Joel Beeke

La espiritualidad puritana y reformada


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historia del tercer uso de la ley comienza con Felipe Melanchthon, el colaborador y mano derecha de Lutero. Ya en 1521, Melanchthon había plantado la semilla cuando afirmó que “los creyentes hacen uso del decálogo” para asistirlos en la mortificación de la carne.446En un sentido formal, aumentó el número de funciones o usos de la ley de dos a tres, por primera vez, en una tercera edición de su obra sobre Colosenses publicada en 1534447 –dos años antes de que Calvino produjera la primera edición de su Institución–. Melanchthon argumentó que la ley coerce (primer uso), aterroriza (segundo uso) y requiere obediencia (tercer uso). “La tercera razón para retener el decálogo” –escribe– “es que se requiere obediencia”.448

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      Felipe Melanchthon

      En1534,Melanchthonestabausandolanaturalezaforensedelajustificacióncomobase para establecer la necesidad de las buenas obras en la vida del creyente.449Argumentó que, aunque la primera y principal justicia del creyente es su justificación en Cristo, hay también una segunda justicia –la justicia de una buena conciencia, que, no obstante su imperfección, aún es agradable a Dios, ya que el propio creyente está en Cristo.450La conciencia del creyente, hecha buena por declaración divina, debe continuar usando la ley para agradar a Dios, pues la ley revela la esencia de la voluntad de Dios y proporciona el marco de la obediencia cristiana. Afirmó que esta “buena conciencia” es una “gran y necesaria santa consolación”.451Como Timothy Wengert afirma, sin duda fue animado a enfatizar la conexión entre una buena conciencia y las buenas obras por su deseo de defender a Lutero y otros protestantes de la acusación de que negaban las buenas obras, sin robar, al mismo tiempo, a la conciencia la consolación del evangelio. Melanchthon, así pues, ideó un modo de hablar de la necesidad de obras para el creyente excluyendo su necesidad para la justificación.452Wengert concluye que, argumentando desde la necesidad de saber cómo somos perdonados hasta la necesidad de obedecer a la ley y de saber cómo agrada a Dios esta obediencia, Melanchthon logró colocar la ley y la obediencia en el centro de su teología.453

      • Martín Lutero (1483-1546)

      A diferencia de Melanchthon, que procedió a codificar el tercer uso de la ley en las ediciones de 1535 y 1555 de su obra cumbre sobre doctrina cristiana,454Lutero jamás vio la necesidad de comprender formalmente un tercer uso de la ley. Los eruditos luteranos, sin embargo, han debatido extensamente si Lutero enseñaba, de hecho, aunque no de nombre, un tercer uso de la ley.455Baste decir que Lutero abogaba que, aunque el cristiano no está “bajo la ley”, esto no debería entenderse como si estuviese “sin la ley”. Para Lutero, el creyente tiene una actitud diferente hacia la ley. La ley no es una obligación, sino un deleite. El creyente es alegremente movido hacia la ley de Dios por el poder del Espíritu. Se conforma a la ley libremente, no por causa de las demandas de la ley, sino por causa de su amor a Dios y su justicia.456Puesto que, en su experiencia, el pesado yugo de la ley es reemplazado por el ligero yugo de Cristo, hacer lo que la ley ordena se convierte en una acción alegre y espontánea. La ley conduce a los pecadores a Cristo, por medio del cual “se convierten en hacedores de la ley”.457 Además, puesto que sigue siendo pecador, el cristiano necesita la ley para dirigir y regular su vida. Así pues, Lutero puede afirmar que la ley que sirve como “palo” (es decir, como vara –segundo uso–) que Dios usa para golpearlo y llevarlo a Cristo, es simultáneamente un “palo” (es decir, un bastón –que Calvino llamaría el tercer uso–) que le asiste para andar la vida cristiana. Este énfasis en la ley como “bastón” es corroborado implícitamente por su exposición de los diez mandamientos en diversos contextos –cada uno de los cuales indica que creía firmemente que la vida cristiana ha de ser regulada por estos mandamientos–.458

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      Martín Lutero

      El interés de Lutero no era negar la santificación ni la ley como norma orientadora para la vida del creyente. Antes bien, deseaba enfatizar que las buenas obras y la obediencia a la ley no pueden, de ninguna manera, hacernos aceptables para con Dios. De ahí que escriba en La libertad cristiana: “Nuestra fe en Cristo no nos libra de las obras, sino de las falsas opiniones con respecto a las obras, es decir, de la necia presunción de que la justificación es adquirida por las obras”. Y en Table Talk: “Quien tiene a Cristo ha cumplido la ley a la perfección, pero quitar la ley totalmente, la cual está impresa en la naturaleza, y escrita en nuestros corazones y llevada en nosotros, es una cosa imposible y en contra de Dios”.459

      • Juan Calvino (1509-1564)

      Lo que Melanchthon comenzó a desarrollar en la dirección de una justicia agradable a Dios en Cristo, y Lutero dejó un tanto inacabado como acción alegre y “bastón”, Calvino lo elaboró como una doctrina completamente terminada, enseñando que el uso principal de la ley para el creyente es su uso como regla de vida. Aunque Calvino tomó la terminología de Melanchthon, “tercer uso de la ley” (tertius usus legis), y probablemente cosechó material adicional de Martín Bucero,460proporcionó a la doctrina nuevos matices y contenidos, y fue único entre los tempranos reformadores en acentuar que esta tercera función de la ley como norma y guía para el creyente es su uso “propio y principal”.461

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      Juan Calvino

      La enseñanza de Calvino sobre el tercer uso de la ley es cristalina. “¿Cuál es la regla de vida que [Dios] nos ha dado?”, pregunta en el Catecismo de Ginebra, y responde: “Su ley”. Más tarde, en el mismo Catecismo escribe:

      [La ley] muestra el blanco al que debiéramos apuntar, la meta hacia la que debiéramos correr, para que cada uno de nosotros, conforme a la medida de gracia que le es concedida, se esfuerce por ordenar su vida conforme a la más elevada rectitud y, mediante el constante estudio, siempre esté avanzando más y más.462

      Calvino escribió de manera definitiva sobre el tercer uso de la ley ya en 1536, en la primera edición de su Institución de la Religión Cristiana:

      Los creyentes…se benefician de la ley porque por ella aprenden más ampliamente cada día cuál es la voluntad del Señor… Es como si un siervo, ya dispuesto con pleno fervor de corazón a encomendarse a su amo, hubiera de examinar y supervisar los caminos de su amo para conformarse y acomodarse a ellos. Además, por mucho que sean estimulados por el Espíritu y deseosos de obedecer a Dios, aún son débiles en la carne, y prefieren servir al pecado antes que a Dios. La ley es a la carne como un látigo a un asno perezoso y repropio, aguijoneándolo, incentivándolo, despertándolo para el trabajo.463

      En la última edición de la Institución, completada en 1559, Calvino mantiene lo que escribió en 1536, pero acentúa incluso más clara y positivamente que los creyentes se benefician de la ley de dos maneras: en primer lugar, “es para ellos un excelente instrumento con el cual cada día pueden aprender a conocer mucho mejor cuál es la voluntad de Dios, que tanto anhelan conocer, y con el que poder ser confirmados en el conocimiento de la misma”; en segundo lugar, “por la frecuente meditación de la misma se sentirá movido a obedecer a Dios, y así fortalecido, se apartará del pecado. Pues conviene que los santos se estimulen a sí mismos de esta manera”. Concluye Calvino: “Porque, ¿qué habría menos amable que la Ley, si solamente nos exigiera el cumplimiento del deber con amenazas, llenando nuestras almas de temor? Sobre todo demuestra David, que en la Ley ha conocido él al Mediador, sin el cual no hay placer ni alegría posibles”.464

      Esta visión, enormemente positiva, de la ley como norma y guía que alienta al creyente a apegarse a Dios y obedecerlo cada vez con más fervor es en la que Calvino se distancia de Lutero. Para Lutero, la ley en general denota algo negativo y hostil –algo normalmente catalogado en estrecha proximidad al pecado, la muerte o el diablo. El interés dominante de Lutero está en el segundo uso de la ley, aún cuando considera la función de la ley como santificadora del creyente. Para