de trance, predijo un gran éxito para la Alemania nazi durante varios años, pero anunció que acabaría siendo inevitablemente destruida. Después de ese negro vaticinio, Göring siempre procuró evitar al adivino.
El conde Helldorf, en cambio, seguiría estando muy próximo a Hanussen. Para agradecerle su apoyo, puso a su disposición veinticinco guardaespaldas de las sa y un chófer de confianza. Sólo había una cosa que confundía al aristócrata, el que buena parte de los que rodeaban al mago fueran judíos, y así se lo hizo saber. Hanussen, que mantenía en secreto su origen hebreo, trató de quitar relevancia a ese asunto, limitándose a decir que procuraría distanciarse de sus amistades judías, lo que tranquilizó al conde.
primer encuentro con hitler
A finales de junio de 1932, Helldorf ofreció a Hanussen la posibilidad de conocer personalmente a Hitler. El adivino aceptó la propuesta del conde con entusiasmo. Sin duda, para él esa entrevista suponía un reconocimiento a su posición, adquirida después de no pocos esfuerzos y sinsabores. Convencido