pueden explicar perfectamente otras teorías, aunque en un sentido completamente no marxista, el paso siguiente de Marx, dedicado a la acumulación, no está viciado por completo de sus deslices anteriores[30].
La cosa empieza a estar clara: Marx comienza con una monumental metedura de pata al adoptar la teoría del valor, lo que le obliga a partir de un presupuesto puramente metafísico. A partir de allí, elabora una «teoría insostenible»: la teoría del plusvalor. Luego, va introduciendo artificios y apaños, haciendo como que deduce cuando en realidad introduce otros razonamientos, y, finalmente, por este curioso y tortuoso camino, logra, de todos modos, «ver más allá» que todos los economistas de su época, unas veces acertando de forma «correcta» y otras veces, incluso, «genial».
Así ocurre también, por ejemplo, con su «teoría de la concentración de capital»:
Sólo predecir el advenimiento de las grandes empresas constituye por sí misma una verdadera aportación, dadas las condiciones de la época de Marx. Pero hizo más que eso. Vinculó, hábilmente, la concentración al proceso de acumulación o, más bien, concibió la primera como un elemento del segundo, y no sólo desde su punto de vista fáctico, sino también desde su punto de vista lógico. Percibió correctamente algunas de sus consecuencias... Y, lo más importante de todo, fue capaz de llegar a la predicción del desarrollo futuro de los gigantes industriales que estaban en periodo de gestación y la situación social que habían de crear[31].
Otro punto interesante se localiza en la famosa teoría de Marx según la cual el capitalismo generaría una miseria cada vez mayor en una clase proletaria cada vez más extensa, al tiempo que una concentración creciente de riqueza en cada vez menos capitalistas. Aquí, también, Marx razona haciendo depender la cosa de la naturaleza misma de la producción capitalista y no de cosas tales como la codicia o el abuso de poder. «Como predicción –señala Schumpeter–, era, desde luego, calamitosa[32].» Y Schumpeter tiene toda la razón al afirmar que los marxistas de todos los tiempos se vieron en mucho aprietos para hacer compatible esta supuesta ley con la realidad de los hechos históricos: unos forzaron las estadísticas, otros se empeñaron en que el verdadero sentido de la teoría de Marx hacía alusión a la parte relativa (y no absoluta) de las rentas del trabajo respecto al volumen de la renta nacional total. Ahora bien, «hay otro modo de salir de esta dificultad», y algunos marxistas fueron por ese camino: «Una tendencia puede no aparecer en nuestras series estadísticas temporales –puede, incluso, aparecer la tendencia opuesta, como sucede en este caso– y a pesar de ello podría ser inherente al sistema que se investiga, pues podría estar inhibida por condiciones excepcionales»[33]. En concreto, la expansión imperialista y la explotación descarnada de las colonias compensó con ventaja la tendencia al empobrecimiento de las clases obreras del Primer Mundo.
De todos modos, hoy día, tras el derrumbe generalizado de todas las esperanzas keynesianas que tanto confiaron en extender lo que en realidad no fue sino una excepción, el famoso «Estado del bienestar», y tras décadas de hacer circular al Tercer Mundo por las vías del desarrollo, en una economía, como suele decirse, «globalizada», sería cosa de volver a sacar las cuentas. Nunca como hoy han estado de forma general, a nivel mundial, tan deterioradas las condiciones de la jornada laboral. Incluso en el Primer Mundo, el trabajo basura, el contrato basura, la flexibilidad del mercado de trabajo han convertido en utópica la jornada laboral de 40 horas. En una especie de radical revolución de los ricos contra los pobres, se ha pretendido instituir a nivel europeo la jornada laboral de 65 horas. Mientras tanto, el Tercer Mundo parece que más bien se ha desarrollado al revés, evolucionando hacia un «mundo basura» inimaginable en la época en la que Schumpeter escribía. Empezando por la ONU, pasando por el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional y terminando por Cáritas y Manos Unidas, se ha tenido que dar la razón a Marx en su tesis sobre la polarización de las clases sociales: en 1870, por ejemplo, la Renta Interior Bruta (RIB) per capita media de los diez países más ricos era 6 veces superior a la RIB per capita media de los diez países más pobres. En 2002 esa ratio era de 42 a 1[34]. En la actualidad, el 5 por 100 más rico de los individuos del mundo percibe alrededor de un tercio de la renta mundial, y el 10 por 100 de los individuos la mitad. Por su lado, el 5 y 10 por 100 más pobres perciben, respectivamente, el 0,2 y el 0,7 por 100 de la renta mundial total. Las personas más ricas ganan en 48 horas tanto como las más pobres en un año[35]. Y, según informa la ONU, la desigualdad sigue creciendo[36]. Por ejemplo, en 2007, el ejecutivo promedio de las 15 mayores empresas de EEUU ganaba un sueldo 500 veces superior al empleado promedio, mientras que en 2003 el salario era «sólo» 300 veces más alto[37]. Las consecuencias de esta desigualdad son espeluznantes: la esperanza de vida al nacer es de 78,3 años en los países de la OCDE y 54,5 años en lo que llaman «países menos adelantados»[38]. En África subsahariana 1 de cada 7 niños muere antes de cumplir los 5 años (dato de 2007)[39]. Conviene señalar, además, que la creciente pobreza extrema (que ha pasado del 16 por 100 al 17 por 100 de la población mundial en sólo dos años, de 2006 a 2008) no es que se concentre en la población trabajadora (lo cual era de esperar), sino que se concentra en la población trabajadora con empleo (lo que indica que el logro de un empleo protege cada vez menos contra la pobreza): según la OIT, en 2008, el 64 por 100 de la población ocupada en África subsahariana sufría la pobreza extrema; el promedio es del 28 por 100 para el conjunto de países «en desarrollo», y también muy elevado, del 10 por 100, en los desarrollados. Para el caso de España, informes como los realizados por Cáritas[40] ponen de manifiesto que la pobreza afecta a una quinta parte de los hogares españoles y la exclusión social a más de un 17 por 100.
Otro punto importante que Schumpeter somete a consideración es la aportación de Marx en el campo de los ciclos económicos, a la que califica de «sumamente difícil de apreciar». Se ha clasificado la teoría de Marx sobre los ciclos entre las teorías de la sobreproducción o el infraconsumo. Así parece que es a simple vista, ya que Marx, en efecto, ha insistido en que, por una parte, las masas serán cada vez más pobres y, por otra, que la producción será cada vez mayor, de modo que el mercado será más y más incapaz de digerirla. Sin embargo, Schumpeter insiste en que esta teoría «demasiado sencilla» de los ciclos económicos no hace justicia a Marx (incluso señala el lugar en el que es el propio Marx el que se ha demarcado expresamente de este tipo de planteamientos). ¿Quiere esto decir que Marx habría elaborado otra teoría más compleja del ciclo económico? En opinión de Schumpeter, no es así: la contribución de Marx a este respecto es, sin duda, impresionante, pero se compone, más bien, de un conjunto de aportaciones caleidoscópicas, observaciones agudas y minuciosas y una fuente inagotable de «factores externos». Aquí, Marx «se liberó de la servidumbre de su sistema y quedó en libertad de mirar los hechos sin tener que violentarlos»[41]. Y por ese camino, llegó en realidad, muy lejos:
Prácticamente encontramos aquí todos los elementos que se encuentran siempre en todo análisis serio de los ciclos económicos y, en conjunto, hay muy pocos errores. Además, no hay que olvidar que la mera percepción de la existencia de los movimientos cíclicos fue una gran aportación para aquella época. Muchos economistas anteriores a él tuvieron un presentimiento