Raúl decidió entonces aligerar el tono de la conversación.
–Se me están enfriando las piernas.
Estelle soltó una carcajada y, justo en ese momento, les hicieron una fotografía.
–Una fotografía de lo más natural –aplaudió el fotógrafo.
–Nosotros no… –comenzó a decir Estelle.
–Tenemos que movernos –Raúl se levantó–, y Gordon me ha dicho que cuide de ti.
Le tendió la mano. Para él, aquel baile era mucho más importante de lo que Estelle se podía imaginar. Con él pretendía asegurarse de que Estelle pensara solamente en él, de que su propuesta no le pareciera algo impensable. Pero antes quería que supiera que sabía la clase de negocios en los que andaba metida.
–¿Te gustaría bailar?
En realidad, Estelle no tenía elección. Se dirigió con él a la pista de baile, esperando que la orquesta tocara algo más frívolo que sensual, pero todas sus esperanzas desaparecieron en el momento en el que Raúl la rodeó con los brazos.
–¿Estás nerviosa?
–No.
–Teniendo en cuenta que conociste a Gordon en el Dario’s, me imaginaba que te gustaría bailar.
–Y me encanta –Estelle forzó una sonrisa–, pero es un poco pronto para mí.
–Y para mí. A estas horas suelo estar preparándome para salir.
Estelle no era capaz de interpretar a aquel hombre. Bailaba con ella con elegancia y delicadeza, pero sus ojos no sonreían.
–Relájate.
Estelle lo intentó, pero no la ayudó el hecho de que Raúl se lo hubiera susurrado al oído.
–¿Puedo preguntarte algo?
–Por supuesto –contestó Estelle, aunque preferiría que no lo hiciera.
–¿Qué estás haciendo con Gordon?
–¿Perdón? –no se podía creer que se atreviera a preguntarlo.
–La diferencia de edad es evidente.
–Eso no es asunto tuyo –se sentía como si estuviera siendo atacada a plena luz del día.
–¿Cuántos años tienes?
–Veinticinco.
–Gordon tenía diez años más de los que tengo yo ahora cuando tú naciste.
–Eso solo son números –intentó apartarse, pero él la retuvo con fuerza.
–Por supuesto, supongo que solo le quieres por su dinero.
–Eres increíblemente grosero.
–Soy increíblemente sincero –la corrigió Raúl–. No te estoy criticando, no tiene nada de malo.
–¡Vete al infierno! –le dijo en español, agradeciendo las expresiones que le había enseñado una amiga española cuando estaba en el colegio–. Lo siento, a veces mi español no es muy bueno. Lo que quería decirte es…
Raúl presionó un dedo contra sus labios antes de que Estelle pudiera decirle en su propio idioma y con mayor crudeza a dónde podía largarse. Y la intimidad de aquel gesto tuvo el poder de silenciarla.
–Un baile más –dijo Raúl–, y volverás con Gordon. Y siento haberte parecido grosero. Créeme, no era esa mi intención.
Estelle entrecerró los ojos mientras analizaba su rostro y notaba cómo le latían los labios tras aquel ligero contacto. La razón le decía que se alejara de él, pero ganó su propia excitación.
La música se hizo más lenta e, ignorando su resistencia, Raúl la estrechó contra él. Estelle tenía razón al pensar que la estaba juzgando, pero no lo estaba haciendo duramente. Raúl admiraba a las mujeres capaces de separar los sentimientos del sexo. De hecho, él necesitaba una mujer así. Y le pagaría muy bien.
Estelle debería haberse marchado en aquel momento, debería haber vuelto a su mesa. Pero su cuerpo ingenuo se negaba a moverse. Parecía estar despertando en los brazos de Raúl.
Raúl la sostuvo de manera que se vio obligada a posar la cabeza en su pecho. Estelle sentía el terciopelo de la chaqueta en la mejilla. Pero era más consciente de la mano que reposaba en su espalda.
Por un instante, Raúl olvidó los motivos de aquel baile. Disfrutó de la delicadeza con la que Estelle se inclinaba contra él y se concentró solo en ella. En la mano que posaba sobre su hombro, bajo su pelo. Le acarició el cuello y deseó besarlo. Quería levantar aquella cortina negra y saborear su piel.
Por su parte, Estelle sentía la tensión que había entre ellos y aunque su cabeza negaba lo que estaba pasando, giró ligeramente el cuerpo para acercarse a él. Sintió el roce de su pecho en los pezones. Y Raúl presionó ligeramente.
–Yo siempre había pensado que el sporran tenía una función puramente decorativa.
Estelle sintió el calor de la piel del sporran contra su estómago.
–Pero, ahora mismo, es lo único que me permite tener un aspecto decente.
–Estás muy lejos de ser decente –le espetó Estelle.
–Lo sé.
Continuaron bailando, no mucho, solo meciéndose de vez en cuando, pero Estelle ardía.
Raúl podía sentir el calor de su piel contra sus dedos, podía sentir su respiración tan agitada que deseaba inclinar la cabeza y respirar contra sus labios. Se imaginó su pelo oscuro sobre la almohada y los pezones rosados en su boca. La deseaba, aunque aquella no fuera una sensación que le resultara cómoda.
Aquello solo era una cuestión de negocios, se recordó a sí mismo. Quería que aquella noche pensara en él. Que cuando se acostara con Gordon, fuera su cuerpo el que deseara.
Deslizó la mano bajo su pelo y descendió hasta la piel desnuda que asomaba por uno de los costados del vestido.
Estelle ansiaba que moviera la mano, que cubriera con ella su seno. Y Raúl le confirmó una vez más que sabía lo que estaba pasando.
–Pronto te devolveré a Gordon –le dijo–, pero antes disfrutarás conmigo.
Eran los preliminares del sexo. Lo eran hasta tal punto que Estelle se sentía como si Raúl hubiera deslizado los dedos dentro de ella. Y era mucho lo que podía sentir. A pesar del sporran, notaba el contorno de su sexo bajo la falda. Aquel era el baile más peligroso de su vida. Quería salir corriendo. Pero su cuerpo ansiaba sentir los brazos de Raúl. Las mejillas, apoyadas contra el terciopelo violeta de la chaqueta, le ardían, y podía oír el latido firme del corazón de Raúl.
El olor de Raúl era exquisito y el tacto de su mejilla contra la suya la hizo desear volver la cabeza y buscar el alivio de sus labios. Estelle no conocía el alcance de un orgasmo y era demasiado inocente como para saber que Raúl estaba haciendo todo lo posible para provocárselo.
Raúl sintió que Estelle descendía ligeramente sobre su pecho y, por un breve instante, se relajaba contra él.
–Gracias por el baile –aturdida y sin aliento, Estelle comenzó a retroceder.
Pero Raúl la retuvo, le levantó la barbilla y lanzó su veredicto.
–¿Sabes? Me gustaría verte maldecir y gritar en español.
La soltó entonces y Estelle buscó rápidamente refugio en el tocador de señoras y se mojó las muñecas con agua fría. «Cuidado», se dijo a sí misma, «tienes que tener cuidado, Estelle». La atracción era más intensa que cualquier otra que hubiera conocido. Pero sabía que un hombre como Raúl sería capaz de destrozarla.
Se miró en el espejo y se retocó