contaminación del pecado, excítalo de ferviente amor por las cosas espirituales. Atesora una provisión de textos de la Escritura y verdades espirituales. Busca gracia para vivir la confesión de David en el salmo 119:11: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”.
3. Acércate a la tarea de la meditación con la mayor seriedad. Conciénciate de su peso, excelencia y potencial. Si tienes éxito, serás admitido en la misma presencia de Dios, y sentirás, una vez más, el comienzo del júbilo eterno aquí en la tierra.378 Como escribió Ussher: “Éste debe ser el pensamiento de mi corazón: ‘Tengo que ver con un Dios, ante quien todas las cosas están desnudas y descubiertas y, por tanto, debo tener cuidado de no hablar neciamente ante el sabio Dios, y que mis pensamientos no vayan errantes’. Un hombre puede hablar con el mayor príncipe sobre la tierra y su mente estar ocupada con otra cosa. No vayas a hablar así con Dios. Su ojo está sobre el corazón y, por tanto, tu principal cuidado debe ser mantener firme el timón de tu corazón. Considera que las tres personas de la trinidad están presentes”.379
4. Encuentra un lugar para la meditación que sea tranquilo y libre de interrupción. Aspira a “la privacidad, el silencio, el descanso, en que la primera excluye la compañía, el segundo el ruido, el tercero el movimiento”, escribió Joseph Hall.380 Una vez has encontrado un lugar conveniente, aférrate a ese lugar. Algunos puritanos recomendaron tener la habitación oscura o cerrar los ojos para evitar toda distracción visible. Otros recomendaron caminar o sentarse en medio de la naturaleza. En esto, cada cual debe encontrar su propia manera.
5. Mantén una postura corporal que sea reverente, ya sea sentado, de pie, caminando o postrado ante el Todopoderoso. Mientras meditamos, el cuerpo debería ser el siervo del alma, siguiendo sus afectos. El objetivo es centrar el alma, la mente y el cuerpo en “la gloria de Dios en la faz de Cristo” (2 Co. 4:6).381
Pautas
Los puritanos también ofrecieron unas pautas para el proceso de meditación. Dijeron que se comenzara pidiendo la asistencia del Espíritu Santo. Ruega el poder para disponer tu mente y centrar los ojos de la fe en esta tarea. Como escribió Calamy: “Quisiera que rogaseis a Dios que ilumine vuestros entendimientos, que avive vuestra devoción, que enardezca vuestros afectos y, así, que os bendiga en aquella hora para que, por la meditación en las cosas santas, seáis hechos más santos, mortifiquéis más vuestras concupiscencias y aumentéis más vuestras gracias, seáis más mortificados al mundo y su vanidad, y elevados al cielo y las cosas del cielo”.382
A continuación, lee las Escrituras y, después, selecciona un versículo o doctrina en que meditar. Asegúrate de elegir temas en que sea relativamente fácil meditar al principio –aconsejaron los puritanos–. Por ejemplo, comienza con los atributos de Dios mejor que con la doctrina de la Trinidad. Considera los temas de uno en uno.
Además, selecciona temas que sean más aplicables a tu circunstancia presente y que sean más beneficiosos para tu alma. Por ejemplo, si eres espiritualmente descastado, medita en el deseo de Cristo de recibir a pobres pecadores y perdonar a todos los que vienen a Él. Si tu conciencia te perturba, medita en las promesas de Dios de dar gracia a los penitentes. Si estás en apuros financieros, medita en la maravillosa providencia de Dios para con los que están en necesidad.383
Ahora, memoriza el/los versículo/s seleccionado/s, o algún aspecto del tema, para estimular la meditación, fortalecer la fe y servir como medio de guía divina.
A continuación, fija tus pensamientos en la Escritura o en algún tema de la Escritura, sin pretender ir más allá de lo que Dios ha revelado. Emplea la memoria para centrarte en lo que la Escritura tiene que decir sobre la cuestión. Considera sermones pasados y otros libros edificantes.
Emplea “el libro de la conciencia, el libro de la Escritura y el libro de la criatura”384 cuando consideres diversos aspectos de tu tema: sus nombres, causas, cualidades, frutos y efectos. Al igual que María, reflexiona sobre estas cosas en tu corazón. Piensa en tu mente en ilustraciones, similitudes y opuestos para iluminar tu entendimiento e inflamar tus afectos. Entonces, que el juicio considere el valor de aquello en que estás meditando.
Edmund Calamy
Éste es un ejemplo de Calamy. Si deseas meditar en el tema del pecado, “comienza con la descripción del pecado; procede con la distribución del pecado; considera el origen y causa del pecado, los frutos y efectos malditos del pecado, las cualidades y propiedades del pecado en general y del pecado personal en particular, lo opuesto al pecado –la gracia–, las metáforas del pecado, los títulos dados al pecado, [y] todo lo que la Escritura dice respecto al pecado”.385
Dos advertencias han de ser hechas. En primer lugar, como escribió Manton: “No frenes el espíritu libre con las reglas del método. Dios nos llama a la religión, no a la lógica. Cuando los cristianos coartan su libertad con reglas y prescripciones, se estrechan a sí mismos, y los pensamientos salen de ellos como agua de un pantano, y no como agua de una fuente”.386En segundo lugar, si tu mente divaga, frénala, ofrece una breve oración rogando perdón, pide fuerzas para mantener la concentración, vuelve a leer algunas Escrituras apropiadas y persiste. Recuerda que la lectura de la Escritura, la meditación y la oración van unidas. Cuando una disciplina decaiga, vuélvete a otra. Persevera; no te rindas a Satanás abandonando tu tarea.
A continuación, promueve los afectos, como el amor, el deseo, la esperanza, el valor, la gratitud, el celo y el gozo,387para glorificar a Dios.388Mantén soliloquios con tu alma. Incluye quejas contra ti mismo por tus incapacidades e imperfecciones, y extiende ante Dios tus anhelos espirituales. Cree en que Él te ayudará.
Paul Baynes, discutiendo sobre las meditaciones como “medios privados” de gracia, las comparó, en primer lugar, con el poder de la vista para afectar al corazón y, después, con el proceso de concepción y nacimiento: “Ahora, mirad cómo, al igual que tras la concepción hay un proceso de desarrollo interno y un nacimiento a su debido tiempo, cuando el alma ha concebido mediante el pensamiento, al principio los afectos son movidos y excitados, pues los afectos se encienden con un pensamiento, como lo hace la yesca cuando una chispa la prende. Siendo los afectos conmovidos, la voluntad es despertada y dispuesta”.389
Entonces, siguiendo al despertar de tu memoria, juicio y afectos, aplícate las meditaciones para despertar tu alma al deber y al consuelo, y para frenarla contra el pecado.390Como escribió William Fenner: “Sumérgete en tu alma; anticipa y prevén tu corazón. Frecuenta tu corazón con promesas, amenazas, misericordias, juicios y mandamientos. Haz que la meditación inspeccione tu corazón. Presenta tu corazón ante Dios”.391
Examínate para crecer en gracia. Reflexiona sobre el pasado y pregunta: “¿Qué he hecho?” Mira hacia el futuro, preguntando: “¿Qué estoy decidido a hacer, por la gracia de Dios?”392No hagas estas preguntas de manera legalista, sino por un santo fervor y la oportunidad de crecer en la gracia operada por el Espíritu. Recuerda: “La obra legal es nuestra obra; la obra de la meditación es una obra dulce”.393
Sigue el consejo de Calamy: “Si deseas obtener bien de la práctica de la meditación, debes descender a la aplicación concreta; debes meditar en Cristo de manera que lo apliques a tu alma, y meditar en el cielo de manera que lo apliques a tu alma”.394 Vive tu meditación (Jos.1:8). Haz que la meditación y la práctica, como dos hermanas, caminen de la mano. La meditación sin la práctica sólo aumentará tu condenación”.395
A continuación, convierte tus aplicaciones en resoluciones. “Sean tus resoluciones firmes y fuertes, no [meros] deseos, sino propósitos o determinaciones resueltos” –escribió White–.396 Haz que tus resoluciones sean compromisos para luchar contra tus tentaciones a pecar. Anota tus resoluciones. Sobre todo, resuelve que pasarás tu vida “como la de aquél que ha meditado en las cosas santas y celestiales”. Encomiéndate tú, tu familia y todo lo que posees a las manos de Dios con “dulce resignación”.
Concluye