Margit Sandemo

El Pueblo del Hielo 1 - El hechizo


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      El hechizo

      La leyenda del Pueblo del hielo 1 – El hechizo

      Título original: Trolldom

      © 1991 Margit Sandemo. Reservados todos los derechos.

      © 2020 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

      Traducción Daniela Rocío Taboada,

      © Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

      ePub: Jentas A/S

      ISBN 978-87-428-1012-5

      Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

      Agradecimientos

      La leyenda del Pueblo del hielo está dedicado con amor y gratitud al recuerdo de mi querido esposo fallecido Asbjorn Sandemo, quien convirtió mi vida en un cuento de hadas.

      Margit Sandemo

      La leyenda del Pueblo del hielo

      Mucho tiempo atrás, hace cientos de años, Tengel el Maligno, despiadado y codicioso, vagó por el desierto para vender su alma al diablo y así conseguir todo lo que deseara. Con él comenzaba la leyenda del Pueblo del hielo.

      Lo invocó con una poción mágica que había preparado en un caldero. Tengel lo consiguió; obtuvo riquezas y poder ilimitado, pero a cambio de maldecir a su propia familia: un descendiente de cada generación serviría al diablo realizando hazañas infames en su nombre. Tendrían ojos de gato amarillos —la marca de la maldición— y poderes mágicos. Y un día nacería alguien que poseyera las mayores habilidades sobrenaturales de las que el mundo había visto. La maldición recaería sobre la estirpe hasta que encontraran el lugar donde Tengel el Maligno enterró el caldero con el que preparó el brebaje que convocó al Príncipe de las Tinieblas.

      Eso cuenta la leyenda. Nadie sabe si es verdad, pero en el siglo xvi, nació un niño maldito entre el Pueblo del hielo. Intentó transformar el mal en bondad; por eso lo llamaron Tengel, el Bueno. Esta leyenda trata sobre su familia. De hecho, sobre las mujeres de su familia; las mujeres que tuvieron en sus manos el destino del Pueblo del hielo.

      Capítulo 1

      Una tarde del otoño de 1581, mientras la neblina se mezclaba con el resplandor escarlata sobre el cielo de Trondheim, dos mujeres avanzaban por las calles. Nada sabían la una de la otra.

      Una de ellas era Silje. Una chica de apenas dieciséis años, de ojos grandes, inexpresivos; sola y famélica. Andaba con los hombros encogidos por el frío, escondiendo sus manos amoratadas y heladas bajo sus ropajes, que más parecían sacos remendados, como sus zapatos raídos, forrados ahora con restos de cuero viejo. Y un chal de lana, que le cubría su hermoso cabello castaño, era lo que quedaba para cubrirse cuando lograba hallar un lugar donde dormir.

      Silje sorteó un cadáver en una calle angosta para no tropezar con él. «Una víctima más de la plaga», pensó. Ya no recordaba cuántos brotes habían surgido durante ese siglo, pero esa plaga le había arrebatado a toda su familia hacía un par de semanas, lo que la había obligado a vagar sin rumbo rebuscando comida.

      Su padre había sido herrero en una granja grande al sur de Trondheim, pero cuando él, su madre y todos sus hermanos murieron, obligaron a Silje a abandonar la cabaña pequeña donde vivían. ¿De qué serviría una chica de apenas dieciséis años en una herrería?

      De hecho, Silje se sintió aliviada por salir de la granja. Guardaba un secreto que nunca había compartido con nadie porque estaba oculto en lo más profundo de su corazón: al suroeste yacían las terribles montañas a las que ella nombró «La Tierra Sombría» o «La Tierra Nocturna». Durante toda su infancia, aquel macizo inmenso la había aterrado y hechizado a partes iguales. Estaban tan lejos que apenas era posible distinguirlas, pero cuando el resplandor del sol crepuscular se posaba sobre las crestas, las montañas cobraban una extraña y brumosa nitidez, que desataba la imaginación excepcionalmente vivaz de Silje.

      Pasaba una eternidad contemplándolas, llena de miedo y fascinación. En aquel momento las vio: las criaturas sin nombre que allí habitaban. Alzaban vuelo desde los valles hasta las cumbres, planeando silenciosamente, buscando desde lo alto, acercándose más y más al hogar de Silje, hasta que sus ojos malignos la encontraban. Entonces Silje corría a esconderse.

      Pero en realidad las criaturas tenían un nombre. Los granjeros siempre hablaban entre susurros sobre las montañas lejanas: probablemente sus palabras fueron las que la asustaron, disparando su imaginación.

      —Nunca vayas allí —decían—. Solo hay brujería y maldad. Son el Pueblo del hielo. Esas criaturas no son humanas. Son engendros que han nacido del frío y la oscuridad. ¡Ay de quien se acerca a sus moradas!

      ¿El Pueblo del hielo? Sí, así los llamaban la gente de la granja, pero Silje era la única que los había visto planear por el aire.

      Ella nunca había sabido cómo llamar a esas criaturas. No eran trolls, ¡desde luego que no! Pero tampoco le daban miedo. Demonios tampoco era el nombre apropiado. ¿Tal vez eran alguna especie de monstruo o espíritu? Una vez escuchó a su amo llamar demonio a uno de los caballos. Aquella era una palabra nueva para Silje, pero sentía que era una palabra apropiada para «ellos».

      Su fantasía sobre «La Tierra Sombría» era tan intensa que incluso soñaba con ella en las noches de sueño inquieto. Así que le resultó natural tener que darle la espalda a las montañas cuando abandonó la granja. Su instinto primitivo la condujo hacia Trondheim, con la esperanza de encontrar entre sus habitantes la ayuda que ahora necesitaba en su soledad y angustia. Pero pronto comprendió que nadie abriría la puerta a una extraña cuando la plaga acechaba a quienes viajaban por el territorio. ¿Qué mejor lugar para que la plaga se propagara sin control que estas calles estrechas y sucias, con casas abarrotadas?

      Atravesar las puertas de la ciudad, a hurtadillas, le había tomado el día entero. Pero al fin lo había logrado. Se había unido a una familia de las que vivían en la ciudad, que regresaban tras un breve viaje en las afueras. Silje había caminado ocultándose a un lado de la carreta, avanzado despacio hasta dejar atrás a los guardias. Pero dentro no encontró ayuda. Apenas unos pedazos de pan seco que a veces le tiraban desde una ventana. Lo suficiente para mantenerla en el lado correcto de la frontera de la vida y la muerte.

      Desde la plaza de la catedral se oían los ruidos y gritos de los borrachos. Una vez, ingenuamente, acudió allí buscando la compañía de otros como ella. Pero no tardó mucho en darse cuenta de que aquel no era un buen lugar para una joven atractiva como ella. Toparse con aquella chusma la impactó tanto que le costaba borrarlo de su memoria.

      Ahora le dolían los pies tras tantos días de caminata. El largo, largo camino a Trondheim había dejado a Silje agotada y, al no haber hallado reposo en la ciudad, la desesperanza empezaba a corroerle desde sus entrañas.

      Oyó las ratas chillando en la puerta de un callejón hacia el que había comenzado a caminar con la esperanza de dormir algunas horas. Así que se tuvo que dar la vuelta y continuar su camino sin consuelo ni rumbo.

      Inconscientemente, fue atraída por el resplandor del fuego que fulguraba en la montaña, en las afueras de Trondheim. El fuego significaba calidez, aunque también significaba que estaban cremando los cuerpos. La gran pira llevaba ardiendo tres días y tres noches. Y a su lado estaba el patíbulo.

      Balbuceó a toda prisa una plegaria:

      —Señor Jesucristo, ¡protégeme de toda la maldad de estas almas perdidas! ¡Dame valor y fuerza para que, con tu bendición, pueda descansar un rato aquí a salvo! Necesito con desesperación sentir la calidez de esta hoguera para no perder mis extremidades heladas.

      Su corazón inocente estaba lleno de terror mientras clavaba los ojos con firmeza en la calidez ascendente de la pira. Silje caminó con dificultad hacia las puertas del oeste.

      ***

      Mientras