Nina Harrington

Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento


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de Londres. Pero ¿qué sucede cuando el señor Belmont llega a Paxos? De su crisálida emerge el otro Mark. Esa versión disfruta conduciendo una scooter, en público, bebiendo el vino local y dando cobijo a unos gatos. Eso plantea una pregunta. ¿Qué otros talentos ocultos quedan por revelarse?

      La respuesta de él fue un breve bufido.

      –¿Pintor paisajístico, quizá? No. Demasiado tranquilo… Habrá que seguir investigando.

      –Me parece que he estado respondiendo a demasiadas preguntas. Es tu turno. ¿Qué talento secreto esconde en la manga Lexi Sloane? ¿Cuál es su placer oculto?

      Fue el turno de ella de sonreír.

      –¿Quieres decir aparte de la comida y el vino? Bueno, de hecho, tengo un placer secreto. Escribo cuentos infantiles.

      –¿Cuentos infantiles? ¿Te refieres a historias de amor entre vampiros y escuelas para magos?

      Ella hizo una mueca.

      –Los míos van dirigidos a un público mucho más joven. Piensa en animales que hablan y en hadas –se detuvo, hurgó en su bolso, extrajo su bloc de notas y buscó una página en particular–. Trabajé en esto durante la noche, cuando no podía dormir.

      Mark dio un paso hacia ella y escudriñó el cuaderno que Lexi le entregó.

      Para deleite de ella, abrió mucho los ojos con sorpresa y una amplia sonrisa le prestó calidez a su cara, como si hubiera encendido un fuego en su interior que desterrara la oscuridad de la mañana con el fulgor que irradiaba.

      –Son Nieve Uno y Nieve Dos –comentó riéndose antes de pasar la página–. ¡Son maravillosos! No mencionaste que también te encargabas de las ilustraciones. ¿Cuándo encontraste el tiempo para dibujarlos?

      –A hurtadillas les saqué unas fotos ayer antes de cenar. Luego convertí esas fotos en la historia.

      Al recuperar el bloc, sus dedos se tocaron una fracción de segundo. Y a juzgar por la reacción de él, el contacto le resultó tan poderoso como a ella. De inmediato se puso a hablar con el fin de ocultarlo.

      –Pues estoy impresionado. ¿Planeas publicar las historias o las reservarás solo para que las disfruten tus hijos?

      Un impacto directo. Justo en la diana.

      «¿Mis propios hijos? Oh, Mark, si supieras lo mucho que anhelo tener hijos propios…». Contuvo la emoción creada por esa pregunta súbita e inesperada y se concentró en el plano literario.

      –Espero publicar algún día –respondió casi con un nudo en la garganta.

      –Excelente. En ese caso, aguardo ansioso poder leerle tus historias a mis sobrinos.

      Y sin decir nada, se giró y reanudó la marcha por el sendero.

      Lexi tuvo dos cosas claras. Adoraba a sus sobrinos. Y algún día sería un padre maravilloso de los niños afortunados que evidentemente quería en su vida.

      Su corazón lloró ante el pensamiento de que probablemente ella jamás conocería ese júbilo.

      En el momento de formarse ese pensamiento en su cabeza, Mark se giró y la miró. Ella guardó el bloc en el bolso, luego miró alrededor y enarcó las cejas.

      –Así como sé apreciar este hermoso lugar y disfruto de la campiña, algo me dice que al final de este sendero sinuoso no habrá ningún restaurante. ¿Tengo razón?

      –Quizá.

      –¿Perdón?

      –Es una larga historia –Mark señaló el camino con la mano y reemprendió la marcha despacio–. Antes hablaste de recoger impresiones de una persona por el lugar donde le gusta vivir y por lo que lee. Y se me ocurrió que tal vez te resultara más fácil entender quién era Crystal Leighton cuando no representaba el papel de actriz famosa si te mostraba su lugar predilecto de la isla. Hace mucho tiempo que no vengo aquí, pero esto es muy especial. Si tenemos suerte, no habrá cambiado mucho.

      –¿De qué clase de lugar hablas? –preguntó ella sorprendida de que Crystal hubiera elegido un sitio diferente a su villa–. ¿Y qué lo hace tan especial?

      –Ven a verlo por ti misma –indicó Mark en voz baja.

      Lo siguió a través de una arboleda de pinos, apartaron unos arbustos fragantes próximos a una pared de piedra y entraron en un jardín privado.

      Y lo que vio fue asombroso. Tanto que tuvo que apoyarse en Mark, quien a su vez le rodeó la cintura con un brazo para mantenerla a salvo.

      Se hallaban a unos dos metros del borde de un risco, más allá del cual había una caída prolongada hasta la superficie del mar.

      La única protección de ese borde de vértigo era un muro de piedra que llegaba a la altura de la cintura, levantado en una amplia curva delante de una bancada baja también de piedra.

      Lo único que se veía en cada dirección era una franja continua de mar y el cielo azul encima. Se sintió como una exploradora ante el inicio de un nuevo mundo, contemplando un océano que nunca antes nadie había visto, sin otra cosa que aire entre ella y el agua y el cielo. Y lo único que tenía que hacer para que fuera suyo era alargar la mano.

      A derecha e izquierda había altos riscos y blancos de roca sólida, moteados por esporádicos pinos pequeños como los que tenía al lado. Y al pie de los riscos el mar rompía sobre unas piedras variadas y enormes.

      –Hay cuevas muy grandes debajo del risco, allí –indicó Mark–. Tanto como para que las embarcaciones turísticas puedan entrar. Pero aquí es seguro. Debajo de nuestros pies hay decenas de metros de roca sólida –la acercó al muro de piedra para que pudieran ver los matorrales y las plantas en flor que se aferraban a la cara del risco.

      –Esto es lo más cerca que he estado de la proa de un barco –musitó Lexi–. Oh, Mark… es tan hermoso… Ahora entiendo por qué tu madre eligió este lugar.

      –Deberías venir al atardecer y contemplar el crepúsculo. Hace que todo el cielo se vuelva de un rojo ardiente. Es una vista única, y lo mejor de todo es que es privada. No hay cámaras, ni gente, solo tú y el cielo y el mar. Por eso le gustaba tanto venir aquí y pasar horas y horas con una cesta de picnic y un libro. Lejos de la prensa y del negocio cinematográfico, junto con todo lo que conlleva.

      Él aún le sostenía la mano y Lexi no pudo evitar derretirse. El fuego de su voz y de su corazón eran demasiado ardientes como para resistirse a él.

      Razón por la que cometió la tontería de apretarle la mano.

      Al instante, él bajó la vista a sus dedos entrelazados y ella vio la percepción en su cara de que había revelado demasiado de sí mismo antes de recobrarse y soltarla.

      –Las Navidades pasadas trató de convencerme de que me tomara tiempo libre para celebrar la Pascua con ella en la isla. Solos los dos. Pero le dije que no, que tenía demasiado trabajo –miró hacia las islas que había en la distancia–. Es irónico, ¿verdad? Ahora tengo tiempo.

      –Estoy segura de que sabía que querías volver. Cuando escribas sobre los últimos meses de su vida, añade eso. Será un toque hermoso al final de su historia –al instante sintió que las defensas de él volvían a levantarse.

      –No estoy preparado para escribir cómo terminó su vida. No sé si alguna vez podré.

      –Pero tienes que hacerlo, Mark –sin prestarle atención a la proximidad del risco, se situó delante de él para que pudiera mirarla–. Eres el único que puede contar la verdad sobre lo que sucedió aquel día. Porque si no lo haces, otro se lo inventará. Que no te quepa la menor duda. Tu madre cuenta contigo. ¿No quieres que salga toda la verdad?

      –¿La verdad? Oh, Lexi.

      Ella apoyó las yemas de los dedos sobre la pechera de su camisa y clavó los ojos en los suyos.

      –Aquel día yo solo estuve unos pocos segundos,