Milton Acosta

El mensaje del profeta Oseas


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recurso de la comunicación cuando al pueblo de Israel se le ha dicho de todo de muchas maneras y se ha resistido a escuchar.

      Podríamos añadir que la presentación del mensaje de Oseas al inicio se equilibra con la imagen del padre que busca la reconciliación con su amado hijo hacia el final del libro (capítulo 11). Pero, siendo honestos, debemos reconocer que en el mismo capítulo la ternura desaparece porque el hijo ha decidido no obedecer a su padre (Connolly, 1998: 63–64).

      En síntesis, una solución posible a estos problemas podría estar en una mejor comprensión de la metáfora y su uso. Si bien es cierto que los dos elementos comparados en una metáfora deben tener por lo menos una característica en común, normalmente no se los compara porque sean iguales o siquiera parecidos. El tenor de la metáfora de Oseas (al igual que Ezequiel y Jeremías) es el incumplimiento del pacto, y el vehículo para comunicar ese hecho es el adulterio; es decir, el pacto es un matrimonio (Adams, 2008: 297–98). “La diferencia entre este vehículo en particular y su tenor permanecen: la actividad sexual de la prostituta es legal, un trabajo socialmente tolerado, mientras que la actividad sexual de la adúltera es ilegal, severamente censurada por la comunidad (patriarcal), y no se considera un trabajo” (Adams, 2008: 300).

      Galambush, por su parte, afirma que la prostitución es totalmente distinta del adulterio y que la prostitución se usa como metáfora de éste: el adulterio es prostitución (Adams, 2008: 299). Así, Israel es llamado metafóricamente “prostituta” por causa de su adulterio, que es otra metáfora; es decir, una metáfora encima de otra. Pero, originalmente lo que se compara es apostasía con adulterio, no con prostitución. Este punto es importante, porque no se puede deducir de aquí, como decíamos, el viejo argumento de la “prostitución sagrada”, cuya existencia hoy es bastante cuestionada. De todos modos, en Oseas se usa más prostituta que adúltera, debido a que el primer término tiene más poder retórico, y no porque sean lo mismo (Adams, 2008: 301). Por ello, las referencias a prácticas de adulterio y prostitución en el culto no se deben leer de modo literal, sino como parte de la metáfora mayor que domina el texto.

      Finalmente, vale la pena oír las palabras de Wolff a lo largo de su libro para revelar la hipocresía del pueblo de Dios. Quizá como forma de evadir el mensaje nos preguntamos indignados cómo se le ocurre a Dios ordenarle al profeta casarse con una prostituta. Tal parece que al pueblo de Dios le molesta la figura de la prostituta en este profeta, pero no le importa ser la prostituta.

      Qué libro es este

      Este libro se compone de seís capítulos más esta introducción y un excursus. Los capítulos 1 al 5 están dedicados a un tema relacionado con la corrupción, visto desde Oseas. Cada uno de éstos consta de cuatro partes. La primera se enfoca en textos de Oseas donde es prominente un aspecto de la vida de Israel en el cual la corrupción es prominente. Enseguida, se considera un texto narrativo en el que se presenta el problema señalado por Oseas. En tercer lugar, figura un salmo donde el orante expresa a Dios una oración sobre el tipo de corrupción específica tratada en el capítulo. Finalmente, propongo algunas reflexiones sobre la teología y la práctica cristiana con respecto a la corrupción específica tratada en cada capítulo. Los temas se presentan de esta manera como una sugerencia para el culto cristiano. En el capítulo 6 presento algunas reflexiones sobre una teología anticorrupción y sobre el problema de la separación entre lo sagrado y lo secular en el culto y la educación teológica.

      Una de las razones por las que he incluido la parte histórica es esencialmente para contrarrestar la tendencia que se observa entre algunos predicadores y maestros de convertir todo el texto bíblico en “principios y valores” atemporales desprovistos de todo contexto. Ese acercamiento tiene su utilidad y su lugar. Sin embargo, no hace justicia al texto sagrado, ya que este se nos presenta como revelación de Dios, a quien no podemos reducir a principios y valores. Otra razón es que esa revelación de Dios se da en la vida de un pueblo en la historia, el cual tampoco puede ser reducido a principios y valores. Es decir, la revelación de Dios no se debe entender aparte de la historia del pueblo de Dios (Birch, 1991: 53–56), a la cual, si bien no la conocemos a la perfección, sí podemos aproximarnos en algunos aspectos importantes. Nuestra forma de vivir en el mundo no puede fundamentarse en abstracciones atemporales desprovistas de humanidad. Por ejemplo, no es lo mismo decir “Dios proveerá” que conocer la provisión divina en la historia de Rut y Noemí. Además, como veremos a lo largo del libro, si existe un principio fundamental para la moral cristiana es el de la imitación de Dios, cuyo actuar lo conocemos por los relatos bíblicos, no en forma de principios ni valores genéricos y abstractos.

      He incluido los salmos porque la vida del pueblo de Dios incluye la piedad. Estos nos ayudan a ver ejemplos concretos de cómo el culto es un lugar propicio para responder a los males sociales; el trámite teológico y piadoso se hace en el culto. Como lo dijo Ogletree, “[u]na ética religiosa que haya sido abstraída completamente del culto es una ética religiosa sin sustancia histórica y social” (citado en Birch, 1991: 163). A los evangélicos latinoamericanos, que practicamos la oración espontánea como única forma de oración, nos haría bien aprender de los modelos bíblicos, no solamente porque nuestras oraciones espontáneas a la postre terminan siendo repetitivas, sino debido a que las oraciones maduras, que han pasado la prueba del tiempo y del uso, probablemente tengan más sustancia que aquellas que nosotros podamos inventar en un santiamén. Con esto, tampoco quiero sugerir la eliminación de las oraciones espontáneas de nuestro culto. Eso en América Latina jamás va a ocurrir, y está bien. Se trata, más bien, de una invitación a buscar formas de cómo se puede enriquecer nuestro culto a partir del contenido y las prácticas registradas en la Escritura. ¿Qué podría ser mejor que la misma palabra de Dios para ayudarnos en esos propósitos?

      Dice el viejo adagio de la iglesia que ésta cree lo que ora (lex orandi lex credendi). Pero lo que la iglesia oraba en la antigüedad con los salmos y los himnos, hoy ha sido reemplazado por coros y cantos, muchos de ellos con pocas palabras que se repiten sin cesar y en ocasiones con poca sustancia y centrados en el orante. El Libro de los Salmos es el libro del Antiguo Testamento más citado en la literatura judía de Segundo Templo y en el Nuevo Testamento. Esto ocurre porque se usaba permanentemente en el culto en el templo, en la sinagoga y en la piedad personal. Los cristianos siguieron esa misma tradición. Aunque se podría afirmar que todos los libros del Antiguo Testamento están escritos para el oído y que su arte literario facilita el recuerdo, el salterio es especial, pues se trata de “una antología de textos sagrados diseñados para ser memorizados” (Wenham, 2007: 287).

      Vale la pena extendernos todavía más en el asunto, dado que el poco uso de los salmos en el culto comunitario y la piedad personal a veces está limitado a unos cuantos, especialmente a los de “alabanza y adoración” y a algunos “clásicos” (Sal 1, 23, 91). El profesor Wenhan sostiene que los salmos han ocupado un lugar prominente en el culto cristiano, y que el reemplazo que se ha hecho por canciones producidas recientemente ha significado una pérdida enorme para la iglesia, precisamente porque ésta cree lo que ora y canta. De interés particular para Wenham es la instrucción ética de la que los creyentes se pierden al haber eliminado los salmos del culto comunitario (Wenham, 2007: 280).

      Si bien los estudios académicos de los salmos nos han ayudado enormemente a entender los contextos en los que probablemente surgieron y se utilizaron, también es cierto que su aplicación nunca ha estado estrictamente limitada a la historia del origen de cada uno. Por tratarse de oraciones que expresan a Dios el sentimiento del creyente, “no importa si el salmista literalmente enfrentaba una persecución o una enfermedad, o si usaba imágenes de una situación para describir otra. La ausencia de precisión abre los salmos a un amplio espectro de situaciones e invita a los lectores a hacer suyos esos sentimientos” (Wenham, 2007: 290).

      En la medida en que el creyente haga suyas las palabras de los salmos, se compromete con Dios con lo que dice; de ahí su valor ético para la vida de los creyentes. No son palabras que se pueden decir a medias; nos invitan al compromiso con una vida que Dios aprueba (Wenham, 1985: 294). Los salmos son únicos en la amplia variedad de géneros literarios en las Escrituras. Algunos expresan una forma de piedad que nos incomoda y no practicamos: hablarle a Dios de nuestra integridad y de las cosas buenas que hemos hecho (p. ej., Sal 26). Algo parecido se encuentra en Deuteronomio 26, donde el creyente recibe instrucciones