el pelo antes de que pudiera hacerle daño en las cervicales.
–Bueno, te gusta redecorar los dormitorios en tu tiempo libre, de acuerdo. Si no te vas y me dejas descansar, yo sí que te voy a redecorar —dijo ella poniendo mala cara cuando él rápidamente desapareció, dejando el eco de su risa resonando en la habitación al marcharse.
Angelica escuchó la cálida risa hasta que se desvaneció en la distancia. No podía recordar haberle oído reír así, o incluso sonreír de verdad. Entonces, ¿por qué ese sonido hizo que le doliera el pecho como si hubiera recuperado y perdido algo querido para ella?
Agotada, se arrastró hasta la cama y se puso sobre el colchón tratando de ignorar la sensación de que estaba cayendo hacia atrás todo el tiempo. Captó el vago destello de su cálida sonrisa, la misma sonrisa que acababa de decir que nunca había visto antes. La fugaz visión la hizo desear ver más. Cerrando los ojos de cansancio, y ya no pudo más, se abandonó a seguir a aquello que estaba tirando de ella sin descanso.
Syn reapareció en el tejado del castillo. Había notado el breve destello de color amatista brillando en sus oscuros ojos y decidió no distraerla mientras buscaba entre sus pensamientos. Ya había visto cambiar el color de sus iris antes, pero sólo cuando ella usaba sus poderes. Parecía ser la única vez que ella se había permitido a sí misma el sentir de su poderosa alma que tenía encerrado en lo más profundo.
Comprendió por qué inconscientemente había protegido su alma de un mundo donde la muerte ocurría en un abrir y cerrar de ojos. Era un instinto básico pero ese miedo ya no era válido. En el momento en que ella lo llamó desde esa oscura cueva, él le envió su poder en forma de marca en la palma de su mano. Más tarde reforzó ese poder al insuflarle su fuerza vital en ella, aunque ella no era consciente de la importancia de ese intercambio.
Ahora ella tenía habilidades de las que ni siquiera era consciente y él no la había ayudado a descubrirlo por razones puramente egoístas. Ella ya era demasiado independiente para su gusto. Aunque el tiempo ya no era su enemigo y la mayoría de las heridas se curarían instantáneamente, todavía seguía en peligro por los poderosos inmortales que habían declarado la guerra a esta ciudad.
Había una cosa más que podía hacer por ella que la ayudaría a igualar las probabilidades, pero intentaba ser paciente, sabiendo que ella aún no estaba preparada para los efectos secundarios de mezclar su sangre. Ya había cometido ese error antes. No es lo mismo que cuando los hijos compartían su sangre con sus almas gemelas.
Miró a sus pies, desde el tejado escuchaba solo el silencio que venía de la habitación de abajo. Además, si la mordía ahora, ella lo tomaría como prueba de lo que pensaba que era, un monstruo.
Ser amable con ella la estaba poniendo en peligro y no se necesitaría mucho más para tentarle a convertirse en el monstruo que ella necesitaba. Después de todo, él ya había interpretado ese papel antes.
Capítulo 5
Kriss se paró frente a la enorme ventana de su ático con una botella del famoso Heat de Kat en una mano y una gran copa de vino en la otra. Quería emborracharse, pero su molesto y rápido metabolismo no le permitía obtener esa liberación que anhelaba por más de unos instantes cada vez. Sintiéndose frustrado, apretó la copa con la mano, rompiéndola sin querer mientras recordaba la primera vez que vio la cara de Vincent hace mucho tiempo. Seguramente, Vincent no recordaría el encuentro ya que Storm había girado el tiempo, pero Kriss nunca olvidaría esa expresión de odio que Vincent le había lanzado.
Rechazando su odio, pensó con rebeldía en los recuerdos de su infancia, en el tiempo en que Vincent había sentido exactamente lo contrario por él.
No llevaba mucho tiempo en este mundo cuando Dean había salido para detener a una horda de demonios que se dirigían en su dirección. Había esperado, solo, escondiéndose entre las enormes rocas en la base de un acantilado, siguiendo las estrictas órdenes de Dean de permanecer oculto y tranquilo, que este era un lugar seguro.
Y Dean había tenido razón casi todo el tiempo. Durante días, Kriss no había visto ningún animal, y mucho menos a humanos o demonios. Era la primera vez en su vida que se había quedado solo. El silencio que lo rodeaba sólo alimentaba el sentimiento de abandono y miedo mientras esperaba, extrañando el amor que había recibido en su mundo original, extrañando el calor y la seguridad que Dean le había dado allí.
Había sido en medio de la noche cuando Kriss escuchó el sonido de unas piedrecitas que caían desde algún lugar por encima de él. Se había apoyado contra una de las rocas y miró hacia el acantilado donde la luz de la luna creciente apenas llegaba a iluminarlo. Y allí vio unas sombras de varios demonios arrastrándose por el acantilado acercándose hacia él.
Su mirada se quedó fija en cómo sus ojos sangrientos brillaban al mirarlo, y la forma en que sus cuerpos casi humanos se retorcían de manera espeluznante mientras descendían. Agudizó la vista y pudo ver como su carne desnuda parecía estar quemada con profundas cicatrices, como si acabaran de salir de un fuego invisible. Kriss podía incluso oler la putrefacción a carne quemada a medida que se iban acercando.
Estaba tan asustado que retrocedió reptando por la gran roca y se cayó al otro lado, aterrizando con fuerza sobre un grupo de pequeñas y afiladas piedras que salían del suelo como si fueran espadas. Al darse cuenta de que tenía varias puñaladas, luchó por levantarse de las piedras sin dañar aún más su cuerpo herido.
En el momento en que la brisa esparció el olor de la sangre impoluta del Caído, pudo escuchar como las afiladas garras arañaban las rocas más deprisa y su descenso se volvía frenético, e incluso escuchó varios golpes fuertes que indicaban que algunos demonios simplemente habían saltado desde lo alto para alcanzarlo más rápido.
Ya no había más silencio, ahora los gritos perturbadores resonaban entre las rocas, pareciendo que había muchos más de los que realmente venían.
Intentando salir de entre las rocas para escapar, sólo consiguió romper su ropa y desgarrarse la carne en varios lugares más antes de poder ponerse en pie.
Mirando a su alrededor, Kriss se dio cuenta de que era demasiado tarde para correr o esconderse, estaba rodeado de demonios y eran mucho más grandes que un pequeño muchacho como él. Se puso de pie, sin moverse del lugar, mientras unos largos dedos con garras le rodearon por detrás tapándole la cara. Las afiladas uñas le cortaron en el puente de la nariz y las mejillas mientras el demonio lo arrastraba hacia atrás, y luego con brusquedad lo lanzó al aire como si quisiera mostrarlo a los otros demonios.
Nunca había tenido que luchar en su mundo y Dean nunca le había permitido luchar en este. Hubo un fugaz momento en el que se preguntó si el dejar que lo engulleran no sería mejor que quedarse completamente solo en este espantoso lugar. Ese pensamiento se desvaneció rápidamente cuando el dolor penetró repentinamente y le conmocionó, provocando que su instinto de supervivencia se activara con sed de venganza.
Con lágrimas nublándole la vista, Kriss acababa de ganar su primera pelea a muerte. El silencio se adueñó una vez más de la zona y miró hacia su mano justo en el momento de ver como la Espada Caída iluminada desaparecía en su puño ensangrentado.
Sintiendo que tenía algo pesado en la otra mano, se giró lentamente para ver unos ojos demoníacos que lo miraban fijamente. Su mano estaba dentro de la boca de esa cosa, agarrando su mandíbula, pero no había rastro del resto del cuerpo. Sin querer se arañó los nudillos con los dientes puntiagudos de la mandíbula y rápidamente sacó su mano de la boca del demonio y dejó caer la cabeza al suelo.
Kriss no sintió nada mientras se alejaba de él y luego la colgó de una roca justo a través de uno de sus feos ojos. Creyó escuchar a alguien riéndose, pero pensó que debía venir de dentro de él en algún lugar, porque todo lo demás estaba muerto.
Incapaz de soportar el olor rancio o la vista de los cuerpos mutilados, se dio la vuelta y comenzó a caminar entumecido hacia los primeros rayos de luz que acababan de aparecer sobre las distantes colinas.
Kriss no sabía cuánto tiempo había estado caminado, o incluso cuántos días habían pasado, entonces escuchó extrañado el rítmico sonido de unas pisadas delante