Natalie Anderson

¿El hombre apropiado? - Sorprendida con el jefe


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sabes perfectamente que soy humano –dijo él en un ronroneo.

      –¿Estás coqueteando conmigo? –susurró ella, atónita. Su novia estaba embarazada y se iba a casar en cinco días. Aurelie no necesitaba tarjetas personalizadas, sino un nuevo prometido.

      –¡Liam!

      Aurelie entró en la sala como una exhalación.

      –Hola –Liam la abrazó, y alargando los brazos para mirarla a la cara, añadió–: ¡Tienes un aspecto maravilloso!

      –Estoy enorme, pero no me importa –dijo Aurelie, riendo–. ¡Qué contenta estoy de que hayas venido!

      Victoria sintió un nudo en el estómago. No había motivos para sentir celos. Ella estaba felizmente divorciada. Lo último que quería era no repetir errores pasados, y Liam Wilson entraba en esa categoría. Si Aurelie quería caer en la trampa, era su problema, aunque merecía que alguien la pusiera sobre aviso. Sin embargo, no sería ella quien lo hiciera. Victoria recogió las tarjetas y dijo:

      –No te preocupes, no ha visto nada.

      Aurelie y Liam se volvieron hacia ella.

      –Lo he guardado todo a tiempo –añadió Victoria, preguntándose porqué la miraban como si fuera un alien.

      Liam la miró contrariado antes de esbozar una de sus seductoras sonrisas.

      –He dejado al novio abajo –dijo, indicando la puerta con la cabeza–. Pero has hecho bien, porque subirá en cualquier momento.

      Aurelie, en cambio, no reaccionó.

      –Me alegro tanto de que hayas venido… No estaba segura de que lo hicieras –dijo sin retirar la mano que apoyaba en su torso.

      –No me lo habría perdido por nada del mundo.

      –Eres un mentiroso –dijo ella riendo–. Pero gracias de todos modos.

      –Haría cualquier cosa por ti –dijo él, guiñándole un ojo y acariciándole la barbilla con el dorso de la mano–. Será mejor que bajes o vendrá y descubrirá todas tus sorpresas.

      Victoria observó a Aurelie salir, sumida en un abochornado estado de confusión.

      –¿Creías que era el prometido de Aurelie? –preguntó Liam, aproximándose al escritorio con una amplia sonrisa que no contenía la menor calidez–. ¿Creías que iba a casarme con ella y que coqueteaba contigo?

      Victoria intentó esquivar su mirada, pero Liam ocupaba todo su campo de visión. Solo le quedaba actuar con frialdad.

      –¿Te extraña? –preguntó, enarcando las cejas.

      –No pienso molestarme en discutir –dijo él, entornando los ojos–. Igual que hace cinco años, Victoria, estoy aquí como invitado.

      La confirmación de que no era el prometido de Aurelie le hizo sentir un alivio a Victoria que prefirió ignorar. Le ardían las mejillas. En su imaginación, Liam siempre era el novio.

      –Tu nombre no estaba en la lista de invitados –dijo a la defensiva.

      –No pensaba que pudiera venir –explicó él–. Por eso estoy entre los confirmados a última hora –añadió, indicando la hoja que Aurelie había dejado sobre el escritorio.

      Liam no había ido a la boda de Victoria, y esta nunca supo si, después de lo sucedido, había sido invitado. Jamás había visto a Oliver tan enfadado. Ella y el resto de la familia habían subido a la segunda planta para cambiarse antes de la comida mientras los dos hombres salían al jardín. Victoria los había espiado por la ventana.

      Liam había recibido el puñetazo sin hacer ademán de defenderse, aunque insistió en que no había pasado nada entre Victoria y él, y se disculpó por una interrupción que había sido totalmente espontánea.

      Entonces había alzado la vista y su mirada se había encontrado con la de ella.

      Victoria bajó la mirada a la lista de Aurelie y, efectivamente, encontró a Liam en la tercera posición.

      –Ah, he creído que…. –dijo, forzando una sonrisa animada.

      –Ya sé lo que has pensado. Nunca has tenido muy buena opinión de mí, ¿verdad?

      Eso no era verdad, pero Victoria no pensaba revelar lo que pensaba de él. Observó la lista. Los otros invitados compartían apellidos, de lo cual concluyó que Liam no llevaba pareja. Automáticamente, le miró los dedos en busca de una alianza, que no encontró, aunque sabía por propia experiencia que una alianza tampoco era obstáculo para algunas mujeres, o para maridos insatisfechos con su matrimonio.

      Aun así, sintió que la sangre le fluía por las venas con una aceleración de adolescente a punto de ir a su primera fiesta.

      Claro que, si los dos eran libres, ¿por qué no podían explorar la química que había entre ellos? La respuesta fue inmediata: porque ella cargaba con demasiado peso sobre sus hombros; y él, por mucho que proyectara una imagen relajada y sin preocupaciones, parecía protegerse con un chaleco a prueba de balas.

      –Lo siento –dijo Victoria. Por lo que acababa de pasar, por lo de hacía cinco años. Por lo que nunca pasó ni podría pasar. Ella había avanzado y no volvería a ser un felpudo. Tenía planes y en ellos no encajaba nadie, y menos, un hombre.

      Él le dedicó una de aquellas sonrisas que despertaban en ella un anhelante deseo, y antes de que se pudiera mover, le asió la muñeca.

      –No estoy prometido a nadie, así que puedo coquetear con quien quiera –dijo.

      –Conmigo, no –dijo ella con voz ronca.

      –¿Por qué no? Ni estás casada ni prometida.

      Así que sabía que se había divorciado.

      –No estoy aquí para tontear –dijo Victoria con firmeza–, sino para trabajar –añadió, tanto para él como para sí misma.

      Liam la observó detenidamente, como si estuviera decidiendo si era sincera. Le soltó la muñeca.

      –Entonces, deja que te vea en acción –dijo, poniéndole la pluma en la mano.

      –No puedo trabajar si me miras –dijo ella, que en aquel momento se sentía tan torpe como una niña de dos años.

      –Siempre has tenido problemas con que te mire.

      Victoria se tensó y rezó para que Liam no notara que temblaba.

      –No me refiero a ti, sino a cualquiera –mintió.

      –¿Por si te equivocas?

      –No. No me da miedo cometer errores. He cometido muchos.

      –Entonces puedes trabajar delante de mí. Escribe mi nombre –cuando Victoria negó con la cabeza, Liam añadió–. Sigues siendo una cobarde.

      –Confundes la sensatez con cobardía –replicó ella.

      –¿Te gusta esto de verdad?

      –Quiero que Aurelie tenga lo que desea.

      –¿Así que no odias las bodas y todo lo relacionado con ellas?

      –Claro que no –dijo Victoria. Liam podía ser escéptico, pero ella no lo era–. ¿Crees que porque mi matrimonio no funcionó tengo que estar amargada?

      –No. Solo me extraña que te dediques a ello.

      –Me gustan las bodas ajenas –dijo Victoria, guardando la pluma en su estuche–. Pero se ve que tú sigues estando en contra.

      Liam se encogió de hombros.

      –Y sin embargo, aquí me tienes, dispuesto a disfrutar de la boda de Aurelie.

      –Eso es una mejora respecto a la última vez que te vi. Entonces no parecía que quisieras que nadie se casara.

      –¿Y