Cecilie. ¡Estoy tan enfadado contigo! Has revelado mi identidad: es un duro golpe a mi honor.
—Su esposa hizo lo correcto, señor —dijo el comandante con respeto—. Fue un gesto hermoso propio de una esposa. Y puede contar con nuestra discreción absoluta. Sus hijas son maravillosas —añadió, acariciando la cabeza de la niña. Estaba claro que quería ganar el favor del joven conde.
El muchacho se reunió con su familia y, volviéndose, enfilaron hacia al bosque.
—¡Debo emprender mi viaje de inmediato! Este retraso ha sido costoso para el país —dijo por encima del hombro con voz irritada.
Silje oyó balbuceos detrás y también se volvió. El verdugo la miraba con ojos cargados de odio. No hizo ningún esfuerzo por ocultar su decepción. Pero Silje lanzó un suspiro de alivio. El comandante le había creído.
Tenía suerte de que los hombres del alguacil no supieran muy bien qué ocurría en la Corte danesa. De otro modo, sin duda sería un misterio por qué el mensajero de confianza del rey era noruego y hablaba el dialecto local de Trondheim.
Aunque el rey Frederik II era un gobernante justo, no estaba demasiado interesado en Noruega. No había visitado el país desde 1548 cuando lo coronaron príncipe… pero nunca había ido después de convertirse en rey. Sus hombres a cargo, los alguaciles, a veces conocidos como lugartenientes, gobernaban la tierra en su ausencia. Así había funcionado todo desde que Noruega quedó bajo el mando de la corona danesa en 1537. El alguacil de aquel momento era Jacob Huitfeldt y si él se enteraba de las acciones de Silje y de las del comandante, estaría hirviendo de furia. ¡Ningún comandante podía darse el lujo de ser tan ignorante!
Silje era aún más ignorante en asuntos del estado. Solo la enorgullecía haber salvado a un mensajero tan importante.
Dado que los daneses habían delegado la mayor parte de la administración de Noruega enlos alguaciles locales, ellos eran quienes recibían el amargo odio del pueblo. Los impuestos eran terribles y las rentas aumentaban todo el tiempo. Pesaban la producción de los campesinos en balanzas trampeadas, por lo cual se veían obligados a vender sus bienes a un precio mucho menor que el del mercado, como si fueran «regalos». El dinero extra ganado por la corrupción iba directo al bolsillo de los alguaciles.
Por supuesto, aquella situación hacía que los ciudadanos se rebelaran, pero solían localizar esas revueltas con antelación de modo que nunca tomaban fuerza. Seis años atrás, en el Condado de Trondheim, los aldeanos tuvieron su propio líder, Rolf Lynge. Su aparición se debió a que el alguacil de aquel entonces, Ludvig Munk, los presionó demasiado. Hasta donde Silje sabía, ahora el condado estaba en calma. Pero Silje no sabía mucho sobre asuntos semejantes.
El corazón de la joven latía de alegría al haber salvado a aquel hombre maravilloso. Lo miró de lado con disimulo y admiración silenciosa.
En cuanto llegaron al límite del bosque, el joven apuesto comenzó a correr entre los árboles. No habían avanzado demasiado cuando una sombra inmensa se aproximó.
—Idiota —siseó el hombre con piel de lobo y le dio una bofetada al conde. El joven continuó corriendo hacia lo profundo del bosque.
—¿Por qué golpea a su hermano? —Silje estaba completamente horrorizada.
—No es mi hermano.
—Pero a mí me dijo…
—¿Qué iba a hacer? —replicó él con frialdad—. ¿Darte toda la explicación? No tenía tiempo para eso.
—No me gusta que me haya mentido —dijo Silje con seriedad mientras tomaba las pieles y envolvía de nuevo sus piernas. Había colocado al bebé en el suelo porque no permitiría que el hombre lobo lo tocara.
Él tenía voz ronca y áspera.
—Tuve que mentirte. Teníamos que salvar a ese hombre porque si no nos hubiera traicionado a todos. Él no soporta el dolor. Le tiene mucho miedo. Además, lo necesitamos.
Silje se preguntó por un instante a quiénes se refería hablando en plural.
—Entonces, usted no es un conde, dado que no son hermanos, ¿cierto?
—Ninguno de los dos es conde —rio el hombre en voz baja en la oscuridad.
—¿Qué? Pero ¡creí cada palabra que dijo! Pensé que había rescatado a uno de los mensajeros del rey.
—También se suponía que debías creer eso. Cielos, Silje, ¡no seas tan inocente! Podría costarte tu virtud y tu honor, por no mencionar la vida.
A Silje no le agradó que él dijera eso. Él poseía un aura de sensualidad y poder que parecía abrumarla.
—No temo perder mi virtud —replicó ella mientras se ponía de pie—. He tenido que luchar varias veces por conservarla y siempre he ganado.
Sus palabras parecieron calmarlo. Silje lo notó en el tono de voz del joven cuando ella quiso devolverle la capa de seda. Él no la aceptó.
—No, la necesitas más que yo. Y las prendas del bebé… ¡cuídalas bien, Silje! Pueden ser útiles. Ahora, vámonos.
«Probablemente lo dice porque puedo vender las prendas si necesito dinero», pensó ella mientras lo seguía. Parecía increíblemente enorme frente a ella en la oscuridad, pero quizás era debido a la capa de piel de lobo que usaba. Silje no entendía cómo él era capaz de moverse tan rápido por la oscuridad del bosque, pero no le sorprendía. Esperaba casi cualquier cosa de aquel hombre. Tal vez él podía ver en la oscuridad… como un animal.
—Por favor, no camines tan rápido —gritó ella—. La niña no puede seguir el ritmo.
Él se detuvo y esperó. Silje notaba que el joven estaba impaciente.
Cuando lo alcanzaron, le dijo a Silje:
—Escuché cómo hablabas con esos patanes sanguinarios y debo admitir que me impresionó mucho lo bien que actuaste como condesa. Ahora suenas más parecido a una campesina. ¿Quién eres y, de hecho, qué eres?
—Soy quien soy… solo Silje. Sería más astuto que me juzgara por mis prendas y no por mi dialecto. Es una larga historia por qué puedo hablar «como la clase alta» cuando lo necesito, y tardaría demasiado en explicárselo —dijo apresuradamente.
Él redujo la velocidad para que pudieran seguirle el ritmo. La niña empezó a sentir cansancio.
Silje comenzó a pensar en el joven apuesto.
—Era tan guapo —dijo ella, cautivada, sin notar con quién hablaba.
El hombre resopló fuerte.
—Bueno, eso piensan las chicas. Arriesgó su vida por una mujer. Olvidó ser cuidadoso.
Silje se sintió incómoda.
—Debe tener muchas novias, ¿cierto?
—Sin duda no es alguien para ti. —Silje se detuvo un momento. Él caminó aún más lento.— Tal vez estaría con alguien como tú por accidente —añadió con frialdad.
—¿Alguien como yo?
—Sí, una mujer fuerte, valiente e inteligente de buen corazón. Quizás eso le daría las agallas que le faltan.
—No soy ni fuerte ni nada de todo lo que dijo.
Él se volvió abruptamente hacia ella en la oscuridad y se detuvo tan cerca que Silje sentía la calidez de su cuerpo. Estaba fascinada con él.
—Te hiciste cargo de una niña que probablemente tenga la plaga y luego de un bebé que pensabas que era un myling. Sin dudarlo, arriesgaste tu vida por un extraño y fingiste ser su esposa como si lo hubieras sido durante años. O posees una fortaleza increíble o eres tan estúpida que no puedes reconocer el peligro. Empiezo a pensar que es la segunda opción.
No caminaron hacia el pueblo, sino que se adentraron más en el bosque.