Margit Sandemo

El Pueblo del Hielo 1 - El hechizo


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      Sus ojos ardientes la estremecieron. Silje sintió una ansiedad que no podía explicar. Estaba asustada y confundida.

      —¿Una vida más? No lo sé… No comprendo…

      —Tu rostro demuestra que estás hambrienta y malnutrida, así que fácilmente podrías pasar por alguien de dos o tres años menos que dieciséis. Puedes salvar la vida de mi hermano. ¿Lo harás?

      Silje pensó que jamás había visto dos hermanos más diferentes. El joven apuesto y rubio en el potro, y esa criatura de cabello oscuro y enmarañado cubriéndole los ojos.

      —No quiero verlo morir —dijo ella vacilante—. Pero ¿qué podría hacer yo para ayudarlo?

      —No puedo hacerlo solo —respondió el hombre—. Son demasiados y están buscándome. También quieren capturarme, lo cual no ayudaría en nada a mi hermano. Pero tú…

      Él extrajo del bolsillo un trozo de papel que estaba plegado muchas veces.

      —Toma. Llévales esta carta. ¡Tiene el sello real! Diles que eres su esposa y que estos dos son sus hijos. Vives en esta parte del país. Su nombre es Niels Stierne y es el Mensajero del Rey. Por cierto, ¿cómo te llamas?

      —Silje.

      Él adoptó una expresión de evidente molestia.

      —Cecilie, ¡estúpida! ¡No puedes llamarte Silje como una sirvienta! Eres una condesa, ¿recuerdas? Debes dejar esta carta entre las prendas de mi hermano sin que nadie lo note y luego fingir que la has encontrado.

      —Parece osado. ¿Cómo podré pasar por condesa? Nadie lo creerá.

      —¿Acaso no has visto al bebé que llevas en brazos? —replicó él.

      Silje bajó la vista, sorprendida.

      —No, pero…

      El fuego comenzó a arder con mayor fulgor y Silje pudo ver todo con claridad. El bebé estaba envuelto en un chal tejido con la lana más elegante de todas, hermosa y liviana como una gasa. Silje nunca había visto algo igual. Tenía bordados con hilos plateados y la delgada manta de lana debajo del chal tenía un diseño hermoso que no podía describir. Parecía encaje blanco. Y al final vio la manta blanca brillante, la que había humedecido en la leche.

      El hombre dio un paso hacia Silje.

      Por instinto, ella retrocedió. Él poseía un aura perteneciente a tiempos pretéritos y paganos, y una atracción animal mística mezclada con un aire de autoridad.

      —El bebé tiene el rostro cubierto de sangre —dijo él mientras le limpiaba la sangre con la punta de la manta—. Es un recién nacido. ¿Estás segura que no es tuyo?

      Silje sintió una humillación profunda.

      —Soy una chica virtuosa, señor.

      Él curvó los labios en una sonrisa leve, pero miró preocupado hacia el lugar del a ejecución. Aún no estaban listos. Parecía que un sacerdote intentaba persuadir a su hermano para que confesara sus pecados.

      —¿Dónde encontraste al bebé?

      —En el bosque donde lo habían abandonado para morir.

      Él alzó sus cejas negras.

      —¿Allí también encontraste a la niña? —preguntó él.

      —No. Encontré a la niña en el pueblo, junto al cuerpo muerto de su madre.

      Él miró a Silje y luego a la niña.

      —Sin duda eres valiente —dijo despacio.

      —No le temo a la plaga. Ha sido mi compañera durante muchos días. Golpea a mi alrededor… pero nunca se me acerca.

      Un esbozo de sonrisa apareció en el rostro maravillado del muchacho.

      —Tampoco a mí me golpea —dijo él—. Entonces, ¿lo harás? —Ella vaciló, así que él prosiguió—. No se atreverían a atacar a una madre con dos hijos. Pero antes, ellos necesitan un nombre.

      —Oh, no sé si el bebé es niño o niña. Lo he bautizado Liv o Dag. Creí que era un myling, así que me preservé bautizándole rápidamente.

      —Te entiendo muy bien. ¿Y la niña?

      Silje pensó un instante y luego respondió:

      —Ambos son hijos de la noche. Cuando los encontré, estaban rodeados de ella, de oscuridad y de muerte. Creo que la llamaré Sol.

      Aquellos ojos extraños la miraron de nuevo.

      —Tu cabeza joven funciona de una manera en la que no muchas lo hacen. Entonces, ¿lo harás?

      Semejante halago la hizo sonrojar y sentir un fulgor cálido dentro.

      —Reconozco que estoy asustada, señor.

      —Serás recompensada.

      Ella sacudió la cabeza.

      —El dinero no me sirve de nada. Pero…

      —¿Sí? —insistió él.

      Los niños le infundieron valor. Silje miró al muchacho a los ojos y le dijo:

      —En estos días nadie abre la puerta a extraños. Ahora, estos niños están bajo mi responsabilidad, pero yo estoy helada. Si puede darnos un poco de comida y un lugar cálido donde quedarnos, estaré dispuesta a arriesgar mi vida por el joven conde.

      En cierto modo, la luz del fuego había muerto y había sumido otra vez el rostro del extraño en sombras. Él pensó un instante:

      —No te preocupes. Me ocuparé de eso —prometió.

      —¡Bien! Entonces, lo haré. Pero, ¿y mi ropa? Ninguna condesa saldría en público vestida con harapos que llevo.

      —Lo he pensado. Mira, toma esto.

      Debajo del abrigo de piel de lobo, extrajo una capa de seda azul oscura. Le llegaba a su cadera… y a Silje fácilmente hasta los pies.

      —Listo. Ocultará lo peor. Envuelve bien tu cuerpo con ella. ¡Y quita esas pieles de animal de tus piernas!

      Silje obedeció.

      —¿Y mi acento?

      —Bueno —dijo él, vacilante—. Me sorprende porque no hablas como alguien de origen humilde. Tal vez incluso pasarás por condesa. ¡Solo esfuérzate todo lo que puedas!

      Ella respiró hondo.

      —Deséeme suerte, señor.

      Él asintió con firmeza.

      Luego, Silje cerró los ojos un instante, inhalando profundo como si intentara concentrarse. Aferró con más fuerza la mano de la niña y, con el bebé en brazos, caminó hacia el lugar donde habían comenzado a amarrar las manos del joven.

      Silje percibía la mirada penetrante del hombre lobo a sus espaldas. Sentía que la quemaba.

      «Qué noche mágica y peculiar», pensó. ¡Y era solo el comienzo!

      Capítulo 2

      Cuando Silje ingresó a la plaza abierta, comenzó a caminar más rápido. La niña apenas podía seguirle el paso. Desde lejos, gritó con tono agitado:

      —¿Qué rayos hacen?

      Ni siquiera tuvo que fingir consternación porque precisamente eso es lo que sentía. Estaba preparada para arriesgar su joven vida por el conde sentenciado a morir. ¡Y pensar que él era un mensajero real! Sin duda, Silje había percibido con acierto que él tenía un rango superior a los demás.

      El hombre se volvió y la miró. El verdugo se sorprendió y sujetó con más firmeza el hacha. ¿Tal vez temía perder a su víctima?

      —¿Han perdido la cordura por completo, idiotas miserables? —gritó ella—. ¿Cómo