Sarah Morgan

Tres flores de invierno


Скачать книгу

renunció a intentar sacarle información.

      —Ruby y Melly te echan de menos —dijo—. Eres la única familia mía que vive cerca. Les encanta que vengas a casa —decidió probar su teoría—. Pásate el fin de semana.

      —¿Quieres decir por tu apartamento?

      Beth estaba segura de no haber imaginado el tono de pánico en la voz de su hermana.

      —Sí —dijo—. Vente a almorzar. O a cenar. Quédate todo el día y una noche.

      Hubo una pausa corta.

      —Tengo que trabajar todo el fin de semana. Será mejor que tú y yo cenemos juntas un día fuera.

      Un restaurante. En la ciudad. Una velada sin niños.

      Beth alzó a Ruby con un brazo. Se sentía protectora de pronto.

      Aquellas eran sus hijas. Su vida. Eran lo más importante que había en su mundo. ¿A su hermana no deberían importarle aunque solo fuera por eso?

      La ironía era que, como Hannah las veía tan poco, las niñas la veían como a una figura llena de glamour.

      La última vez que había estado en su apartamento, Ruby había intentado subirse a sus rodillas para abrazarla y Hannah se había quedado petrificada. Beth medio esperaba que le gritara a la niña que se apartara. Al final, había sido ella la que había retirado a la sorprendida Ruby y la había distraído, pero el incidente la había dejado herida y molesta. Había permanecido en un estado de tensión hasta la marcha de su hermana.

      Jason le había recordado que Hannah era así y no cambiaría nunca.

      —De acuerdo. Cenaremos algún día. Trabajas demasiado —dijo Beth.

      —Empiezas a hablar como Suzanne.

      —Quieres decir mamá —Beth soltó los dedo de Ruby de su pendiente—. ¿Por qué nunca la llamas «mamá»?

      —Prefiero «Suzanne» —respondió Hannah con voz más fría—. Siento anular la cita, pero tendremos tiempo de sobra de charlar en Navidad.

      —¿Navidad? —Beth se quedó tan sorprendida, que casi soltó a Ruby—. ¿Vas a ir a casa por Navidad?

      —Si por «casa» te refieres a Escocia, sí —Hannah volvió a hablar con la azafata—: Tomaré el salmón ahumado y la ternera.

      En otro momento, Beth se habría preguntado por qué se molestaba en pedir salmón y ternera si las dos sabían que tomaría dos bocados y dejaría el resto, pero ese día estaba demasiado sorprendida por la revelación de que su hermana iría a casa en Navidad.

      —El año pasado no fuiste.

      —Tenía muchas cosas pendientes —Hannah hizo una pausa—. Y ya sabes cómo es la Navidad en nuestra casa. Solo estamos todos juntos esos días y la casa es una olla a presión llena de expectativas. Suzanne se preocupa por pequeñeces y necesita que todo esté perfecto y, si no ocurre así, Posy siempre me echa la culpa a mí.

      Era tan poco habitual que dijera lo que pensaba, que eso pilló desprevenida a Beth. Antes de que se le ocurriera una respuesta apropiada, su hermana ya había cambiado de tema.

      —¿A las niñas les apetece algo en particular por Navidad? —preguntó.

      «Las niñas. Las chicas». Hannah siempre las juntaba y, al hacerlo, de algún modo las deshumanizaba.

      Beth sabía que su hermana delegaría la compra de regalos en su ayudante. Elegiría algo caro, con lo que las niñas olvidarían jugar después de una semana y ella, su madre, se quedaría con la sensación de que su hermana intentaba compensar con eso lo que no les daba por otro lado.

      Pensó en el camión de bomberos que le golpeaba la pierna al andar y se dijo que ella no era quién para criticar a nadie por comprar regalos caros.

      —No les compres nada que chille ni que emita sirenas en plena noche. Y gasta la misma cantidad en las dos.

      Llevaba un cálculo mental y se vigilaba continuamente para no mostrar preferencias, para no regañar a una más que a la otra ni demostrar más interés por una que por la otra.

      Sus hijas nunca tendrían la sensación de que sus padres tenían una favorita.

      —Soy la última persona a la que necesitas decirle eso —comentó Hannah.

      Por un breve momento, Beth y ella conectaron. Un único hilo invisible del pasado las unía.

      Beth quería agarrar ese hilo y tirar de su hermana hacia sí, pero el estrépito de los cláxones y el ruido general de la calle hacían que aquel fuera un lugar poco apropiado para una conversación personal profunda. Y estaban también los oídos de las niñas, que no se perdían nada.

      —Hannah, quizá podríamos…

      —¿Qué les gusta ahora? —preguntó Hannah., cortando la conexión y retirándose al lugar seguro en el que nadie podía alcanzarla.

      Beth sintió la pérdida como un pinchazo.

      —Melly quiere ser bailarina de ballet o princesa y Ruby quiere ser bombera.

      —¿Princesa?

      Beth captó la crítica en el tono de su hermana.

      —Le compro juguetes neutrales y le digo que puede ser ingeniera y trabajar en la NASA, pero de momento prefiere vivir en un castillo con un príncipe, a ser posible, vestida como el Hada de Azúcar.

      «Espera a tener hijos y entonces sabrás de lo que hablo», pensó. Pero no lo dijo.

      Por mucho que su madre anhelara que Hannah se enamorara y se asentara, cualquiera que fuera un poco realista podía ver que eso no iba a pasar.

      Capítulo 3

      Hannah

      Embarazada.

      Hannah cerró los ojos e intentó controlar el pánico.

      Todavía había una posibilidad de que no estuviera embarazada. Llevaba cinco días de retraso, pero eso se podía deber a otras causas. Estrés, por ejemplo. Definitivamente, estaba estresada.

      Guardó el teléfono en el bolso, sintiéndose culpable por Beth.

      No había olvidado la cena. La había anulado porque sabía que no podría soportar una velada en el caos centrado en las niñas que era el apartamento de su hermana.

      ¿Era una locura ir ese año a casa por Navidad? El año anterior se había rajado en el último momento alegando que tenía que trabajar. Había desconectado el teléfono y pasado el tiempo en su apartamento, adormeciendo sus sentimientos con varias botellas de vino bueno y un maratón de lectura. Cuando había cerrado el último libro, se habían acabado las fiestas.

      Ese año, eso no era una opción.

      Temía la unión forzada de la Navidad y la presión que eso conllevaba.

      Su familia creía que era una mujer centrada en su vida profesional, sin tiempo para relaciones.

      Iba a ser una conversación interesante si resultaba estar embarazada.

      Debería hacerse un test. Averiguar si lo estaba o no. Pero entonces lo sabría y, por el momento, prefería aferrarse a la vaga esperanza de que su vida, perfectamente organizada, no se fuera a complicar de pronto.

      —¿Va todo bien, Hannah?

      Ella abrió los ojos. Adam estaba de pie en el pasillo de primera clase, colocando su bolsa.

      —Sí, todo bien —Hannah había guardado ya su pequeña maleta y tenía el portátil al lado del asiento. Vivía con la sensación de que las cosas estaban a punto de torcerse mucho y hacía lo que podía para impedirlo planeando y controlando hasta el último detalle de su vida.

      —¿Estás segura? Esa conversación