el amor de Dios por la humanidad, tema de una gran claridad en el evangelio.
Por lo anterior, en el libro de Oseas el sentimiento y la emoción son especialmente marcados, tanto de Dios como del profeta que lo representa en un sentido muy real. Ambos se duelen por lo que ven, lo que viven y por lo que viene. Se ha dicho que la emoción indisciplinada y descontrolada de Oseas estropea la poesía; que carece de la “expresión sublime” que se produce en situaciones de “concentración extrema” (Buss, 1969: 37–38). Sin embargo, se podría considerar que ese supuesto descontrol es precisamente parte de lo poético en la medida en que acompaña al sentimiento de despecho que el libro quiere comunicar. Además, aparte de que a la poesía le encanta romper esquemas, tampoco sabemos qué esquema habría roto. Sea como fuere, lo cierto es que los académicos en general reconocen más cohesión en los tres primeros capítulos del libro que en el resto.
Aparte de la metáfora del matrimonio en los capítulos 1 al 3, no se percibe en Oseas la estructura interna que el lector espera encontrar en un libro; tampoco hay abundancia de fórmulas proféticas. El libro se compone de fragmentos pequeños sin conexión evidente. Esta falta de orden aparente se puede leer de dos maneras: criticar lo que nos parece un desorden o aceptar que hasta la fecha no ha sido posible identificar el género literario de Oseas, lo cual no es falsa modestia ni falta de trabajo, sino aprender de la historia de la interpretación de otros libros de la Biblia, como Jueces, p. ej., que en un principio se consideraron faltos de estética y ahora no. La situación es que desconocemos a ciencia cierta cuál es el principio con el que se coleccionaron y organizaron estas profecías. Sin embargo, las partes independientes constituyen unidades literarias alrededor de imágenes y términos que se repiten, con algunas aliteraciones y asonancias. Nos interesa aquí concentrarnos en lo que está claro. Nadie pone en duda la persistencia de la idolatría y la injusticia, por ejemplo.
Idolatría e injusticia
De entre los muchos males que denuncian los profetas del Antiguo Testamento, sobresalen dos grandes que prácticamente abarcan todos los demás males: la idolatría y la injusticia. Se trata de prácticas que afectan la totalidad de la vida y las relaciones. Para poder entender el mensaje de Oseas contra la corrupción en las Fuerzas Armadas, es necesario repasar brevemente algunos detalles de la historia de Israel.
Para poder seguir adelante, es necesario aclarar en este punto algunos asuntos relacionados con el uso de los nombres “Israel” y “Judá” que podría prestarse para confusión. Judá es el reino del sur. Israel es el reino del norte, pero también se refiere a todo Israel antes de la división y a Judá a partir del exilio. La división norte-sur ocurrió por causa de los impuestos exagerados, conocidos en la Biblia como “el yugo pesado” con los que Salomón asfixió a los habitantes del norte (1R 12.4). Su hijo Roboam quiso aumentar el peso del yugo con más impuestos, desestimó la queja de los habitantes del norte, se dio el cisma y quedó Roboam como rey del sur (Judá) y Jeroboán como rey en el norte (Israel, también llamado Efraín). De los dos, el norte siempre fue más grande, más rico, más poblado y más poderoso militarmente. Sin embargo, cayó primero; quizá simplemente por estar en el norte, es decir, primero en el paso de los imperios de Asiria y Babilonia, camino al sur.
Una vez establecida la división en dos reinos, la primera decisión política de Jeroboán fue construir dos sitios de culto en dos puntos extremos de la geografía de Israel (Betel y Dan) con el fin de eliminar para sus súbditos la necesidad de acudir al templo de Jerusalén. Un segundo momento importante de esta historia es la construcción de Samaria como sede del gobierno durante el reinado de Omri (886–875 a. C.). El tercero es la oficialización del culto a Baal durante el reinado de Acab (875–853 a. C.) y su mujer Jezabel, de origen fenicio. Es decir, con la dinastía de Omri-Acab se afianza lo que empezó Jeroboán cuando se dividió Israel. Aunque Jeroboán inicialmente no hubiera tenido la intención de promover la idolatría, como sostienen muchos académicos, sus jugadas político-religiosas a la postre desembocaron en eso.
El libro de Reyes denuncia de manera sistemática la idolatría y la injusticia que cometieron los reyes; presenta estos males como las dos caras de una misma moneda. Los mismos que instituyeron y defendieron el baalismo en Israel (1R 18) son los protagonistas de los casos más graves de injusticia, corrupción y homicidio, como lo muestra el caso de Nabot, en el que se combinan las formas más graves del gobierno corrupto; es decir, la utilización de las instituciones, el poder del rey, y las actividades de culto y fe para asesinar a un individuo del común con el fin de quitarle su tierra (1R 21). Los libros de Reyes, Oseas, y los profetas en general, comunican que Dios se opone tanto a la injusticia como a la idolatría. Y contra ambas cosas hablaron muchas veces de manera airada por la indignación que les producía
La respuesta de Dios a la idolatría y la injusticia
La estrategia de Dios para responder a este par de males es también doble. La idolatría se combate con profetas y la injusticia con soldados. En los tiempos de la dinastía de Omri, los profetas son Elías y Eliseo (1R 17–2R 8) y el general es Jehú (2R 9–10; 1Cr 22.7–9). Así parece, pero en realidad los campos de acción de estos personajes no están tan claramente demarcados. Los profetas se inmiscuyen en cuestiones políticas, y los militares, en las religiosas.
Jehú es un individuo cruel y despiadado. Liverani lo llama “integralista” por su “odio implacable” y el “grado de crueldad que excede las estrategias normales del cambio de dinastía en el antiguo oriente” (Liverani, 2005: 110). Mató a Joram, su madre Jezabel fue tirada por una ventana y dejada allí de comida para los perros; los setenta hermanos de Joram fueron igualmente asesinados, y sus cabezas amontonadas en una pila frente a la puerta del palacio real. El resultado de esta intervención divina es que murieron muchos profetas de Baal y que se acabó la dinastía de Omri-Acab, pero el mismo texto bíblico revela que no desaparecieron ni la idolatría ni la injusticia. La denuncia de estos hechos se hace décadas después en Oseas y siglos más tarde cuando se escribió el libro de Reyes, pero se hace de todos modos. Es un tema demasiado importante como para ignorarlo.
La denuncia y el método bíblico para recordarla
Cuando pensamos en el profeta Oseas, normalmente recordamos de inmediato el asunto inusual de su mujer prostituta. Sin embargo, el primer tema del que se ocupa este profeta no es matrimonial, sino militar, y más exactamente de la persona y las acciones del general Jehú. Pero, antes de ocuparnos de Jehú, necesitamos refrescar un poco la historia, ya que Oseas da por sentado que el lector la conoce. Para la comprensión de la denuncia de Oseas los lectores actuales dependemos del libro de Reyes.
Una cosa es predicar un mensaje y otra es que se recuerde el mensaje. La marca fundamental de la literatura que perdura es el arte literario. De ahí que los escritores bíblicos, por su cultura literaria, jamás predicaron de cualquier manera. Notemos cómo aparece en Oseas el arte literario para referirse al tema militar (1.2–4).
En primer lugar, se utiliza una costumbre común en el mundo bíblico según la cual a los hijos se les ponían nombres significativos que tuvieran relación con la historia familiar, las circunstancias del momento o el carácter de la persona. En este caso, la forma como Dios inmortaliza la infamia del general Jehú es pidiéndole a Oseas que le ponga a su primer hijo el nombre Jezreel; es decir, el nombre de ese valle fértil y hermoso en el norte de Israel que Acab y su mujer (los idólatras) y Jehú (el falso ortodoxo) convirtieron en valle de sangre. Esto es como si en Colombia, con el fin de denunciar alguna masacre, a un hijo se le pusiera por nombre Apartadó, Tibú, Gabarra, Barrancabermeja, Fundación, Mapiripán, Escombrera o Bojayá. ¡Qué manera de recordar! Nuestra tendencia es a hacer lo contrario, les cambiamos los nombres a esos lugares y quitamos objetos y edificaciones para olvidar lo que ocurrió. A Oseas le toca ir al extremo de ponerle a su hijo el nombre del lugar de la tragedia.
En segundo lugar, el texto presenta un fenómeno literario, también común en la Biblia, que consiste en una sanción dada en la misma especie del mal cometido. Así, entonces, para poner fin al reino de Israel, que ha idolatrado a su ejército, Dios le quebrará el arco en el valle de Jezreel. Para reforzar esta imagen, aparece en los capítulos 1 al 3 una acumulación de lo que Landy llama “objetos odiosos”: arco, espada, armas de guerra, caballos y jinetes (Landy, 2011: 20). De esta manera, se van acumulando