Carlos Fernández Liria

El orden de 'El Capital'


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en conclusiones del máximo interés.

      Tras sentar el concepto de valor, Marx pasa a desarrollar su teoría del plusvalor. En la Sección 1.ª ha enunciado la llamada ley del valor o ley del intercambio de equivalentes, capaz de explicar el eterno misterio de Aristóteles por el cual cosas tan dispares como los zapatos o el trigo pueden ser puestas, en el mercado, en una situación de equivalencia o igualdad, en la medida en que un par de zapatos se cambian por tres sacos de trigo (pues se supone que en toda igualdad mercantil de la forma xA = yB, la cantidad de trabajo «cristalizada» en cada lado de la igualdad es la misma), de tal modo que queda así aislada la ley que rige todo ciclo Mercancía-Dinero-Mercancía (M-D-M’). Al pasar a la Sección 2.ª, Marx pasa a ocuparse del ciclo Dinero-Mercancía-Dinero (D-M-D’), construyendo con todo cuidado, pero siempre a partir de la premisa del concepto de valor, el concepto de plusvalor.

      Con ello se pone en marcha lo que podría llamarse la «teoría de la explotación capitalista». Schumpeter la resume eficazmente al hilo de un nuevo elogio respecto del modo de proceder de Marx: ante todo, hay que subrayar que Marx no se comporta en este punto como un ideólogo o un agitador político, sino como un científico. Se empeña, en efecto, en mostrar que el plusvalor no es el resultado de una suma de intenciones individuales o de la voluntad de una clase social de aprovecharse de otra. Si fuera así, no se habría interesado tan vivamente por él en un plano meramente teórico. Marx se empeña, por el contrario, en mostrar que la realidad del plusvalor depende de la propia lógica del sistema capitalista e incluso, para deducirlo, introduce un nuevo supuesto, que, evidentemente, no se da nunca de forma pura, pero que esta vez a Schumpeter le parece muy bien introducir: Marx deduce el concepto de plusvalor, estudiando el ciclo D-M-D’ suponiendo que en él no se viola en ningún momento la ley del valor, es decir, la ley del intercambio de equivalentes; eso supone admitir que no hay en ningún momento estafa, robo, engaño o algún tipo de abuso mercantil de los patrones respecto a sus obreros. Un capitalista puede ser, además, un estafador e incluso una mala persona. Pero a Marx le interesa lo que hace capitalista al capitalista, no lo que le convierte en estafador, ladrón o mala persona. Tal como nos advierte en el Prólogo a la 1.ª edición, no se ocupa del capitalista o del terrateniente en tanto que personas, sino en tanto que son «personificación de categorías económicas». De ahí que se empeñe en deducir el concepto de plusvalor en unas condiciones en las que «nadie estafa ni roba a nadie». De este modo, Marx se comporta, en efecto, como un científico y no como algo así como un comunista.

      A partir de aquí la exposición de Schumpeter empieza a centrarse en el reproche inverso al que comenzó vertiendo sobre Marx. Pues, curiosamente, Marx va a acabar diciendo cosas muy interesantes e incluso, en muchos aspectos, sorprendentemente acertadas. Puesto que lo hace «científicamente», deduciendo a partir de premisas condenadas de antemano, estos aciertos no tienen otra explicación que el que la deducción no sea tan «científica» o que no sea tanto una «deducción». El reproche inicial era que Marx se aventuraba en los mares de la metafísica en lugar de «atenerse a los hechos». Ahora vamos a ver que, en muchos puntos, Marx acaba por ajustarse a los hechos con mucha inesperada precisión. ¿Qué es lo que ocurre por el camino? A ojos de Schumpeter, y de modo general, lo siguiente: Marx va elaborando una «teoría artificiosa», incorporando soluciones ad hoc desesperadas, de tal modo que el error inicial va siendo compensado y corregido.

      De este modo, por ejemplo, Marx elaboró su teoría de la acumulación, respecto a la cual Schumpeter no escatima los elogios. El plusvalor producido por la mano de obra, el capitalista no se limita, ni mucho menos, a malgastarlo en aras de su propio disfrute. La mayor parte de él es reinvertido en la producción, en forma de mejoras técnicas y ampliaciones de los negocios. El primer acierto de Marx al estudiar este asunto fue, a ojos de Schumpeter, que no se limitó a constatarlo como un hecho, ni tampoco pretendió explicarlo en base a consideraciones de psicología social, aludiendo al espíritu ascético y puritano de los empresarios, según, por ejemplo, el famoso análisis de Max Weber. Marx quería explicar la ley que obliga a los empresarios a reinvertir y acumular, independientemente de su voluntad. Aquí, de nuevo, redujo al capitalista a una mera personificación del capital. Demostró que la producción de «plusvalor» genera por sus propias leyes una «compulsión al ahorro y la inversión» y que los capitalistas están coartados por esas leyes, como si se tratase de fuerzas de la naturaleza. Ello obliga a los capitalistas a aumentar constantemente la parte del capital que destinan a edificios, maquinaria, materias primas, etc., es decir, lo que Marx llamará el «capital constante». Marx demuestra que todo capitalista está interesado en aumentar obsesivamente la parte «constante» de su capital, reinvirtiendo sus ganancias incluso en total detrimento de su propio disfrute. Es más, se ve obligado a ello por una ley inexorable. Hasta tal punto el análisis de Marx prescinde aquí de cuestiones psicológicas o culturales, que llega a decir que esa misma ley determina y obliga al capitalista a disfrutar de cierto lujo y cierta ostentación. Así es, en efecto, porque la compulsión a acumular es tal que el capitalista necesita constantemente de créditos bancarios; y no se concede créditos a desarrapados o mendigos. Ahora bien, el método de Marx en este punto exige que consideremos que, de no ser por el papel de la ostentación y el lujo en esta especie de «diplomacia de los negocios», el capitalista viviría pobre como una rata y reinvertiría todas sus ganancias para ampliar su negocio.