Sarah Morgan

Tres flores de invierno


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perra, que esperaba a su lado, estaba tensa por la anticipación y la excitación nerviosa.

      —¡Busca!

      Posy dio la orden y el animal saltó al campo de escombros, corriendo adelante y atrás con el hocico metido en la nieve.

      Otros miembros del equipo de rescate habían formado una línea de rastreo y registraban despacio y metódicamente.

      —Es una campeona —murmuró Posy.

      Para alcanzar a Bonnie, subió por las enormes rocas de nieve. La perra era una mancha dorada en un mar de blanco en el que buscaba un olor humano.

      Rory, el entrenador del equipo, se acercó a ella con una radio en la mano.

      —Phil se ha caído unas cuantas veces. Su olor estará por toda la nieve. Eso la confundirá.

      —Eso no la confundirá. Está entrenada en el olor del aire y en rastrear —repuso Posy sin apartar la vista de Bonnie—. ¿Lo ves? Muestra interés en aquel punto. Es un as.

      —Phil habrá dejado olor humano en la superficie.

      En aquel momento, Bonnie empezó a ladrar y volvió corriendo por la nieve hasta Posy.

      —¡Enséñamelo! —dijo esta. La siguió hasta el lugar que le había llamado la atención.

      Rory las siguió más despacio, maldiciendo cuando tropezaba.

      —He apostado diez libras con Luke a que la perra no lo encontraría.

      —Y por esa falta de fe, vas a tener que pagar —Posy alcanzó a Bonnie, que tiraba de un jersey—. Eres una maravilla. Buena chica, buena chica.

      Por suerte, aquello era un ejercicio de entrenamiento, lo que no impidió que alabara mucho a la perra y le diera su juguete favorito como recompensa. Después sonrió al hombre que yacía medio enterrado en la nieve.

      —Hola, tú. ¿Cómo te encuentras hoy?

      Él le devolvió la sonrisa, aunque ella sabía que debía de estar congelado e incómodo. La nieve se pegaba a su anorak, su mandíbula y sus pestañas.

      —No lo sé bien. Puede que necesite reanimación boca a boca.

      —No tendrás esa suerte —Posy acarició la piel suave de Bonnie. Trabajar con el perro la estimulaba y admiraba profundamente la destreza del animal. Podía hacer mucho más que un humano—. Eres la mejor perra de búsqueda y rescate que ha paseado jamás por este mundo.

      La «víctima» carraspeó.

      —Disculpa. Yo sigo en este agujero. ¿No vais a sacarme? ¿Así es como tratáis a las víctimas de una avalancha?

      —No seas quejica. Puedes salir tú solo.

      —¿Quejica? —él se enderezó e hizo una mueca cuando se coló nieve por el cuello de su anorak—. ¡Menuda cita, Posy McBride! Cuando dijiste que querías mi cuerpo, no fue esto lo que me imaginé.

      —¿No?

      —No —él se quitó una masa de nieve del cuello—. Dijiste: «Quiero tu cuerpo el sábado». Y a mí me pareció bien. Me gustan las mujeres que saben lo que quieren. Pensé para mí en una cena y después una película. O una velada acogedora en el Glensay Inn, seguida de un paseo romántico. Preparando la escena antes de desnudarnos juntos —salió del hoyo y ella se echó a reír.

      —Pareces el abominable hombre de las nieves.

      —Tu preocupación me calienta el corazón, lo cual no está mal, porque puede que tenga hipotermia.

      Ella sonrió.

      —¿Tú crees?

      —Es lo que suele ocurrir cuando una persona pasa un par de horas enterrada en la nieve esperando que la encuentre un perro —él se sacudió las capas de nieve de la manga—. Tengo nieve en lugares en los que no sabía que podía llegar la nieve. ¿Hay alguna posibilidad de conseguir un trago que me haga entrar en calor?

      —No sé por qué, pero esa frase no suena igual dicha con acento de Nueva York.

      —Usaré cualquier acento que quieras siempre que me sirvas un whisky.

      —El alcohol y la hipotermia no son una buena combinación —contestó Posy.

      Le gustaba charlar con él. Probablemente más de lo que sería aconsejable.

      La llegada de Luke a Glensay había calmado el desasosiego que parecía invadirla siempre últimamente. Era como si él hubiera llevado consigo parte del mundo exterior, calmando un poco la sed de aventura de ella.

      Bonnie corría alegremente en círculos, moviendo la cola.

      —Tienes suerte de que sea una superestrella o habrías estado mucho más tiempo ahí —comentó Posy.

      —¿Tengo que estar agradecido por estar frío y mojado?

      —Si esto fuera una avalancha de verdad, estarías de rodillas delante de ella jurándole amor y libertad eternos.

      Luke pateó para sacudirse la nieve de las botas.

      —Si esto fuera una avalancha de verdad, yo habría llevado un transmisor, una pala y una sonda.

      —Eso suponiendo que estuvieras escalando o esquiando con gente que supiera qué hacer con un transmisor, una pala y una sonda.

      —¿La gente se ofrece voluntaria para esto más de una vez?

      Sí. Tenemos un equipo de voluntarios que se ofrecen a hacer el trabajo sucio en nuestros ejercicios de entrenamiento.

      —¿Y siguen con vida?

      —La mayoría sí. No siempre hacemos entrenamiento de avalanchas. A veces solo tienes que estar tumbado en un charco en la hierba en la ladera de la montaña.

      —Calla o no podré superar la terrible decepción de saber que me he perdido esa experiencia —comentó él.

      Tenía el cuerpo fuerte y atlético de un escalador y el aire todoterreno de un hombre que pasaba la vida expuesto a los elementos.

      La fuerza de la atracción por él había sido una sorpresa para Posy.

      Recelaba de las relaciones. En una comunidad pequeña, como la que ella vivía, uno no podía alejarse cuando terminaba una aventura. Era muy probable que siguiera viendo a esa persona todos los días. Le había ocurrido ya, y no tenía ninguna prisa por repetir la experiencia.

      —¿Todo bien por allí? —les gritó Rory.

      Posy volvió la cabeza.

      —Creo que la víctima tiene hipotermia.

      —¿Víctima? —Luke enarcó una ceja—. Nada de «víctima», por favor. Yo no me veo así —se agachó a acariciar a Bonnie—. Tú eres mi chica favorita. Si hubiera estado de verdad enterrado en esa avalancha y me hubieras rescatado, habría tenido que casarme contigo.

      —Señor y señora Golden Retriever. Os vaticino muchos años de felicidad —comentó Posy.

      Antes de que pudiera esquivarlo, Luke le metió un puñado de nieve por el cuello del anorak.

      El hielo le cosquilleó la piel y ella lanzó un gritito.

      —Eso es de críos.

      —Pero muy placentero. Y ahora tú también tienes frío, lo cual nivela un poco el campo de juego. Deberíamos calentarnos mutuamente. Una ducha caliente. Un fuego de troncos. Una botella de vino tinto…

      Sería muy fácil hacerlo porque, técnicamente, vivían bajo el mismo techo.

      En el terreno de Glensay Lodge había un granero, que contenía un pajar. Los padres de Posy habían tenido la buena idea de convertirlo en dos propiedades. Posy vivía en el loft, el antiguo pajar, que tenía techos inclinados y vistas de las estrellas. El granero se alquilaba. Estaba a setecientos