Joel Beeke

La espiritualidad puritana y reformada


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del hombre es Señor del día de reposo”.

      El conflicto de Cristo con los fariseos debe ser visto, por tanto, como una campaña no para abrogar, sino más bien para reclamar y restaurar la institución bíblica del día de reposo. En consecuencia, Cristo acogió el día de reposo y lo reclamó como suyo. Además, declaró que Él personalmente cumpliría la promesa del sabbat en las vidas de sus discípulos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11:28-29). Incluso aquí Cristo hace sonar una nota de oposición a los fariseos y a su “yugo” de prescripciones y prohibiciones tradicionales respecto al día de reposo. Pedro se refirió a este yugo declarando que era uno que “ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar” (Hechos 15:10). Cristo ofrece un yugo muy diferente y dice: “Mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mt. 11:30). Tomar el yugo de Cristo es hacerse su discípulo, al igual que tomar el de los fariseos era hacerse el suyo. A quienes abrazan a Cristo con verdadera fe, Él promete descanso en cumplimiento de la redención, en agudo contraste con la negación del mismo a los israelitas incrédulos y desobedientes (Sal. 95:10-11).

      Este descanso consiste en poner fin al trabajo infructífero de buscar ser justificado por las obras de la ley. Cristo también levanta de nuestras espaldas la carga de todos nuestros pecados. Pero esto no es todo, pues está la promesa de que ha de venir más cuando nos hayamos librado de “este cuerpo de muerte” (Ro. 7:24): “Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos porque sus obras con ellos siguen” (Ap. 14:13). Con esto en mente, el apóstol recuerda a los creyentes “la promesa de entrar en su reposo” y añade esta exhortación, que envuelve un profundo juego de palabras: “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo” (Heb. 4:1, 11).

      El cristiano y el sabbat

      ¿Cómo deberían los seguidores de Cristo santificar el día de reposo en nuestros días? Muchos escritores han ofrecido respuestas a esta pregunta.477Para el propósito presente, sin embargo, preferimos señalar tres ricas fuentes que sirvan como guía: el propio cuarto mandamiento, el profeta Isaías y las enseñanzas y ejemplo de Jesucristo nuestro Señor.

      El cuarto mandamiento en sus dos formas canónicas (Ex. 20:8-11 y Dt. 5:12-15) proporciona mucha instrucción. En primer lugar, debemos dejar a un lado nuestras tareas y ocupaciones diarias. Debemos hacerlo individualmente, como familias, como congregaciones y como comunidades. En segundo lugar, debemos dirigir nuestras mentes y corazones a los grandes temas de la Sagrada Escritura: las maravillosas obras de Dios como Creador, Redentor y Santificador. En tercer lugar, debemos involucrarnos en aquellas actividades que obtienen, aumentan y expresan conocimiento de la santidad de Dios y nuestra propia santidad en Cristo. “Acuérdate del día de reposo para santificarlo”.

      El profeta Isaías vivió en una época muy similar a la nuestra, un tiempo de prosperidad y abundancia general. Tiene una palabra clara que decir sobre los peligros de tal abundancia, en la forma de la “cultura del ocio” que la prosperidad hace posible:

      Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado (Is. 58:13-14).

      Aquí el profeta extiende la prohibición de involucrarnos en labores, incluyendo la búsqueda de nuestras propias recreaciones personales y actividades de ocio. Incluso las palabras que hablamos han de ser reguladas por el mandamiento. A cambio, el profeta promete una maravillosa clase de libertad espiritual y disfrute de Dios: “Entonces te deleitarás en Jehová”.

      Finalmente, debemos considerar las enseñanzas y ejemplo del Señor Jesucristo. Él selló el día con un indeleble carácter cristiano cuando dijo: “El Hijo del hombre es Señor del día de reposo”. De aquí en adelante, sólo era correcto hablar del sabbat cristiano. Reclamó el día como una institución ideada para el bien y bendición de la humanidad cuando recordó a los fariseos que “el día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Mr. 2:27). Nos enseñó, de este modo, a no entorpecer el día con normas que van en contra de las necesidades humanas básicas. Además, insistió en que “es lícito hacer el bien” (Mt. 12:12 y Lc. 6:9) en el día de reposo. Aquí ordena obras de misericordia y compasión hechas en su nombre y por amor a Él.

      Del ejemplo de Cristo, aprendemos a asistir con diligencia a la Iglesia de Dios, reuniéndonos el día de reposo para oír la Palabra de Dios (Lucas 4:16). Es, asimismo, un día en que los ministros de la Palabra han de dedicarse a enseñar y predicar (Lucas 4:31). Es un día para hacer bien a los demás miembros de la familia de la fe (Lucas 4:38,39), y ofrecer y recibir la gracia de la hospitalidad cristiana (Lucas 14:1) como parte de la comunión de los santos apropiada para el día (véase también Lucas 24:29, 42). Finalmente, los días de reposo han de ser los grandes días para la manifestación y disfrute de la gracia de Dios revelada en el evangelio –gracia que abre nuestros ojos ciegos, reprende en nosotros la fiebre del pecado, nos libera de nuestra penosa servidumbre, triunfa sobre el diablo y sus huestes, restaura lo que el pecado ha estropeado, y sana toda enfermedad de nuestros corazones y mentes–. Puede decirse con justicia que todo lo que Cristo hizo en el sabbat estaba destinado a esta única cosa: revelar y proclamar la gracia de Dios a los pecadores.

      Concluimos, por tanto, que omitir o descuidar la santificación del día de reposo cristiano es desobedecer a Dios, romper la fe con el Señor Jesús y privarnos de gran bendición. Asimismo, guardar el sabbat como debiera guardarse, conforme a la enseñanza y ejemplo de nuestro Señor, es buena parte del vivir para la gloria de Dios, y es nada menos que “empezar en esta vida el sabbat eterno” (Catecismo de Heidelberg, Pregunta 103).

      Conclusiones

      Carácter bíblico del tercer uso de la ley

      Pueden sacarse ahora varias conclusiones importantes acerca del tercer uso de la ley del cristiano.478En primer lugar, el tercer uso de la ley es bíblico. Las escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento abundan en exposiciones de la ley dirigidas principalmenteacreyentesparaasistirlosenlapermanentebúsquedadelasantificación. Los Salmos afirman reiteradamente que el creyente se deleita en la ley de Dios tanto en el hombre interior como en su vida exterior.479Una de las mayores preocupaciones del salmista es descubrir la voluntad buena y perfecta de Dios y, entonces, correr por el camino de sus mandamientos. El Sermón del Monte y las porciones éticas de las epístolas de Pablo son grandiosos ejemplos del Nuevo Testamento de la ley usada como regla de vida. Las direcciones contenidas en estas porciones de la Escritura están destinadas, principalmente, a aquéllos ya redimidos, y su objetivo es llevarlos a reflejar una teología de gracia con una ética de gratitud. En esta ética de gratitud, el creyente vive y sigue las pisadas de su Salvador, quien fue Él mismo el Siervo del Señor y el Cumplidor de la ley, obedeciendo cada día todos los mandamientos de su Padre durante su estancia en la tierra.

      Contrario al antinomianismo y al legalismo

      En segundo lugar, el tercer uso de la ley combate tanto el antinomianismo como el legalismo. El antinomianismo (anti = contra; nomos = ley) enseña que los cristianos ya no tienen ninguna obligación hacia la ley moral, porque Jesús la ha cumplido y los ha liberado de ella al salvarlos por la sola gracia. Pablo, por supuesto, rechazó enérgicamente esta herejía en Romanos 3:8, como hizo Lutero en sus batallas contra Johann Agrícola, y como hicieron los puritanos de Nueva Inglaterra en oposición a Anne Hutchinson. Los antinominianos malinterpretan la naturaleza de la justificación por la fe, la cual, aunque concedida al margen de las obras de la ley, no excluye la necesidad de santificación. Uno de los elementos constitutivos más importantes de la santificación es la cultivación diaria de una agradecida obediencia a la ley. Como Samuel Bolton declara gráficamente: “La ley nos envía al evangelio para que seamos justificados, y el evangelio nos envía a