le pedí a Gustavo:
—Por favor, tenlas, por si algo me pasa.
Gustavo estaba desesperado. Ha sido mi mejor amigo desde que éramos niños. Me estaba ayudando a encontrar una forma de salir de aquella relación tóxica, abusiva y peligrosa. Él sabía que si yo hubiera estado en Venezuela, otro, mucho peor, podría haber sido el desenlace.
No fue sino hasta el otoño siguiente, en el año 2012, cuando me di cuenta de que Alejandro estaba colocando drogas en mis bebidas y de que los medicamentos que me daba para el asma o la gripe eran para problemas mentales y no para mi enfermedad. Me tenía atrapada en un carrusel de emociones y medicamentos.
Con la separación, y una vez que fui recuperando la claridad de mi mente, al no estar bajo su tutela ni ingiriendo sus medicamentos, comencé a entender muchas cosas.
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