Gordon y yo…
–¿No deberías decir Gordon, Virginia y yo? –la vio palidecer–. Acabo de verla salir. ¿Salís las dos con él?
–No tengo por qué darte ninguna explicación.
–Tienes razón.
–¿Cómo te has enterado de dónde vivo?
–Revisé tu bolso cuando estabas bailando con Gordon.
Estelle parpadeó. Era sincero, brutalmente sincero. Y, sí, no podía evitarlo, despertaba su curiosidad.
–¿Vas a invitarme a entrar o tenemos que seguir hablando aquí? Solo te pido diez minutos, si después quieres que me vaya, lo haré y no volveré a molestarte nunca más.
Hablaba en un tono de total profesionalidad. Era evidente que para él aquello solo era un negocio y asumía que también lo era para ella.
–Diez minutos –le dijo Estelle, y abrió la puerta.
Raúl miró a su alrededor. Aquella parecía la típica casa de estudiantes, pero no podía decirse que Estelle fuera la típica estudiante.
–¿Estás estudiando?
–Sí.
–¿Puedo preguntar qué?
Estelle vaciló un instante.
–Arquitectura Antigua –respondió por fin.
–¿De verdad? –no era la respuesta que él esperaba.
Estelle le ofreció asiento y Raúl se sentó. Ella se sentó en el otro extremo de la habitación. Y Raúl fue al grano.
–¿Te he dicho que mi padre está enfermo? –preguntó. Estelle asintió–. Lleva mucho tiempo pidiéndome que siente la cabeza y, ahora que se acerca su muerte, está cada vez más empeñado en que se cumplan sus deseos. Está convencido de que una esposa me ayudará a amansarme.
Estelle no dijo nada. Se limitó a mirar a aquel hombre al que dudaba que nadie pudiera amansar. Había saboreado su pasión y había oído hablar de su reputación. Desde luego, una alianza de matrimonio no habría impedido lo que había pasado la noche anterior.
–¿Recuerdas que te conté también que mi padre me acababa de revelar que tenía otro hijo?
Estelle volvió a asentir.
–También me dijo que, si no sentaba la cabeza, le dejaría su parte del negocio a mi… a Luka. Y yo me niego a permitir que eso suceda. Por eso he venido a hablar contigo esta noche.
–¿Y por qué no hablas con Araminta? Estoy segura de que estará encantada de casarse contigo.
–Lo pensé, pero hay varias razones en contra. La principal es que le costaría mucho asumir que esto solo es un negocio. Creo que aceptaría, pero con la esperanza de que surgiera el amor con el tiempo y de que quizá un niño me hiciera cambiar de opinión. Por eso he venido a hablar contigo. Al fin y al cabo, eres una mujer que entiende sobre determinados negocios.
–Creo que tienes una idea equivocada sobre mí.
–No he venido a juzgarte. Al contrario. Admiro a las mujeres capaces de separar el amor del sexo.
No comprendió la sonrisa irónica que esbozó Estelle. «¡Si él supiera!», pensó ella.
–Además, hay atracción entre nosotros. Supongo que para ti eso también es una ventaja.
Estelle resopló. Prácticamente, le estaba diciendo que era una prostituta, y estaba en una situación en la que no podía negarlo.
–A los dos nos gustan las fiestas y vivir a mil por hora, aunque también sabemos tomarnos las cosas en serio –continuó diciendo Raúl.
Estaba equivocado en lo de vivir a mil por hora, pero Estelle sabía que si lo admitía se iría inmediatamente. Y sí, se sentía atraída por él. De hecho, todavía aspiraba a disfrutar de un momento de paz para poder procesar el baile y el beso que habían compartido el día anterior.
–Estelle, he hablado con el médico de mi padre. Se morirá en cuestión de semanas. Solo tendrías que marcharte durante una temporada.
–¿Marcharme?
–Vivo en Marbella.
–Raúl, tengo una vida aquí. Mi sobrina está enferma. Estoy estudiando…
–Podrás retomar tus estudios convertida en una mujer rica. Y, por supuesto, vendrás regularmente a tu casa.
Raúl la miró recordando el consuelo que le había proporcionado la noche anterior, incluso antes de besarla. Podía no importarle, pero no le gustaba la vida que llevaba. De pronto, por motivos que tenían muy poco que ver con su padre, quería que Estelle aprovechara aquella oportunidad.
–No te juzgo, Estelle, pero podrías empezar de cero. Podrías llevar la vida que quieres sin tener que preocuparte por tener que pagar el alquiler.
Estelle se levantó y se acercó a la ventana. No quería que viera las lágrimas que arrasaban sus ojos. Por un momento, Raúl había hablado como si de verdad la apreciara.
–Desde luego, no tendrás que organizar mis fiestas ni cocinar para mí. Yo me paso el día trabajando. Podrás dedicarte a ir de compras. Y saldremos a cenar todas las noches. Podrás elegir las fiestas a las que quieres ir. Te aseguro que no te aburrirás.
Evidentemente, Raúl no sabía absolutamente nada sobre ella.
–Cuando muera mi padre, después de un tiempo prudencial, admitiremos que nuestro repentino matrimonio no pudo sobrevivir al dolor de su muerte y que tenemos que separarnos. Nadie sabrá nunca que te casaste por dinero. Eso también figurará en el contrato.
–¿Un contrato?
–Por supuesto. Un contrato que nos proteja a los dos. Le pediré a mi abogado que venga para que podamos reunirnos mañana al mediodía.
–No pienso aceptar. Mi hermano nunca me creería.
–Hablaré yo con él.
–¿Y crees que a ti te creerá? ¿Que se creerá que nos conocimos ayer y nos enamoramos locamente? Hará que me inhabiliten por loca antes de dejar que me marche con un desconocido…
–Nos conocimos el año pasado –Raúl interrumpió su diatriba–, cuando estuviste en España. Entonces nos enamoramos, pero, con el accidente de tu hermano, aquel no era el momento de hacer planes, así que decidimos dejarlo. Hace unas semanas, volvimos a encontrarnos y yo tuve claro que no pensaba dejarte marchar.
–No quiero mentirle a mi hermano.
–¿Siempre dices la verdad? –le preguntó Raúl–. ¿Eso quiere decir que sabe lo de Gordon?
–Muy bien –le interrumpió ella. Por supuesto, había cosas que su hermano no sabía–. ¿Y tu familia se lo creería?
–Antes de enterarme de que mi padre llevaba una doble vida, le hice creer que estaba teniendo una relación seria con una persona con la que había salido tiempo atrás. No era en ti en quien estaba pensando, pero eso ellos no lo saben.
El ceño de Estelle se suavizó al comprender que no era del todo imposible. Raúl comprendió que aquel era el momento de marcharse.
–Consúltalo con la almohada. Por supuesto, hay otras cosas que debo decirte, pero no estoy dispuesto a hablar de ello hasta que nos casemos.
–¿Qué clase de cosas?
–Nada que pueda afectarte. Solo son cosas que una esposa enamorada debería saber. Es algo que jamás revelaría a nadie en quien no confiara.
–¿O a quien no pagaras?
–Sí –Raúl colocó el cheque sobre la mesita del café y le tendió dos tarjetas–. Una es del hotel en el que nos alojaremos mi abogado y yo. Tengo reservada una habitación que utilizaré