Jesus Hernandez

Los magos de Hitler


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el campo abonado para obtener el reconocimiento a sus aptitudes, pero también se encontraría mucha competencia. Su gran rival iba a ser un parapsicólogo que había alcanzado una gran notoriedad: Max Moecke. Dotado de un gran carisma, él mismo se consideraba «El Clarividente de Berlín». Siempre estaba rodeado de bellas mujeres, se movía entre los sectores más influyentes de la ciudad, era columnista en varias publicaciones e incluso había creado una «Federación Mundial de Promoción de la Cultura».

      Cuando Hanussen irrumpió en Berlín con su espectáculo, que había denominado «Sesiones Experimentales» para proporcionarle un barniz científico, Moecke vio peligrar su privilegiada posición; esa convicción se acrecentó al contemplar la excelente acogida que el show cosechaba entre el público berlinés. Dichas sesiones consistían en nueve «experimentos» diferentes, en los que se alternaban demostraciones de telepatía, hipnosis, clarividencia y grafología. El contenido de esas nueve partes variaba de una función a otra e incluso alguna podía no llegar a tener lugar con cualquier excusa; esa estrategia provocaba que muchos espectadores acudiesen repetidas veces, al tener la seguridad de que el espectáculo nunca iba a ser el mismo.

      Desde las publicaciones en las que colaboraba, Moecke se dedicó a atacar a Hanussen, acusándolo de fraude, algo a lo que éste pensaba que no tendría que enfrentarse más después de la demostración pública en el juicio de Leitmeritz. Moecke incluso llegó a acudir personalmente a uno de sus shows para sabotearlo, si bien fue expulsado de la sala. Hanussen contratacó a través de sus abogados, que destaparon algunos asuntos turbios de Moecke, como el acoso al que había sometido a una de sus secretarias. Finalmente, Hanussen fue el vencedor de ese duelo entre adivinos; a Moecke se le acabó prohibiendo que continuara denigrando su trabajo.

      Pero pronto se le abrió al mago un nuevo frente. Erich Juhn, productor checo que había contratado a Hanussen entre junio de 1927 y julio de 1929 y que estaba al corriente de los trucos que éste empleaba en sus actuaciones, decidió, ya fuera por despecho o con fines crematísticos, publicar un libro sobre él, aunque en forma de novela. El relato, titulado Leben und Taten des Hellsehers Henrik Magnus (La vida y la carrera del clarividente Henrik Magnus), tenía como protagonista a un mago fraudulento y sin escrúpulos al que no era difícil identificar de inmediato con Hanussen. Los abogados del mago exigieron que todos los ejemplares de la novela fueran retirados de las librerías y que Juhn indemnizase a su cliente con diez mil marcos. El proceso comenzó en octubre de 1930 y concluyó tres meses después. También en este caso, la victoria de Hanussen sería completa; el juez le daría la razón y el derrotado Juhn acabaría arruinado.

      Coincidiendo con la aparición de la novela, Hanussen decidió publicar un libro autobiográfico, por el que recibiría un adelanto de quince mil marcos, el referido Meine Lebenslinie. La obra, que en realidad fue escrita por un autor de alquiler, saltaba de los aspectos personales, ya fueran reales o inventados, a anécdotas variadas, pasando por especulaciones sobre lo paranormal. Meine Lebenslinie apareció en noviembre de 1930 y obtuvo un gran éxito de ventas.

      Mientras tanto, las «Sesiones Experimentales» seguían disfrutando del favor del público. Uno de los números más esperados era el dedicado a la hipnosis. Hanussen solicitaba que varios voluntarios subiesen al escenario y de entre ellos escogía a los que consideraba más predispuestos a ser hipnotizados. En una ocasión, logró que un importante hombre de negocios retrocediese en el tiempo hasta los cinco años y actuase como un niño de esa edad; el voluntario comenzó a moverse por el escenario como si estuviese jugando con una pelota y lloró cuando el mago le dijo que acababa de tropezar con un árbol. Pero lo más sorprendente estaba por llegar. Hanussen le dijo que fuera al baño y le mostró un inodoro imaginario; el hombre se desabotonó los pantalones y comenzó a bajárselos en mitad del escenario. Para evitar dejarlo aún más en evidencia delante de todo el público, el mago lo despertó de inmediato de su sueño hipnótico.

      Pero en otra función se dio una situación aún más comprometida para el voluntario que había decidido ponerse en manos del hipnotizador, en este caso una joven y atractiva secretaria. Hanussen señaló una columna que había junto al escenario y dijo que era su novio y que acababa de llegar después de un largo viaje. La muchacha se dirigió a la columna y comenzó a besarla y abrazarla. El público acogió esa muestra de romanticismo con simpatía, pero al poco tiempo esa simpatía trocó en desconcierto al contemplar cómo la chica se desabrochaba la blusa y realizaba movimientos lúbricos contra la columna. Para alivio de la mayoría, y es de suponer que para secreta decepción de algunos, Hanussen puso fin a la embarazosa escena despertando también a la fogosa secretaria.

      Después de tantos años de continuos sinsabores, Hanussen se encontraba por fin en el camino del éxito. Para aprovechar el viento que ahora soplaba a su favor, abrió una consulta privada en la avenida Kurfürstendamm, para atender a los berlineses más pudientes, los que se pudieran permitir pagar doscientos marcos por sesión, cerca del doble del sueldo mensual de un obrero. Al poco tiempo, acudir a la consulta del mago se convertiría en un signo de distinción.

      Hanussen se relacionaría con la élite cultural y artística de la ciudad. Actores famosos como Peter Lorre le invitaban a sus veladas o era visto en compañía del premio Nobel de Literatura Thomas Mann. Un reconocido dramaturgo expresionista, Georg Kaiser, escribiría una obra inspirada en él, titulada «El clarividente». Hanussen era reclamado en todas partes y la prensa competía por poder contar con sus artículos. Su éxito era ya incontestable, pero el mago quería más. Después de haber luchado tanto para llegar a la cima, estaba dispuesto a recoger todos los dulces frutos que su nueva condición le pudiera proporcionar.

      Así pues, Hanussen no se contentó con disponer de una consulta privada, sino que abrió una «clínica» en la que todo tipo de tratamientos «ocultos» eran puestos a disposición de sus adinerados pacientes. También, por ejemplo, patrocinó una crema hormonal para incrementar la virilidad en el hombre y el deseo en la mujer, denominada «Eukutol 3», que era anunciada en los periódicos de todo el país con su inquietante rostro como reclamo. Gracias al éxito de estas iniciativas, el mago comenzó a nadar en la abundancia, permitiéndose la compra de siete apartamentos en Berlín, varios coches de lujo e incluso un yate.

      Pero Hanussen aprovecharía también su nuevo estatus de estrella emergente para rodearse de bellas mujeres, a las que seducía con su enigmática personalidad. Ellas le llamaban «maestro» y él aprovechaba su ascendiente para obtener lo que deseaba. Así, en su barco, el Ursel IV, conocido como «El yate de los siete pecados», el mago organizaba unas fiestas en las que se cometían todo tipo de excesos y en las que no faltaban drogas exóticas como la mescalina y el peyote. En esas fiestas, algunas mujeres se prestaban a ser hipnotizadas por el «maestro», para comportarse después de un modo totalmente desinhibido, tanto con él como con sus amigos.

      Su agitada vida tendría un precio. Su mujer, Fritzi, cansada de sus infidelidades, lo dejó a finales de 1930, para divorciarse formalmente de él en febrero de 1932. Sin embargo, Fritzi no le guardó rencor y ambos seguirían siendo buenos amigos; de hecho, los detractores del mago acudirían a ella en busca de munición contra él, pero Fritzi nunca movió un dedo para perjudicar a su ex marido.

      A pesar de su éxito arrollador con las mujeres y ser un habitual de la noche berlinesa, el famoso clarividente no quería ser percibido como un personaje frívolo; deseaba ser tomado en serio, por lo que trató de mostrarse como un intelectual. Así, aparecía con cierta frecuencia en la radio o concedía entrevistas a la prensa, hablando de la telepatía o la adivinación, pero también sobre temas tan diversos como la política económica o los últimos avances científicos.

      En marzo de 1931 realizaría también una incursión en la literatura con la publicación por entregas de un relato de ciencia ficción en el que vaticinaba la destrucción de Nueva York en el año 2320. En la novela, una ola gigante provocada por un experimento geológico barría la ciudad de los rascacielos. Es difícil que podamos llegar a comprobar si se cumple su profecía sobre Nueva York, pero hay otros de esos pronósticos publicados en la prensa que sí podemos certificar si fueron o no acertados. Entre sus aciertos, destaca por ejemplo su vaticinio de que Polonia sería ocupada y dividida en 1939, que en 1942 Francia estaría bajo control alemán, que el ejército japonés tomaría Manila ese mismo año, o que Stalin moriría en 1953. También