había dicho que todavía no había ido por la Sociedad Filatélica y la muchacha le había respondido que intentaría investigar algo por su cuenta en Internet y que ya lo llamaría si encontraba información sobre la manera de hacer moneda en la época de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. A vez si por esa parte tenían más suerte que con la Sociedad Filatélica. Ariel ya había estado buscando información en Internet pero por el momento no había encontrado nada, sólo unas cuantas fotos de monedas, con la información de sus características técnicas y poco más. A lo mejor no había buscado lo suficiente, a lo mejor tenía que seguir buscando. ¿Y si recorriese las tiendas de antigüedades? A lo mejor en alguna de ellas podía encontrar monedas de la misma época; a lo mejor en las viejas tiendas de la Ciudad Vieja alguien sabría algo sobre monedas antiguas. Lo que sí tenía claro era que tenían que ser locales a donde la gente lleva lo que sus abuelos y bisabuelos acumularon durante años y que ninguno de los herederos quiere. De vez en cuando se encuentran, de esta manera, cosas muy curiosas y raras. Lo que no sabía era cúando podría hacerlo. Su horario de trabajo era de nueve y media a dos de la tarde y luego desde las cinco hasta las ocho y media de la tarde, e imaginaba que las dichosas tiendas tendrían un horario parecido al suyo, y como la tienda de fotografía donde trabajaba estaba en una calle muy concurrida y mucho más los sábados, también trabajaba ese día. A lo mejor Uxía podría echarle una mano, pensaba Ariel mientras caminaba hacia su casa. Miró el reloj, todavía no eran las nueve y media, a lo mejor Uxía estaba en el piso que compartía con su hermana, que estudiaba Filoloxía Galega en el campus de Elviña.
Cruzó la Plaza de Pontevedra a paso ligero, intentando no tropezar con el montón de gente que transitaba por ella y por las calle de los alrededores. Hacía un rato que había empezado a llover y, de repente, salieron, no se sabe muy bien de dónde, un buen número de paraguas que dificultaban la circulación de los que no los llevaban, como le ocurría a Ariel, debido a la poca consideración de la mayoría de los que llevaban tan incómodo artilugio para ampararse de la lluvia. Ariel, en ese momento, no tenía ni el chubasquero, sólo una ligera cazadora vaquera que estaba comenzando a empaparse. En cuanto llegase a casa se daría una ducha, se pondría el pijama y luego, antes de cenar, llamaría a Uxía.
–Entonces, ¿no te importaría hacerme ese favor?
–No. Puede ser divertido recorrer las tiendas –respondió Uxía cuando Ariel le explicó lo que deseaba que hiciese.
–¿Y cuándo lo vas a hacer? ¿No trabajas también por las tardes? –preguntó Ariel mientras vigilaba las patatas que estaba friendo en la sartén que tenía al fuego.
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