Joel Beeke

La espiritualidad puritana y reformada


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todos los problemas y tensiones concebibles en la vida moral, no se deja libertad alguna a los creyentes en ninguna área de sus vidas para tomar decisiones personales y existenciales basadas en los principios de la Escritura. En tal contexto, la ley hecha por el hombre asfixia el evangelio divino, y la santificación legalista suplanta a la justificación de gracia. Al cristiano, entonces, se le hace volver a una servidumbre semejante a la del monasticismo medieval católico romano.

      La ley nos proporciona una ética comprensiva, pero no una aplicación exhaustiva. La Escritura nos provee de principios amplios y paradigmas ilustrativos, no de minuciosos detalles que puedan ser mecánicamente aplicados a toda circunstancia. Cada día, el cristiano debe considerar las amplias pinceladas de la ley para sus decisiones particulares, pesando con cuidado todas las cosas conforme a la “ley y el testimonio” (Is. 8:20), mientras procura y ruega en todo tiempo por un creciente sentido de la prudencia cristiana.

      El legalismo y la agradecida obediencia a la ley operan en dos esferas radicalmente diferentes. Difieren tanto el uno de la otra como la esclavitud obligada y a disgusto del servicio alegre. Tristemente, muchos en nuestro día confunden “ley” o “legal” con “legalismo” o ser “legalista”. Rara vez nos damos cuenta de que Cristo no rechazó la ley cuando rechazó el legalismo. El legalismo es realmente un tirano y un antagonista, pero la ley debe ser nuestra útil y necesaria amiga. El legalismo es un intento fútil de obtener mérito para con Dios. El legalismo es el error de los fariseos: cultiva la conformidad exterior a la letra de la ley sin tener en cuenta la actitud interior del corazón.

      El tercer uso de la ley sigue un rumbo intermedio entre el antinomianismo y el legalismo. Ni el antinomianismo ni el legalismo son fieles a la ley ni al evangelio. Como John Fletcher ha percibido notablemente: “Los fariseos no son más legales de verdad que los antinominianos evangélicos de verdad”.481El antinomianismo enfatiza la libertad cristiana de la condenación de la ley a expensas de la búsqueda del creyente de la santidad. Acentúa la justificación a expensas de la santificación. No advierte que la abrogación del poder de condenación de la ley no abroga el poder de mandato de la ley. El legalismo enfatiza tanto la búsqueda del creyente de la santidad que la obediencia a la ley se convierte en algo más que el fruto de la fe. La obediencia se convierte, de este modo, en un elemento constituyente de la justificación. El poder de mandato de la ley para la santificación casi asfixia el poder de condenación de la ley para la justificación. En el análisis final, el legalismo niega en la práctica, si no en la teoría, un concepto reformado de la justificación. Acentúa la santificación a expensas de la justificación. El concepto reformado del tercer uso de la ley ayuda al creyente a salvaguardar, tanto en la doctrina como en la práctica, un sano equilibrio entre la justificación y la santificación.482La justificación necesariamente conduce y encuentra su apropiado fruto en la santificación.483La salvación es por la sola fe de gracia y, sin embargo, no puede sino producir obras de agradecida obediencia.

      Promueve el amor espontáneo

      En tercer lugar, el tercer uso de la ley promueve el amor. “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). La ley de Dios es un don y evidencia de su tierno amor para sus hijos (Sal. 147:19-20). No es un capataz cruel ni duro para los que están en Cristo. Dios no es más cruel al dar su ley a los suyos que un granjero que construye vallas para prevenir que su ganado y sus caballos se extravíen por las carreteras y autopistas. Esto fue bien ilustrado no hace mucho en Alberta, donde un caballo perteneciente a un granjero rompió su valla, se encaminó a la autopista y fue atropellado por un automóvil. No sólo el caballo, sino también el conductor de 17 años, fallecieron en el acto. El granjero y su familia lloraron toda la noche. Las vallas rotas hacen un daño irreparable. Los mandamientos rotos producen consecuencias indecibles. Pero la ley de Dios, obedecida de un amor operado por el Espíritu, promueve alegría y regocijo de corazón. Agradezcamos a Dios su ley, que nos valla para el dichoso disfrute de los verdes pastos de su Palabra.

      En la Escritura, la ley y el amor no son enemigos, sino los mejores amigos. De hecho, la esencia de la ley es el amor: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primer y gran mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt. 22:37-40; cf. Ro. 13:8-10). Al igual que un súbdito amante obedece a su rey, un hijo amante obedece a su padre, y una esposa amante se somete a su marido, un creyente amante anhela obedecer la ley de Dios. Entonces, como hemos visto, la dedicación de todo el sabbat a Dios se convierte no en una carga, sino en un deleite.

      Promueve la auténtica libertad cristiana

      Finalmente, el tercer uso de la ley promueve la libertad –la genuina libertad cristiana–. El amplio abuso hoy en día de la idea de la libertad cristiana, que tan sólo es libertad que se toma como ocasión para servir a la carne, no debería oscurecer el hecho de que la verdadera libertad cristiana es definida y protegida por las líneas trazadas para el creyente en la ley de Dios. Cuando la ley de Dios limita nuestra libertad, es sólo para nuestro mayor bien; y cuando la ley de Dios no impone tales límites, en materia de fe y adoración, el cristiano disfruta la perfecta libertad de conciencia de todas las doctrinas y mandamientos de hombres. En materia de vida diaria, la verdadera libertad cristiana consiste en la obediencia voluntaria, agradecida y alegre que el creyente rinde a Dios y a Cristo. Como escribió Calvino sobre las conciencias de los verdaderos cristianos, “obedecen a la ley, no como forzadas por la necesidad de la misma; sino que, libres del yugo de la Ley, espontáneamente y de buena gana obedecen y se sujetan a la voluntad de Dios”.484

      La Palabra de Dios nos ata como creyentes, pero somos sólo suyos. Sólo Él es Señor de nuestras conciencias. Somos verdaderamente libres al guardar los mandamientos de Dios, pues la libertad surge del servicio agradecido, no de la autonomía o la anarquía. Fuimos creados para amar y servir a Dios sobre todas las cosas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos –todo de acuerdo con la voluntad y Palabra de Dios–. Tan sólo cuando nos volvemos a dar cuenta de este propósito encontramos verdadera libertad cristiana. La verdadera libertad, escribe Calvino, es “una libre servidumbre y una servicial libertad”. La verdadera libertad es libertad obediente. Tan sólo “aquéllos que sirven a Dios son libres… Obtenemos libertad para que podamos obedecer a Dios con mayor prontitud y presteza”.485

      Yo soy, oh Señor, tu siervo, atado pero libre,

      El hijo de tu sierva, cuyos grilletes Tú has roto;

      Redimido por gracia, te presentaré como muestra

      De gratitud mi constante alabanza a ti.486

      Éste es, entonces, el único modo de vivir y morir: “Somos del Señor –concluye Calvino–, luego vivamos y muramos para Él. Somos de Dios, luego que su sabiduría y voluntad reinen en cuanto emprendamos. Somos de Dios; a Él, pues, dirijamos todos los momentos de nuestra vida, como a único y legítimo fin”.487

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