subir –se ofreció Rita.
Estelle dio las gracias y comenzó a vestirse.
No había entendido la conversación de Raúl, pero, por el tono, no podía haber sido agradable.
–Se van a casar –Raúl colgó el teléfono y, en silencio, continuó anudándose la corbata.
–Vaya –Estelle no sabía qué otra cosa decir, así que siguió peleándose con la cremallera.
–Ven aquí –Raúl se hizo cargo de la cremallera–. Se ha atascado.
Estelle permaneció muy quieta mientras Raúl intentaba desatascar la cremallera.
–Mi padre dice que quiere hacer las cosas bien con Ángela, que quiere darle la dignidad de ser su esposa y su viuda. Y quiere que pueda opinar sobre las decisiones que tomen los médicos.
–¿Y tú qué le has dicho?
–Que era la primera cosa decente que le había oído decir sobre el tema.
–¿Y vas a ir a la boda?
Raúl no contestó a la pregunta.
–Vamos, no está bien hacer esperar al chef.
¿Desde cuándo era Raúl tan considerado con sus empleados?, se preguntó Estelle, pero no dijo nada.
La cena fue increíble. El chef les había preparado una paella que, hasta Raúl estuvo de acuerdo, era la mejor que habían probado en su vida. Pero, aun así, Raúl apenas la tocó. Estuvo contemplando a Estelle durante la cena. Con el pelo recogido y un vestido negro espectacular, estaba preciosa.
–¿Qué dirías si no volviéramos a Marbella?
Estelle tragó la comida que tenía en la boca y bebió un sorbo de agua, nerviosa por las mismas razones por las que lo estaba Raúl.
–Podríamos dirigirnos a las islas, alargar el viaje…
–Te perderías la boda de tu padre.
–Ha sido él el que ha decidido casarse mientras estoy de luna de miel.
–En algún momento tendrás que enfrentarte a él.
–¡No me digas lo que tengo que hacer! –le espetó, pero rápidamente cambió de tono–. Él quiere celebrar una boda, tener un recuerdo feliz con su esposa y dudo que pueda conseguirlo estando yo allí. Sobre todo, si va Luka. Así que ¿qué te parece si prolongamos la salida? Hace años que no disfruto de unas verdaderas vacaciones.
–Yo pensaba que toda tu vida era como unas largas vacaciones.
–No –la corrigió Raúl–. Mi vida es como una gran fiesta. Así que, por mí, podemos volver dentro de un par de días.
Esperó a que Estelle se decidiera, hasta que recordó que la decisión era completamente suya. Pagaba para disfrutar de su compañía, no para que ella decidiera dónde tenían que estar.
El par de días se convirtió en dos semanas. Navegaron alrededor de Menorca. La piel de Estelle fue adquiriendo un tono dorado. Raúl observaba cómo ella estaba cada vez más desinhibida. Le encantaba verla estirarse en una tumbona llevando únicamente la parte de abajo del biquini. Su sexualidad florecía ante sus propios ojos.
Al cabo de aquellas dos semanas, regresaron a Marbella. Normalmente, aquella era una de las vistas que Raúl más apreciaba, pero, en aquel momento, le entraron ganas de pedirle al capitán que siguiera navegando hasta Gibraltar y pasara de allí a Marruecos, solo por el placer de prolongar el viaje. El problema era que estaba creciendo demasiado rápido su afecto por Estelle.
Estelle se reunió con él en cubierta para contemplar aquella espléndida vista. Posó la mano en su hombro, pero le sintió tensarse ante su contacto.
Raúl se volvió hacia ella. Estelle iba vestida con la parte de abajo del biquini y la camisa que Raúl se había puesto en la boda anudada bajo sus sonrosados senos.
–Será mejor que te vistas –normalmente, Raúl la acusaba de ir excesivamente vestida–. Es posible que haya prensa. Ponte el vestido de color crema y pídele a Rita que te maquille.
Y con esas simples palabras, volvió a colocarla en su lugar.
Cuando llegaron a tierra firme, le tomó la mano. Pero solo para que las cámaras captaran la imagen. Y por si acaso alguien estaba fotografiándoles con teleobjetivos, la levantó en brazos y subió a su apartamento, dispuesto a regresar a su vida anterior.
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