Nina Harrington

Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento


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huevos y la tostada suenan perfectos si te puedo convencer de volver a la sartén. Yo me ocuparé del café. Es una de mis debilidades. Soy muy detallista acerca del café que bebo, de dónde procede y cómo se prepara.

      –Por supuesto, señor Belmont –repuso Lexi sin vestigio alguno de sarcasmo.

      –Ya que trabajaremos juntos, llámame Mark y trátame de tú.

      –Oh –se giró hacia él–. Si es una orden, señor Belmont –sonrió y se relajó un poco–. Será un placer llamarte Mark. Pero solo si tú me llamas Lexi. No Alexis, ni Ali o Lex. Lexi –luego se centró en la mantequilla que echó en la sartén y en batir unos huevos.

      El sonido de una canción de rock salió de su teléfono móvil y Lexi de inmediato se secó las manos en un paño de cocina antes de apretar unas teclas.

      –¿Algo interesante? –preguntó Mark de forma casual mientras sacaba el café.

      –Siempre recibo mensajes interesantes –giró un poco y observó la pantalla–. Pero en este caso eran dos mensajes nuevos de mi exnovio, ya borrados. Sin leer, por supuesto. Lo que me resulta muy satisfactorio.

      –Comprendo. Pensé que podrías ser una rompecorazones.

      –No se puede negar. Pero en esta situación en particular, resulta que él me engañaba con una chica que obtuvo una gran satisfacción en alejarlo de mí.

      Mark enarcó las cejas y sus manos se detuvieron ante la cafetera.

      –¿Te engañó? –repitió con incredulidad antes de volver a centrarse en el café–. ¿Siempre compartes detalles de tu fascinante pero trágica vida amorosa con gente que acabas de conocer? –inquirió.

      Lexi iba a encogerse de hombros, pero comprendió que por primera vez él intentaba mantener una conversación. La comida del día anterior había sido tan incómoda que había sentido como si caminara sobre ascuas cada vez que había tratado de romper el silencio.

      No se quejaba. Pero no estaba acostumbrada a tener conversaciones inteligentes y libres de resaca con sus clientes a esas horas de la mañana. Quizá Mark Belmont le reservara algunas sorpresas.

      –Oh, sí –contestó mientras vertía los huevos en la mantequilla caliente–. Pero, si lo analizamos, mi trabajo es ayudarte a ti a compartir detalles de tu fascinante pero trágica vida amorosa con extrañas a las que nunca vas a conocer. De este modo, ambos formamos parte del mismo negocio. Creo que funciona.

      –Ah –Mark asintió mientras llevaba el café a la mesa–. Bien dicho. Debería contarte que esa perspectiva no me entusiasma mucho.

      –Lo entiendo. No todo el mundo es extrovertido por naturaleza –el pan apareció por la ranura de la tostadora–. Pero para eso me has contratado.

      –Prefiero mantener mi vida privada así: privada. Que nos ciñamos a los hechos.

      –¿Hablas por experiencias pasadas? –preguntó ella con calma mientras servía una ración de huevos revueltos sobre la tostada.

      –Quizá –Mark bebió un poco de zumo.

      –Comprendo –Lexi puso el plato en la mesa–. Bueno, puedo decirte una cosa, Mark, si quieres que esta biografía funcione, vas a tener que confiar en mí y exponer esa vida privada para que el mundo la vea –la respuesta de él fue apretar los labios con fuerza, lo que resultó revelador–. Disfruta del desayuno. Luego necesitaré averiguar hasta dónde has llegado en el manuscrito. Y quizá podrías enseñarme el estudio de tu madre. Sería un buen punto de partida.

      Capítulo 5

      CRYSTAL Leighton no había tenido un estudio. De hecho, había creado una biblioteca personal.

      –Esto es… –Lexi silbó y movió los brazos para abarcar la estancia con absoluto gozo–. Esto es… maravilloso.

      –¿Te gusta?

      –¿Gustarme? –parpadeó varias veces–. Es el cielo. Podría quedarme aquí todo el día y toda la noche y no salir en busca de aire fresco. Me encantan los libros. Siempre me han gustado. De hecho, no recuerdo un momento en que no tuviera un libro a mano –se puso a ojear el contenido de las librerías–. Poesía, clásicos, filosofía, historia, lengua. ¿Éxitos de ventas? –lo miró y él se encogió de hombros.

      –Tengo una hermana.

      –Ah, entiendo. Todos necesitamos literatura de vacaciones que nos relaje. Mira esta colección de guiones y libros sobre el teatro. Mi madre sentiría tanta envidia… ¿He mencionado que trabaja como directora de vestuario? Le encanta leer sobre el teatro.

      –Yo pasé muchas tardes lluviosas en esta habitación.

      –Te envidio eso. Y es justo lo que necesito –se giró para mirarlo–. ¿Has oído alguna vez eso de que puedes descubrir mucho sobre alguien por los libros que tiene en casa? Es verdad. Se puede. Historia del teatro y diseño. Fotografía de moda. Biografías de los grandes de Hollywood. ¿No lo ves? Esa combinación grita el mismo mensaje. Crystal Leighton era una actriz profesional inteligente que entendía la importancia de la imagen y el diseño. Y es el mensaje en el que deberíamos centrarnos. La excelencia profesional. ¿Qué piensas?

      –¿Pensar? Aún no he tenido tiempo de hacerlo –repuso él, respirando hondo e irguiéndose–. Puede que mi editor haya arreglado tu contrato, pero sigo debatiéndome con la idea de compartir papeles y registros familiares privados con alguien a quien no conozco. Esto es muy personal para mí.

      –Entiendo que seas una persona celosa de tu intimidad. Y puedo comprender que sigas inseguro acerca de los motivos de mi presencia aquí. Está bien, Mark. No soy una espía de los documentos. Nunca lo he sido ni planeo serlo en el futuro próximo. Vamos a ver… Te preocupa compartir tus secretos familiares con una desconocida. Cambiemos eso. ¿Qué quieres saber sobre mí? Pregúntame lo que quieras. Lo que sea. Y te contestaré la verdad.

      –¿Cualquier cosa? De acuerdo. Empecemos por lo obvio. ¿Por qué biografías? ¿Por qué no escribir narrativa o libros empresariales?

      Lexi se humedeció los labios sin apartar la vista de los libros que tenía ante ella. Para darle una explicación correcta tendría que revelar mucho sobre sí misma y su historia. Podría ser duro, pero había hecho un pacto. Ni mentiras ni engaños.

      –Justo después de mi décimo cumpleaños me diagnosticaron una enfermedad grave que me hizo pasar varios meses en el hospital.

      –Lo siento –susurró él pasados unos segundos de total silencio. Se apoyó en el marco de la puerta y la observó–. Eso debió de ser duro para tus padres.

      –Mucho –confirmó ella –. Mis padres ya estaban pasando un momento difícil y sabía que él experimentaba un odio patológico por los hospitales. Irónico, ¿eh? –le sonrió fugazmente–. Además, por aquel entonces trabajaba en los Estados Unidos. El problema fue que no volvió a casa en varios meses, y cuando regresó, lo hizo acompañado por su nueva novia.

      –Oh –Mark enarcó las cejas y tensó los hombros.

      –Sí. Pasé el primer año recuperándome en la casa de mi abuela a las afueras de Londres, con una madre muy desdichada y una abuela que estaba incluso peor. No fue el más feliz de los tiempos, pero tuve un consuelo que me ayudó a seguir adelante. Mi abuela era una narradora maravillosa y se cercioró de que tuviera libros de variados estilos. Me encantaban las historias infantiles, por supuesto, pero los libros que buscaba en la biblioteca pública contaban cómo otras personas habían sobrevivido a los más horrendos y tempranos años de su vida y a pesar de ello no perdían la sonrisa.

      –Biografías. Te gustaba leer la historia de la vida de otras personas.

      –No me cansaba. Eran mis favoritas. No tardé en comprender que las autobiografías eran complicadas. ¿Cómo puedes ser objetivo sobre tu propia vida y lo que has logrado en los escenarios? Por otro lado, la biografía