que Estelle era agudamente consciente de su presencia.
Intentó concentrarse en la novia. Victoria estaba deslumbrante. Llevaba un sencillo vestido blanco y un ramillete de brezo. La sonrisa que Donald le dirigió a la futura esposa hizo sonreír también a Estelle, pero no durante mucho tiempo. Podía sentir la mirada de Raúl ardiendo en su espalda y, poco después, tuvo la sensación de que le abrasaba la nuca.
Hizo todo lo que pudo para concentrarse en la ceremonia, que fue increíblemente romántica. Tanto que, cuando el sacerdote recitó lo de «en la salud y en la enfermedad», los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar la boda de su hermano. ¿Quién podía haber imaginado el duro golpe que les tenía reservado el destino a Amanda y a él?
Gordon, siempre caballeroso, le tendió un pañuelo de papel.
–Gracias –Estelle sonrió emocionada y Gordon le apretó la mano.
«¡Por favor!», pensó Raúl, «¡ahórrame esas lágrimas de cocodrilo!». Había ocurrido lo mismo con la novia anterior de Gordon, ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Virginia. La nueva, aunque no parecía del gusto habitual de Gordon, era increíble. Las mujeres de pelo negro no eran ninguna rareza en el país de Raúl, y él, normalmente, prefería a las rubias. Sin embargo, aquella noche, deseaba a una mujer con el pelo negro azabache.
«Date la vuelta», le ordenó en silencio, porque quería mirarla a los ojos. La vio tensar los hombros e inclinar ligeramente la cabeza, como si le hubiera oído, pero se estuviera resistiendo a su demanda.
Raúl quería preguntarle qué demonios estaba haciendo con aquel hombre que la triplicaba en edad. Pero, por supuesto, conocía la respuesta: le interesaba su dinero.
Raúl supo entonces lo que tenía que hacer. Encontró la respuesta al dilema al que se había visto obligado a enfrentarse a la hora del desayuno. Curvó los labios en una sonrisa al verla alzar la mirada bruscamente hacia el cielo. Vio arquearse su pálido cuello y deseó posar los labios en él.
Un gaitero lideró el regreso al castillo. Caminaba delante de Gordon y Estelle. A ella se le clavaban los tacones en la hierba, pero aquella incomodidad no era nada comparada con la sensación de estar hundiéndose en arenas movedizas que la asaltaba cada vez que miraba a Raúl a los ojos.
La falda de Raúl era de tonos grises y violeta, la chaqueta, morada, de terciopelo oscuro, y su zancada, firme y sensual. A Estelle le entraron ganas de acercarse a él, darle unos golpecitos en el hombro y pedirle que por favor la dejara en paz. Pero, en realidad, no le había hecho nada. Ni siquiera la había mirado. Se limitaba a hablar con otro de los invitados mientras se dirigían hacia el castillo.
Raúl la ignoró deliberadamente. Estuvo hablando con Donald, le pidió un pequeño favor y después coqueteó con un par de antiguas novias, pero en todo momento fue consciente de que aquella mujer le buscaba con la mirada. Raúl sabía exactamente lo que estaba haciendo y por qué. En el pasado, mezclar el trabajo con el placer le había causado problemas. Aquella noche, aquella mezcla se había convertido en una solución.
Capítulo 4
–PERDONE un momento, señor.
Un camarero detuvo a Estelle y a Gordon cuando se dirigían hacia su mesa.
–Ha habido un cambio de planes. Donald y Victoria no se habían dado cuenta de que estaban sentados tan atrás. Ahora mismo corregiremos el error. Por favor, acepten nuestras disculpas.
–¡Oh, nos han subido de categoría! –comentó Gordon mientras les conducían hacia una mesa.
Estelle se sonrojó al ver que la mujer llorosa que había estado hablando con Raúl estaba siendo discretamente alejada hacia una de las mesas de la parte de atrás. E incluso antes de que hubieran llegado, supo en qué mesa les iban a sentar a ellos.
Raúl no alzó la mirada cuando se acercaron. De hecho, no les miró siquiera hasta que no les mostraron sus asientos.
Estelle sonrió para saludar a Verónica y a James, pero ni siquiera intentó mirar a Raúl. Había dos asientos vacíos a su lado. Él era el responsable de aquella situación.
Alguien estaba sosteniendo la silla que había al lado de la de Raúl. Estelle quiso volverse hacia Gordon, preguntarle si podían cambiar de asiento, pero sabía que parecería ridícula.
–Gordon –Raúl le tendió la mano.
–Raúl.
Gordon sonrió mientras se sentaba. Estelle, sentada entre los dos, se inclinó ligeramente hacia atrás mientras ellos hablaban.
–No nos vemos desde… –Gordon se echó a reír–. Desde la última temporada de bodas. Mira, esta es Estelle.
–Estelle –Raúl arqueó una ceja mientras ella se acomodaba a su lado–. En español te llamarías Estela.
–Estamos en Inglaterra –consciente de lo crispado de su respuesta, intentó suavizarla con una sonrisa.
–Por supuesto –Raúl se encogió de hombros–, aunque debo hablar con mi piloto, que se empeñó en decirme que estábamos en Escocia.
Aunque intentó evitarlo, Estelle no pudo evitar una sonrisa.
–Estos son Shona y Henry… –Raúl les presentó mientras el camarero les servía el vino.
Estelle bebió un sorbo y pidió agua, porque, a pesar de estar en un castillo, hacía un calor sofocante.
Hubo una breve conversación y más presentaciones, y todo habría ido perfectamente si Raúl no hubiera estado allí. Pero Estelle era consciente, a pesar de su escasa experiencia, de que estaba atento a todas sus respuestas.
Como Gordon estaba ocupado hablando con James, ella intentó concentrarse en el menú. Entrecerró ligeramente los ojos para poder leerlo, porque Ginny le había sugerido que se dejara las gafas en casa. Raúl confundió aquel gesto con el de un ceño fruncido.
–Vichyssoise –le aclaró en voz baja y profunda–. Es una sopa. Está deliciosa.
–No necesito que nadie me explique el menú –se interrumpió. Sabía que estaba siendo grosera, pero los nervios la tenían a la defensiva–. Y has olvidado mencionar que se sirve fría.
–No –él sonrió–, estaba a punto de decírtelo.
No le resultó fácil terminar la sopa con Raúl sentado a su lado, pero lo consiguió, a pesar de que la conversación con Gordon fue constantemente interrumpida por llamadas de teléfono.
–No puedo desconectar ni una sola noche –se lamentó Gordon.
–¿Es algo importante? –preguntó Estelle.
–Podría serlo. Tendré que mantener el teléfono conectado.
Sirvieron el segundo plato, la carne más maravillosa que Estelle había probado en su vida. Aun así, le costó tragarla, sobre todo cuando Verónica le preguntó:
–¿Trabajas, Estelle?
–Trabajo ocasionalmente de modelo –sonrió, recordando las instrucciones que Gordon le había dado–. Aunque ocuparme de Gordon es un trabajo a tiempo completo.
Estelle vio que Raúl detenía el tenedor que estaba a punto de llevarse a la boca y oyó la risa fingida de Gordon. Estaba atrapada en una mentira y no tenía escapatoria. Aquello era una actuación, se dijo a sí misma. Después de aquella noche, no volvería a verlos. ¿Y qué más le daba que Raúl tuviera una mala imagen de ella?
–¿Podrías pasarme la pimienta? –le pidió Raúl con voz sedosa.
¿Era el acento español el que hacía parecer su voz tan sexy o se estaría volviendo loca?
Le pasó la pimienta, sintiendo durante un instante el calor de sus dedos. Raúl notó inmediatamente su error.
–Esa es la sal –le dijo, y Estelle