Milton Acosta

El mensaje del profeta Oseas


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hasta que por fin dio con “su” ladrón. Cuando estaba en medio del tira y afloje de la negociación con el ratero —si dos mil o cuatro mil dólares de rescate—, la madre del delincuente tomó el teléfono y empezó a insultar al dueño del auto. Le dijo: “No sea desconsiderado, ¿cómo se le ocurre pedir rebaja? Páguele a mi hijo lo que le está pidiendo. ¿No ve que hasta arriesgó su vida por robarse el auto?; pague rápido si no quiere perderlo”.

      Si no fuera porque me lo contaron unos amigos, quienes no son dados a las mentiras, esta historia hasta sería un chiste relativamente bueno. Lo que sí muestra, como muchos ya lo han dicho, es que la realidad de la maldad que vemos a diario con frecuencia supera la ficción de las películas y series de televisión.

      La corrupción está presente en todos los ámbitos de la sociedad. Es difícil encontrar transacciones humanas que no estén salpicadas o permeadas por la corrupción. Desde la política y la justicia hasta los deportes y el mundo empresarial, todos los días nos enteramos de un caso nuevo y más escandaloso de fraude, de abuso del poder, de enriquecimiento ilícito. Tan prevalente es este flagelo humano que ahora existe el Día Internacional contra la Corrupción, de modo que el problema no es encontrar casos y estudios, sino mecanismos eficaces de minimizar la corrupción. Las denuncias y las capturas abundan. Pero ¿es posible lograr que una persona o una cultura corrupta se vuelvan honestas como resultado de una campaña, una ley o un programa de gobierno?

      Es más fácil reconocer la corrupción que definirla. Sin embargo, proponemos una definición sencilla para los propósitos de este libro. Corrupción es la utilización indebida que un individuo hace del poder que le da un cargo o una posición social para obtener beneficios personales o para terceros. Es decir, la corrupción se vale de las estructuras sociales, empresariales y gubernamentales legalmente establecidas. En esto precisamente radica la dificultad para detectarla, comprobarla y castigarla. A un ladrón lo capturan en las afueras del supermercado con la lata de sardinas sin pagar; habrá un video para probar el hecho y ya está. Pero, por ejemplo, demoran años para llegar a una sentencia en los delitos de los gobernantes en las grandes obras de infraestructura de un país, ya que en la comisión del fraude se mezcla la legalidad con la ilegalidad en el desempeño de unas funciones.

      A tal sofisticación han llegado las redes de corrupción que ya no deberíamos hablar de políticos, gobernantes, funcionarios o empresarios corruptos, sino de delincuencia organizada que funciona “legalmente” dentro de las instituciones y las empresas. En esa sociedad vivimos y trabajamos los cristianos; a algunos les parece que no hay nada que hacer; otros piensan que pueden cambiar el mundo; antes con la evangelización, hoy con la política.

      Qué se ha hecho hasta el momento

      La corrupción ha sido objeto de innumerables estudios y discursos en las últimas dos décadas. No hay día en que no aparezca un nuevo caso de corrupción en los noticiarios de televisión y los diarios. La novedad ya no es la corrupción en sí, sino la magnitud de los dineros robados y la cantidad de gente involucrada.

      No existen muchos estudios bíblicos y teológicos sobre la corrupción. Normalmente en teología se habla de la corrupción moral y del corazón, es decir, del “pecado”. Sin embargo, en las teologías latinoamericanas el tema de la corrupción social sí figura. Un ejemplo de esto es la Teología sistemática: desde una perspectiva latinoamericana, de Raúl Zaldívar, donde la corrupción es considerada un pecado social (Zaldívar, 2008: 311–19). Esto es importante notarlo, porque no siempre encuentra uno un capítulo sobre el pecado social en una teología sistemática. Destacamos a continuación las voces de algunos cristianos evangélicos latinoamericanos contra la corrupción.

      La revista Iglesia y Misión, editada por el doctor C. René Padilla, dedicó varios de sus artículos al tema de la corrupción. Algunos tratan la corrupción en escenarios específicos de la sociedad, como el mundo empresarial, por ejemplo (junio, 1990).

      En 1996 Padilla advertía lo siguiente:

      Cualquier persona medianamente informada acerca de los problemas que aquejan a los países latinoamericanos sabe bien que uno de los peores de todos ellos es la corrupción: con demasiada frecuencia los que detentan el poder que se deriva de la autoridad lo usan para beneficiarse económicamente.

      En ese mismo editorial de la revista Iglesia y Misión n.° 58, Padilla señala algunos asuntos fundamentales y permanentes sobre la corrupción: 1) empieza desde los presidentes; 2) tiene una larga y arraigada historia en nuestro continente; 3) ha incidido significativamente en nuestro subdesarrollo; 4) es un problema de todos los países del mundo; y 5) es un problema que no se soluciona con la conversión de la gente, sino que se puede enfrentar con el sacerdocio de todos los creyentes, pues “lo que se requiere es educar a los ciudadanos para el ejercicio de la democracia, mejorar la calidad del Estado y propiciar un sistema de controles independientes”.

      También en el mismo número de la revista Iglesia y Misión aparece un artículo del doctor Arnoldo Wiens titulado “Los evangélicos latinoamericanos ante el desafío de la corrupción”. Este autor señala que la gravedad de la corrupción es tal que no solamente amenaza la seguridad y el progreso, sino “la existencia misma del continente”.

      Continúa Wiens:

      La corrupción […] no es sólo un problema económico, social o político, sino que ha llegado a penetrar en la misma expresión cultural de los países latinoamericanos e incluso se enquistó en las esferas eclesiásticas. La corrupción es un problema moral y espiritual de efectos muy perniciosos para la sociedad toda.

      Para Wiens, lo que no se ha investigado muy bien de la corrupción son sus causas morales, lo cual hace que los cristianos tengan un papel importante que cumplir en la sociedad. A primera vista pareciera que la iglesia podría jugar un papel importante en la lucha contra la corrupción. Sin embargo, el problema de esta propuesta radica en que, como el mismo Wiens señala, la corrupción, al igual que el resto de la sociedad, ha penetrado también las esferas eclesiásticas. Otros estudios afirman lo mismo.

      Reflexionando en el tema político y electoral, Wiens sostiene que, cuando los pobres votan por políticos corruptos, los están autorizando para que les roben y los mantengan en la pobreza, para que los mantengan con mala educación y malos servicios de salud. Quien vota por un político corrupto se hace una especie de autogol económico y social que éste celebrará por el resto de su vida.

      En su libro Victoria sobre la corrupción, el doctor Jorge Atiencia expone el mensaje de la segunda carta de Pedro alrededor del tema de la corrupción. Como el título lo indica, Atiencia sostiene que es posible para el cristiano “mantener esa fe preciosa en un ambiente permeado de corrupción”, la cual el autor define como un “monstruo que nos devora” (Atiencia, 1998: 9, 19).

      El argumento de Atiencia es que la victoria contra la corrupción no consiste solamente en abstenerse de participar en ciertas actividades dudosas o claramente corruptas, sino en involucrarse en actividades que directa o indirectamente combaten la corrupción de manera eficaz. En algunos casos, se trata de dar y servir como expresión del amor cristiano: “Este amor sostiene al débil, ocupa al desocupado, incorpora al marginado, sana al herido, reduce al violento, disciplina al abusador. Este amor es el principio del fin de la corrupción” (Atiencia, 1998: 24).

      Si bien Atiencia invita a sus lectores a analizar las raíces de la corrupción y atacarla “en forma contundente”, como lo hizo el apóstol Pedro, la consigna de su libro es que la corrupción no solamente hay que denunciarla (con palabras y con la vida), sino reemplazarla (Atiencia, 1998: 57, 53). Por ello, a lo largo del libro el autor relata historias reales de individuos que han buscado formas creativas y revolucionarias de reemplazar la corrupción, de llenar el vacío que deja lo que los corruptos les han robado a los más necesitados y a la nación. El autor se asegura de señalar que en algunos casos esta lista es reemplazada por el activismo religioso, lo cual en realidad poco contribuye para el cultivo del carácter de Jesucristo en el creyente.

      Se podría decir, entonces, que los cristianos en América Latina no tenemos excusa para el desconocimiento del tema, pues mucho se ha escrito sobre la corrupción desde una perspectiva bíblica y teológica.

      La